Nos reuníamos en la fuente de Altzuza, la que nos hizo Jorge Oteiza para saciar la sed de las aves rapaces y mitigar el cansancio de los caminantes, junto a su casa que aún no era museo y donde plantó un retoño del roble de Gernika. Proveníamos de la Diáspora: Oteiza y su esposa Itziar peregrinaron por Argentina y Colombia donde Oteiza inauguró plazas de Gernika. Pello Irujo condensaba el exilio venezolano y hacía resonar en el espacio la voz de Radio Euzkadi. Yo traía aires de Argentina, Uruguay y Venezuela. Néstor regresaba de Argentina pero seguía siendo el pasajero del Aisina, barco que zarpó –pese a los intentos del comisario Urraca de detener a sus pasajeros y enviarlos a un campo de concentración–, de Marsella, 15 de enero de 1941, iniciada la 2ª Guerra Mundial. Néstor era hijo de Francisco Basterretxea, diputado a Cortes por EAJ/PNV, vocal del Tribunal de Cuentas Constitucionales de la 2ª República, y para los golpistas reo de muerte y embargo de bienes. Junto a su familia se exilia a Francia.

Desde mis 12 años, en que tuve que salir de Bermeo, ya se me impuso el conocimiento de los forzados trajines del exilio, en los que acabas perdiendo todo en las carreteras de la vida... Me lo va diciendo en su prólogo para mi libro Crónicas de El Alsina, detallando su huida por los caminos de Francia, perdido de sus padres en medio de aquella caravana humana que huía del poderío fascista, robada su bicicleta y máscara de gas, pero intacta la esperanza de pervivir. Su primera pausa fue en Lapurdi, reencontrada la familia, y contaba su sobresalto viendo a los paracaidistas alemanes en las playas y oyendo amenazas desde los altavoces de la Komandantur. Al borde del peligro le animaba su fortaleza juvenil la idea de que estaba viviendo sucesos que no se alcanza a comprender, pero que si se sobreviven, nos coloca en la categoría de inmortales. Recibido el aviso salvador del Gobierno vasco de que un buque, Alsina, partía de Europa ... jaula de locos y desesperados, como lo describió genialmente Tellagorri, camino de América.

Hablaba Néstor de los avatares de una odisea que iba a durar los 15 días y se demoró más de nueve meses en condiciones alucinantes: el barco, debido a su bandera francesa, no accedió al permiso británico de cruce atlántico, y los pasajeros, detenidos en Casablanca, padecen huelga de los empleados del barco que los llevó al hambre, fueron desviados a campos de concentración de Marruecos donde sufrieron temperaturas que dificultaban el respirar. Otro barco los recogió y los llevó a América. Los Basterretxea eligieron destino Argentina, como mis aitas.

Parecía una novela de aventuras y yo lo veía como el personaje adolescente de mi narración que se enfrenta a acciones resolutivas: ocupa un espacio en el lavatorio del barco para enjugar la ropa de los vascos, hacer recados en Casablanca y, en los ratos libres, para distraerse, se tiraba de la cubierta del barco amarrado al mar del puerto repleto de tiburones. Eso no lo hizo retroceder, admitía sonriente el hombre alto y fuerte, que no perdió la sonrisa amable de sus labios, que había ido conociendo tiburones desde que salió de Bermeo.

En Argentina trabajó para vivir desde los 18 años, teniendo claro que su objetivo era el arte y que le tocaba trajinar en un país extranjero para sobrevivir, pero regresó a la Euskadi de sus antepasados, y en ella hizo arte. Junto a Jorge Oteiza, su maestro y amigo, trabajó destino para el país. Hablaban de Arantzazu y su experimento, de los 14 apóstoles y de la madre de cuyo vientre hueco se desliza el hijo muerto... de las pinturas revolucionarias que emprendieron, de los cambios que tendríamos que hacer en el arte, economía, cultura y política del país ocupado y maltratado durante 40 años y que nos entregaban en ruinas. Y Oteiza iba diciendo... avanzar retrocediendo, como las traineras, sin olvidar de dónde venimos.

Néstor abría la mochila de sus recuerdos y para endulzar el momento nos otorgaba las trufas de una pastelería de Lizarra, comentando que eran exquisitas y que había artistas en el país de los baskos que pintan, esculpen, escriben y hacen música, pero aquellos que nos proporcionan como Bittor, tan exquisita esencia de los productos profundos de la tierra, aún son más artistas, conformamodo un universo de imaginación y poderío y culminaba... me dan ganas de arrodillarme ante el hombre que hace nos deleitar con el sabor de la tierra.

Así íbamos desentrañando viejos recuerdos del pasado consolados por los dulces momentos del presente de nuestras vidas peregrinas, al cobijo de la fuente de agua cuyo murmullo era música, con el batir de las alas de las rapaces que ya no nos temían, junto al saludo de los caminantes de Altzuza... Hoy, a sola con mis recuerdos benditos, bendigo el tiempo en que soñabámos bajo la sombra del pequeño roble de Gernika que un pastor erronkales plantó frente a la vivienda de Oteiza. Aspirando el aroma de las trufas de Lizarra, oteando la voz y las risas de los que partieron, y escucho decir a Basterretxea “...he andado el camino que me parecía que hacía siglos que venía caminando”.

La autora es bibliotecaria y escritora