De los argumentos utilizados por la consejera de Hacienda, Lourdes Goicoechea, para explicar el levantamiento de las medidas cautelares a Osasuna se desprenden, al menos, dos conclusiones: la primera, que la no presencia de Osasuna en Primera división ocasiona una sensible merma a la recaudación de las arcas forales y, en segundo lugar, que era más fácil cobrar la deuda en menos tiempo con los rojillos afincados en la máxima categoría. No lo dijo así, pero es lo que dan a entender sus palabras. O sea, que como todo seguidor al fútbol conocía, la participación del equipo en Primera división no solo suponía un beneficio para la economía de la ciudad sino también para la Administración. Bien es cierto que en los últimos años esa cuenta no cuadraba porque unos hicieron dejación de pagar los tributos y los otros ni censuraron esa actuación ni apremiaron a regularizarla; pero es indiscutible que, bien gestionada, la industria del fútbol aporta ingresos (en concreto, según los datos del último ejercicio entre 12 y 14 millones en impuestos para las arcas forales). Ahora, en Segunda, no será ni la mitad para cobrar ni la tercera parte para ir limando la deuda.

Todo lo anterior viene a demostrar que, sin librar de sus culpas a los principales responsables de la debacle que son dirigentes y futbolistas, Hacienda no calculó los efectos de su presión en los pagos pactados con Osasuna, ya que Miguel Archanco -¿qué ha sido, por cierto, del Plan de Viabilidad que presentó al Gobierno...?- hizo de este capítulo uno de sus principales objetivos de su mandato y por ahí escaparon posibilidades de reforzar la plantilla para mantener la categoría. Pero, ya digo, que ni el descenso ni esta crisis posterior es culpa del Gobierno. Aunque sí esa cuantía desorbitada que ha alcanzado la deuda por consentimiento.

El análisis de Goicoechea, por otro lado, pone en valor las aportaciones de Osasuna, que no son solo fiscales sino también sociales. Me preocupa, sin embargo, que esa lectura economicista lleve a la consejera a proclamar, con lógica de mujer de números y pensando en los intereses de quienes representa, “que Osasuna suba a Primera lo antes posible”. Y ese es un buen deseo, pero no una correcta conclusión a su discurso. Con el horizonte más despejado, con las cuentas desbloqueadas y nuevo entrenador, después de un mes largo de turbulencias Osasuna por fin encara la temporada en Segunda división. Pero no lo debe hacer con esa urgencia que desprenden las palabras de la consejera o las que, en un primer momento, expresó el presidente de la gestora, Javier Zabaleta, sino con perspectivas de futuro, de volver a armar un equipo en una categoría con un calendario extenuante y en la que priman veteranía y experiencia. Por eso, luchar por la permanencia debe ser el primer objetivo riguroso de Jan Urban en su vuelta a casa: porque cuando se pierde el norte, ya hemos visto lo que pasa. Y los avisos sobre la desaparición o el descenso a Segunda B son una buena enseñanza para el futuro.