Las descasualidades. Me encontraba en mi pueblo natal leyendo un libro, memoria familiar escrita por la nieta del que fue maestro de ese mi pueblo Treviana, La Rioja, Juan Larreta Larrea, asesinado por estas fechas en los inicios de la guerra civil. Teníamos en casa a unos carpinteros de Cerezo de Río Tirón, ellos estaban a lo suyo y yo a lo mío. Casi al final les pudo la curiosidad y me preguntaron por el libro. Cuando uno lee o escribe suscita interés, un cierto misterio que no se da si en realidad nos ocupamos de la actualidad deportiva o política a través del Marca o El Mundo, por poner un ejemplo. Pero el maestro de Treviana les lleva a otro maestro de una villa relativamente cercana y aún menor y sin embargo más conocido, pues de él ha corrido mucha más tinta en libros y sobre todo por una película notable: El maestro que prometió ver el mar de Patricia Font.

Los carpinteros de Cerezo habían reconstruido las escaleras de la escuela de Bañuelos de Bureba, así como instalada una pared corredera divisoria de la que era aula del maestro Antoni Beinages y ahora sirve también de salón de actos a la Fundación que lo ha sacado de los escombros del olvido.

Los hilos de la casualidad me condujeron a Cerezo, valle arriba, a devolverles una máquina prestada y el pago de sus servicios y de allí fui hasta Bañuelos por una ruta parecida a la que un médico segoviano oriundo de Belorado cubría hasta allí diariamente. Fue su primer destino en los años 80, este médico, escritor y escultor, salió en el New York Times gracias a los más fanáticos de Segovia que se ofendieron por una estatua suya donada, un diablillo sonriente haciéndose un selfie apoyado en el acueducto, se llamaba José Antonio Abella, un cáncer lo devoró hace unos días. Su libro Aquel mar que nunca vimos sobre el maestro de Bañuelos es el más completo, aparte de esos niños y niñas que fueron cautivados por el maestro republicano los conoció ya en esa llamada tercera edad donde acudían de ciento en viento a su consulta por alguna receta o por algún dolor postrero. Pero él no sabía nada de Antoni Beinages ni de esos sus alumnos, que así era el habla antigua castellana tan opuesta a la suya mediterránea de Montroig, paisano de Joan Miró, ese excéntrico que bajaba al mar en calzoncillos para revuelo de sus vecinos. Estas son las descasualidades provocadas por nuestra pequeñez humana y por la impunidad de un crimen rescatado del olvido aunque sus restos siguen sin hallarse.

Han tenido que ser unos catalanes, Sergi Bernal, Sebastián Gertrúdix y la directora y productores del filme reseñado los que han recuperado la memoria de su paisano vertido al secarral castellano. En Catalunya existe una memoria institucional de aquellos años que desde ningún punto de vista debe considerarse espuria. En cambio, en Briviesca en la librería o la biblioteca no encuentro nada relacionado con esos trágicos años 30. Tan solo unas estampas históricas muy bien hilvanadas por un joven talento, García Nevares, que también se atrevió en su tesina con las élites locales de aquella década. Tomamos un largo café y me confiesa que quiere desarrollar ese trabajo, algo que yo espero. También me sirve para apartar de mi algunos bulos que a falta de verdad material y oficial corren entre parte de su paisanaje.

El mar

El mar de Castilla es amarillo como el cereal o blanco y azul como su horizonte mesetario. El mar de verdad quedaba lejos salvo para unos pocos privilegiados. No puede ser casualidad que el primer club náutico de España naciera en Tarragona, patria del maestro Beinages. Desde que el higienismo instauró los baños terapéuticos, algo que tardó pese a la ciencia en hacerse realidad, saben por qué, pues porque los únicos obligados a dárselos eran los marineros, esos esforzados que huían de él en cuanto podían. Las orillas del mar marcaban los confines del mundo conocido y más o menos seguro.

Pero el maestro de Montroig no era el único interesado en que los niños conocieran el mar. La República laica trataba de sacar a sus educandos no solo de los altares, del cerrado a sacristía que versó Machado, sino al aire libre, al campo de las mariposas de ese otro maestro gallego llevado al cine, cumpliendo por fin las enseñanzas de la naturaleza de la Institución Libre de Enseñanza que en la capital programó las excursiones al Guadarrama, dada la lejanía del mar. 

Por eso terminamos el trayecto con otros maestros cercanos que por ventura consiguieron enseñar el mar aún a costa de su vida. Gracias al efecto expansivo del maestro catalán de la Bureba sabemos que en Ojacastro por donde a veces paseo canes, hubo otro colega suyo, José Ollero, que eligió la línea recta para llevarlos bajando la ría hasta el Cantábrico. Nos cuenta Jesús Aguirre en ese coloso de la memoria riojana que es su Aquí nunca pasó nada, a través de la memoria de aquellos niños: “Era el día de San Juan, y nos dijo, vamos a ir a Bilbao y hay que ir sin levantar los pies, que no noten que somos de pueblo. El viaje nos costaba 9 pesetas… El periódico La Rioja se hace eco del viaje de los escolares que junto a sus maestros José Ollero y Sabina Sainz salen hacia Bilbao, todos en dos filas con sus meriendas luciendo en la solapa el emblema de nuestra República. Les despide el alcalde Santiago Uyarra y fueron recibidos por el de Portugalete. Los chicos se quedaron atónitos, viajaron en barco hasta Santurce, visitaron los Altos Hornos en Barakaldo…”.

No tardarán los paisanos en renegar de su fe republicana como sucedió con aquel maestro de La lengua de las mariposas, el 4 de septiembre, más de 60 vecinos escriben una carta al gobernador civil para exponer que los que suscriben engañados por las palabras y promesas hechas por los políticos de izquierdas… nos retractamos.

Pero no. Continuará con la memoria familiar de resistencia de Asun Larreta Ayesa, nieta del maestro navarro Juan Larreta, cuyos restos fueron hallados en Laguardia, Rioja Alavesa.