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Son tiempos de utopía

Son tiempos de utopía

¿En un mundo en crisis, tienen cabida las utopías? Es decir, sitio para la representación imaginaria de una sociedad mejor que la actual, de imposible o difícil realización, al menos en el momento en que se formula. La utopía no es el presente, pero proyecta modelos de ideales universales para organizaciones sociales y políticas concretas. Estando tan centrados en lo práctico, parece necesario construir utopías al servicio de la dignidad humana amenazada. Es momento de activar nuevas esperanzas frente a las distopías ancladas en el pesimismo existencial. En tiempos de crisis es cuando las utopías tienen mayor sentido, a pesar de sus detractores.

Utopía es un neologismo creado por Tomás Moro (Thomas Moore) para describir la sociedad perfecta frente a la Inglaterra renacentista. Fue planteada a contrapelo del rumbo marcado por el progreso brutal ya inminente. Era una llamada de atención, una posibilidad alternativa de algo nuevo, más justo, más igualitario. 

Aquello fue un intento más, dado que no fue la primera utopía de la historia –ni la última– aunque sí con ese nombre. La misma idea de proyectar un mundo mejor se había expresado en la ciudad mesopotámica de Dilmún; en algunos relatos bíblicos, en el pasaje con los feacios de la Odisea de Homero, o en Confucio y Platón, por poner algunos ejemplos.

El carácter movilizador utópico no tiene que ver con una perfección estática y alejada de la realidad. Más bien trata de revertir el curso de la historia buscando un mundo mejor. El todavía-no utópico va unido a la actitud de esperanza por su función anticipatoria capaz de cambiar la manera de vivir el presente y la orientación al futuro. Lo digo porque la partícula griega U(topía) puede significar negación (lugar inexistente), o puede traducirse por “buen lugar” desde la importancia que tiene la esperanza ante lo que hoy no es posible, pero puede serlo más adelante. Es probable que Moro quisiera conjugar ambas ideas: “no lugar” a la vez que “buen lugar” que implica trabajar en ello para lograrlo.

Creo que nadie propone utopías sin posibilidad de conseguir algún nivel de objetivos. Utopía entonces como el ideal hacia donde debemos conducirnos con actitud entre esperanzada y comprometida en la práctica, y más necesaria que nunca ante la falta sentido y esperanza que acumula esta sociedad. No sería la primera vez que una alternativa ideal acabe siendo realidad en el futuro cuando se trabaja para lograrlo.

No desdeñemos las utopías como un motor de cambio histórico; frente a las políticas anti utópicas del neoliberalismo, por ejemplo. Sobre ellas podemos construir parcelas de actividad para un mundo mejor. Un ejemplo son los Foros Sociales Mundiales (FSM), fuente innovadora frente a la globalización impuesta como alternativa al modelo de pensamiento único. En ellos han destacado las aportaciones de Joseph Stiglitz, Ignacio Ramonet o Federico Mayor Zaragoza, entre otros.

A pesar de que las utopías –de muy distinto signo– son parte de la historia, sufren un desprestigio, sobre todo entre quienes prefieren mantener las cosas como están y no correr riesgos introduciendo cambios personales en sus vidas, ni cambios sociales y políticos que dañen sus intereses particulares. No es verdad que vivamos tiempos post utópicos. Aceptarlo sería limitar las ansias innatas humanas de mejora que pueden irrumpir como un ideal y concretarse en el día a día. De los sueños utópicos nacen los mejores afanes humanos. Sin utopías, el ser humano no ve sentido a su vida, ni posibilidad de mejorarla. Aquellas juegan un papel fundamental en la lucha contra la injusticia.

Lo que ha entrado en crisis no son las utopías, sino ciertas utopías maximalistas y rígidas venidas del pasado. Por ejemplo, la Revolución Francesa contra los tradicionalismos y autoritarismos feudales logró una sociedad política nueva más libre, pero descarriló en la justicia y sin rozar la fraternidad. Después vinieron otras como la comunista, centradas en sociedades igualitarias, primando la colectividad sobre los individuos, a sangre y fuego. Tenemos hoy suficiente distancia en el tiempo para confirmar que algunas utopías maximalistas logran desactivar opresiones sociales muy arraigadas, pero dejan un rastro de sufrimiento colectivo enorme.

Hoy florecen utopías minimalistas, enfocadas a lo que es posible y viable… ¡a nuestro alrededor! Igual no es posible vislumbrar cambios radicales en algunas injusticias globales, o el precio sería muy alto, pero la utopía puede ser muy relevante también a nivel individual. Estas utopías minimalistas se manifiestan en forma de proyectos micro de transformación social. Por ejemplo, para lograr que determinados pueblos coman dos o tres veces al día, y que todos dispongan de un techo. Cuando esta realidad está lejos de lograrse para todos, el que una o varias personas reduzcan su precariedad es muchísimo para ellas, aunque para nosotros sea una gota en el océano. Esto también es transformar la realidad, a pesar de las estructuras injustas que las provocan. Quiero decir que es positivo trabajar por utopías minimalistas a la vez de hacerlo en las maximalistas. Es humanidad básica. De hecho, trabajar en las minimalistas crea la base para utopías más altas por un mundo mejor. Dicho desde otro ángulo, el principio utópico de esperanza (Ernst Bloch, marxista) es compatible con el principio misericordia (Jon Sobrino, cristiano).