La alcaldesa Ibarrola ha anunciado la suspensión, temporal de momento, de las obras del aparcamiento de la calle Sangüesa y la tala consiguiente. Una buena noticia de la que debemos felicitarnos y, claro que sí, felicitar a la alcaldesa. No es habitual que se dé marcha atrás a decisiones de esta envergadura; los poderes públicos tienden a enrocarse en sus decisiones por el prurito de ”sostenella y no enmendalla”. Es de reconocer esa cintura política, sea cual sea la causa que la ha generado y habida cuenta también de que las mayorías políticas municipales van en dirección contraria.

Ahora bien, hay elementos en las declaraciones de nuestra benemérita y enjoyada alcaldesa que merecen alguna glosa. La cosa se remonta a un momento anterior, en que llamó boicoteadores a quienes se oponían al aparcamiento. En esta ocasión ha hablado de concentraciones “alentadas por EH Bildu con el fin de amedrentar a trabajadores y crear un clima violento”. Una acusación gravísima, no solo para EH Bildu, como supuesto agente de una campaña violenta que nadie ha visto (y que muestra bien a las claras lo mucho que alguna gente echa de menos situaciones afortunadamente superadas como última ratio regum y justificación de cualquier desmán), sino a tantas personas de buena voluntad (gente normal, que diría Maya) que se han opuesto decididamente al aparcamiento y a la tala y que, desde luego, ni son menores de edad, ni necesitan tutelajes y que tienen capacidad suficiente de discernimiento para decidir si quieren que desaparezcan los árboles de su vecindario o no y por qué.

Es cierto que, tras esa desvergüenza (va mucho más allá de un exceso verbal y, dado que fue leído, habrá que colegir que estaba muy meditado), Ibarrola reconoce que hay vecinos que se unen libremente a las protestas y de forma silenciosa están manifestando su rechazo. Acabáramos. No todo es cosa de los afanes totalizadores y acaparadores de EH Bildu y, seguramente, ahí es donde le duele a la alcaldesa. Ya, lo de los “mensajes violentos en Twitter” y supuestas amenazas o boicoteos, con “Bildu [sic] liderando este tipo de actuaciones” mueve a hilaridad, por lo tosco y simple. Tan tosco y tan simple que solo es posible excogitarlo con esa desenvoltura si se parte de que la ciudadanía es estúpida y fácilmente manipulable (esta gente acostumbra a decir “los de siempre” –otros– cuando quiere decir “lo de siempre” –ellos–).

El segundo elemento destacable es su insistencia, de nuevo, en la necesidad de reurbanización de la plaza. De hecho, la alcaldesa ha puesto el acento en ese aspecto, cuando es perfectamente separable del proyecto de aparcamiento, como ha quedado de manifiesto una y otra vez. La mejor prueba, y empieza a ser enojoso repetirse tanto, es que la parte de la urbanización de la plaza corre por cuenta del Ayuntamiento. Más aún, es un tema a debatir y al que, seguramente, nadie va a poner reparos insuperables. Se puede discutir su oportunidad e idoneidad, debatir sobre aspectos concretos, como el diseño del estanque, el pavimento o el mobiliario urbano y su ubicación, pero entraríamos en un ámbito completamente distinto.

Maya debería explicar las condiciones de adjudicación del proyecto y por qué ligó aparcamiento y plaza, sabiendo como sabía que ello podría generar quebrantos a las arcas municipales. Diga lo que diga Ibarrola, la herencia de UPN en Navarra y en Pamplona no son proyectos de progreso, sino agujeros sin fondo y derechos indemnizatorios, algo en cuya generación han demostrado acreditada capacidad (por lo demás, y ya que lo citó, me gustaría saber de qué manera contribuyó el aparcamiento de la plaza del Castillo al progreso de nuestra tierra, cuando lo que sí consiguió fue destruir irremediablemente un patrimonio que en su lógica mercantilista hubiera supuesto una buena fuente de ingresos. Lucro cesante, que diría Barcina).

