En cuanto a temas de belleza, al menos para el ruso Soloviov, como seres orgánicos somos fruto de una cierta imperfección. Algo de esto se intuía cuando el grupo de artistas surgido tras el cierre del Taller de Pintura y Escultura del artista Francisco Buldain, en la población navarra de Uharte, decidiera adoptar como título de su prima expositio el de Defiguración. Y algo de esto último también intuyera, en declaraciones a la revista municipal Mokarte, de febrero del año 2006, el escultor José Urdin manifestando la inexistencia de la perfección: “La vida es un movimiento; un movimiento imperfecto”. Este escultor, en palabras de Marina Aoiz, habrá de elegir el “roble” como aquella madera más adecuada a su estilo ya que no requiere del trabajo de refinamiento de otras en su consideración de materia noble adecuada a su propio estilo.

En esto, teniendo lo hilemórfico, materia y forma, por trasfondo, para el filósofo ruso, paradójicamente, cuanto más abajo nos encontramos en la jerarquía de los reinos de la naturaleza, poniendo como ejemplos al inorgánico diamante, así como orgánicas flores y mariposas, más perfecta es su definición, excepción hecha, del hombre como el “ser más bello, consciente” y supremo, en su criterio y opinión. “Sabemos que la auténtica deformación comienza solo allí donde comienza la vida. (...) petrificado en el mineral y dormitando en el reino vegetal, el principio caótico se despierta por primera vez en el alma y en la vida de los animales para autoafirmarse y oponer su insaciabilidad interna a la idea objetiva de un organismo perfecto”. Un principio orgánico que utiliza al gusano como hipersexuado modelo engullidor de todo tipo de detrito. Lo que, de alguna manera, para consuelo de más de un ofendido artista local, vendría a dar cierto rango de razón de ser a la, por otro lado, insistente recreación floral y lepidóptera en su obra, eso sí, tras haber constatado, nuevamente, el que el factor de la belleza natural viene siguiendo un imitativo patrón ciertamente redundante en toda historia del arte.

En torno a la problemática sobre los orígenes y naturaleza del arte, hay una frase del ruso que me ha hecho reflexionar. Dice así: “El arte es el lugar en el que se encarnan las ideas, pero no el de su nacimiento y crecimiento”. Si no fuera así, tal vez nunca hubiéramos podido superar las consideradas como cimas alcanzadas del mismo en arquitectura, en escultura y pintura clasificadas genéricamente bajo el glorioso título de clásico. Y en este sentido, con cierta antelación, Soloviov nos define la obra de arte como “toda representación sensible, sea cual sea su tema y el modo en que se manifieste, desde el punto de vista de su estado definitivo o a la luz del mundo venidero”. Carencia de la que a todas luces adolece la mayor parte de representaciones del considerado como arte actual, incluido el que utiliza las nuevas tecnologías como modo de adecuación al presente de una estética futura.

Creo que, en lo fundamental, nada de esto ha cambiado a día de hoy. Las artes siguen buscando su lugar en el mundo adaptándose a las cosmovisiones presentes, pasadas y futuras, replicando aquella filosófica imposibilidad de alcanzar en éste la perfección que haría congelar el propio devenir del tiempo. Pero ello no debe hacernos confundir, como a veces aparenta más de una muestra y actuación, que el objeto y finalidad de su quehacer necesariamente tenga que mutar la perfectibilidad de un horizonte inalcanzable por la imperceptibilidad de casi todo lo cotidiano al alcance de la mano, pues una obra de arte por el mero hecho de estar concluida, mucho menos aún inconclusa (salvando tal vez la Piedad Rondanini), incluso de haber contado con una intencionalidad en su realización, no puede per se ser considerada perfecta en su imperfección. Salvo, en todo caso, que la aparente imperfección haya sido fruto de una búsqueda que apunte la posibilidad a partir de la misma de uni-otra realidad.

Cuando contemplamos muchas de las obras del arte contemporáneo aparentan dar la sensación de ser obra inacabada. Este inacabamiento parece estar relacionado con una aspiración a la condición infinita que en sí misma, para los griegos, era defectuosa, y que con el cristianismo habría de cambiar convirtiéndose en su contraria perfección de lo absoluto. Condición absoluta, no obstante, exclusiva de la deidad administradora simultánea de belleza y bondad. Ahora bien, si saltamos de la esfera divina a la humana, John Passmore habrá de hablarnos de otro tipo de perfecciones más cercanas y asumibles. En su particular visión estas tendrían que ver con la técnica y con lo que él denomina, por un lado, obedienciería y, por otro, la teleológica. La primera perfección, en resumen de Ferrater Mora, condicionada por la eficacia en la culminación de una tarea determinada; la segunda, evidentemente por el cumplimiento estricto y obediente bajo la tutela de una autoridad superior (académica); y la tercera, y más interesante respecto del aspecto innovador de las artes contemporáneas en sus inicios, por la búsqueda de un fin “en el cual –habrá de matizarnos– la propia naturaleza encuentre satisfacción total”; siendo que este filósofo representa, al decir del anterior, un humanismo pesimista, por lo que cabe deducir que ninguna de las metas hallen su absoluta realización y acabamiento.

Muchos de los artistas actuales son capaces de realizar obra grande y pequeña, reducida, mínima y compleja, porque todo lo fían a la técnica ignorando contar en ello con su propio talón de Aquiles. Y, por si esto fuera poco, alguno de ellos, haciéndola suya, afirma, por boca de otros, el que sin el necesario concurso del dinero tampoco exista oportunidad alguna para la poética. No pudiendo, al menos en mi caso, sino estar en total y absoluto desacuerdo.

El autor es escritor