A principios de este año se difundió la noticia en las redes sociales que el expresidente de Uruguay, José Mujica, había muerto. Es cierto que está muy enfermo y tiene cumplidos 89 años, pero con una lucidez envidiable. Para él es un premio a su edad la presencia de su esposa, Lucía Topolansky, a quien conoció siendo guerrillera. Merece la pena recordar su trayectoria, a pesar de que Pepe Mujica se denomina a sí mismo un viejo estoico medio loco.

Quién iba a decir que el hombre que se unió a la guerrilla tupamara en la década de 1960 acabaría siendo presidente de Uruguay de 2010 a 2015. Pagó cara su etapa de lucha armada marxista leninista: 14 años de cárcel y torturas a manos de otro descendiente de vascos, el dictador Juan María Bordaberry. Los primeros meses estuvo incomunicado en un pozo, las manos atadas en la espalda con alambres. Sin embargo, Mujica agradece esos años de supervivencia, ya que sin ellos se hubiera perdido lo mejor de mí mismo. Está convencido de su suerte de que la vida le apretase, pero no le fulminara para recoger lo que ha cosechado.

Él entiende que la libertad se puede conquistar con las armas en la mano o que se puede asaltar con el voto. Probó con la violencia y acabó siendo un apóstol ecologista pacífico. Es conocida su sobriedad anticonsumista. Ahora sobrevive a un cáncer que no le ha borrado la sencillez ni ese punto estoico que suele proclamar cuando habla de su persona.

Mujica nos visitó en 2015 buscando sus raíces vascas en Muxika, Bizkaia, de donde partió su bisabuelo en el siglo XIX. En 2022 se refirió a nosotros por vídeo, con motivo del hermanamiento entre la villa de Durango con Montevideo. En su mensaje reconocía la impronta nacional y la soberanía histórica del pueblo vasco; él es “una consecuencia de la historia vasca”. También agradeció la huella laboral dejada por hombres y mujeres de Euskadi, en particular que “de ustedes aprendimos a hacer vino”.

Vive en su chacra (granja) disfrutando de su vocación de hombre de campo. Habla de comprender la vida unida a la inevitable muerte, a la que señaló en alguna ocasión como la sal de la vida por aquello de que nos apremia a vivir más plenamente. Su sueño ha sido darle sentido a la vida luchando por un mundo mejor sin confundir el ser con el tener. Precisamos tres planetas, suele recordar, no hay medios para mantener la sociedad del despilfarro cuyo coste acabaremos pagando.

Ahora pide compromiso social, que la gente luche por el amor, que no se deje engatusar por el odio. Su camino ha sido inteligente: de la violencia a la verdadera paz.