La alcaldesa hace un ejercicio de victimismo a cuenta de la reurbanización de la plaza, cuando, como digo, no es el quid de la cuestión. Más aún, lo llama “elemento nuclear” del proyecto. Lo justifica, ya lo hizo Maya, con los problemas de seguridad. En un guiño que se antoja populista, habla de las mujeres que, según la Policía Municipal, bordean la plaza por no cruzarla en diagonal. Es muy discutible y habría que ver los informes en que se basa tal apreciación. Sobre todo cuando UPN ha despreciado los intentos de elaborar mapas de puntos negros para las mujeres, la proclamación de la ciudad como intolerante a las agresiones sexistas o las campañas contra las mismas en Sanfermines (al parecer esas cosas son poco gratas al turismo). Lo que sí sabemos es que, en general, la sensación de seguridad mejora con las zonas verdes y peatonales frente a áreas cementadas e inhóspitas con escasa afluencia de gente.

¿Qué hay detrás de esa apelación a la seguridad? ¿Delincuencia? A falta de más datos, es muy dudoso. ¿Personas sin hogar que pasan horas en esa plaza? Puede ser. ¿Es eso un problema social? Lo es. ¿Es su remedio la represión o la ocultación? Quizá para alguna gente sí (ya saben, misica y putica). Para mí, desde luego, no. Pero, en todo caso, contraponer a la aporofobia u otros prejuicios sociales talas y aparcamientos es una pretensión del todo ridícula.

Un indicio de por dónde van las cosas se atisba cuando, para rematar la faena, hace referencia a que la plaza tiene “poca actividad” durante la mayor parte del día y que la reurbanización tiene como objetivo “revitalizar el comercio y la hostelería”. En suma, facilitar la instalación de terrazas de los numerosos bares que hoy se ubican en la plaza y eliminar mobiliario urbano o hacerlo poco amigable. Ya veremos qué pasa con la zona de juegos infantiles.

Cualquier propuesta es debatible, como es encomiable la pretensión que proclama la alcaldesa de favorecer la participación. Seguro que en ese camino encuentra la mejor disposición de todos los colectivos sociales y vecinales del barrio. Cuanto mayor sea la calidad democrática de esa participación, mejores los resultados.

Y aunque parece haber desaparecido del panorama –a expensas de una nueva ocurrencia de algún conspicuo arquitecto que te los diseña donde sea menester, una avenida, una plaza, una calle o una iglesia–, en cuanto al aparcamiento, no basta con sondear una demanda que, hoy por hoy, está sin demostrar y se basa en datos manipulados y de escasa calidad. Pero, también en este tema, sería deseable el planteamiento de un proceso participativo democrático. Y ello tiene que ver con las formas, pero también con el fondo, esto es, con la calidad de la información suministrada. Por ejemplo, yo diría que no se ha llegado a negar la necesidad de un aparcamiento (precisamente por esa falta de información), sino que se ha planteado, en caso de demostrarse tal necesidad, su ubicación en un entorno más favorable en todos los sentidos y, desde luego, sin el enorme coste ambiental y de calidad de vida del proyecto de la calle Sangüesa. Hay que hablar de necesidades y de alternativas. La alcaldesa está muy segura (es fácil decirlo) de la necesidad. Habrá que establecerla, cuantificarla y ver las maneras (en plural) de satisfacerla. Sin sociedades fantasmas, procesos opacos, adjudicaciones sospechosas, costes sociales dudosamente asumibles e inquietud ciudadana. Una decisión como la deforestación de una calle de la principal isla de calor de Pamplona no puede quedar al albur de la ocurrencia del que es, sin duda, el peor alcalde de la historia reciente de Pamplona (a falta de remontarnos al Privilegio de la Unión).

El arquitecto y urbanista De Solà-Morales entiende el planeamiento urbano como “intervención razonada y refleja sobre el conjunto de la ciudad desde el punto de vista del interés colectivo”. La alcaldesa Ibarrola se ha visto obligada a dar marcha atrás, precisamente porque ha sido muy evidente que no era el interés colectivo lo que se perseguía con la actuación del aparcamiento. Una decisión a celebrar, a pesar de su lamentable envoltura. Esperemos que sea el principio de algo y no mera flor de un día.