En los últimos tiempos el hidrógeno verde está de moda, y en la misma Navarra suena con mucha fuerza, y hay unos cuantos proyectos. En septiembre de 2022, el Departamento de Desarrollo Económico y Empresarial presentó la Agenda Navarra del Hidrógeno Verde, una hoja de ruta para implantar este recurso en nuestra comunidad como un “vector energético que contribuirá a la descarbonización”.

La Agenda Navarra del Hidrógeno Verde recoge las líneas de actuación para implantar esta tecnología en Navarra. Para ello se establecen seis líneas de acción que se concretan en desarrollar e impulsar las energías renovables como base a la producción y exportación de hidrógeno verde; favorecer el desarrollo de la cadena de valor industrial; fomentar la innovación y el desarrollo tecnológico; promover la producción, distribución y consumo como vector energético; facilitar la existencia de un marco regulatorio y administrativo adecuado y multiplicar el potencial a través de redes y alianzas. Posteriormente, han nacido proyectos como el de la Ciudad Agroalimentaria de Tudela, una planta de hidrógeno verde en Sangüesa de EHN en alianza con la estadounidense Plug Power, etcétera.

Pero, antes que nada, convendría aclarar qué es el hidrógeno verde. El hidrógeno verde es un gas que se obtiene de la separación del agua por la acción de electricidad proveniente de una fuente de energía renovable, y que es la que se quiere impulsar en Navarra. Por tanto, es importante señala r que el hidrógeno no es una fuente de energía primaria, sino un vector energético que cuenta con la particularidad de ser capaz de almacenar energía para ser utilizada posteriormente pero que necesita de un aporte de energía primaria para su obtención en estado puro ya que normalmente se encuentra combinado con otros elementos químicos como el oxígeno, el carbono o el nitrógeno. La fuente de energía utilizada será la que marque el tipo de hidrógeno que obtenemos, siendo hoy en día el 1% de la producción mundial de H2 de origen renovable o verde.

Está también el hidrógeno gris, que es un reformado químico de gas natural que se usa en diversas industrias para refinar gasolinas o gasóleo u otras aplicaciones, pero que en el proceso se emiten gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático.

Según el Ministerio para la Transición Ecológica, actualmente en el Estado español se producen 500.000 toneladas de hidrógeno al año, y el uso que se le da es para las refinerías de petróleo –alrededor de un 70%– y en fabricantes de productos químicos.

Una vez aclarados los orígenes y destinos del hidrógeno, conviene centrarse en abordar el papel del hidrógeno en la transición energética, que no puede desligarse del adecuado diseño de un mix energético en consonancia con los límites planetarios. Este modelo deberá tener en cuenta cuestiones primordiales como la eficiencia energética, el ahorro y la reducción de consumo, que deberá ser mucho más bajo que el actual. Nuestro modelo deberá estar basado en energías limpias reduciendo al máximo su impacto en la extracción de recursos materiales, en la ocupación del territorio, y el impacto sobre los ecosistemas.

El hidrógeno verde podría, siempre que se cumplieran criterios de protección ambiental y en un sistema energético dentro de los límites del planeta, servir de apoyo en los momentos de baja producción eléctrica y dar respuesta en el corto plazo; dar respuesta a sectores industriales muy vulnerables a la descarbonización, ya que hay procesos industriales que requieren alcanzar temperaturas muy altas para operar; solventar problemas con tecnologías no electrificables; sustituir el consumo de H2, que en la actualidad es usado como material en distintas industrias (refinerías, metalurgia, etcétera) y su obtención es a través de los combustibles fósiles; entre otras cosas.

Pero, por otra parte, están los impactos que tiene el hidrógeno verde, como los derivados de las instalaciones de renovables, que también los tienen como los que provienen de la minería de los materiales que requiere, la transformación y ocupación de lugares preservados para centrales eléctricas, la competencia por el territorio dedicados al desarrollo de especies no humanas o a la agricultura; las pérdidas energéticas, ya que su fabricación y almacenamiento tiene muchas pérdidas, que podrían reducir la eficiencia del proceso a un 25%; y la ruptura de una adecuada orientación de la transición ecológica. Abordar adecuadamente la transición ecológica requiere superar los discursos centrados en exclusiva en la sustitución de unas tecnologías por otras.

De ahí, que considerar que el hidrógeno verde serviría para alcanzar los objetivos de descarbonización de consumos de energías fósiles y de sus contaminantes emisiones que están provocando el cambio climático, no se corresponde hoy en día con el papel que puede jugar. Sí, que es cierto, que hay muchas funciones y actividades en la sociedad actual que no se pueden llevar a cabo de forma eléctrica o por lo menos, no se pueden electrificar fácilmente, y para ello se puede plantear el hidrógeno como un vector energético, en algunos sectores industriales y en el transporte, por ejemplo.

En definitiva, hay que insistir en la necesidad de una adecuada planificación donde se delimite muy claramente dónde y qué usos son viables en la transición energética en un marco de reducción de los consumos energéticos para alcanzar una correcta descarbonización. Se debe comenzar a aplicar un principio de jerarquía de usos de forma que quede claro hacia dónde dirigir cada uno de esos sectores, y distribuyéndola, desde los usos prioritarios, como la alimentación, fabricación de determinados bienes materiales o las debidas medidas de adaptación al cambio climático, a usos para sectores en los que no existe mejor alternativa, u otros.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente