Asistimos de un tiempo a esta parte a la banalización del penalti. La catalogada como pena máxima en este juego (para mí en estrecha competencia con el fuera de juego, que tantos goles ha borrado de la historia del fútbol y tantos fraudes ha consagrado) debería castigar acciones flagrantes y no sumergirse en tesis filosóficas sobre la voluntariedad o en estudios geométricos que analizan los ángulos del brazo en el que golpea la pelota. Cierto es que el penalti ha dado cauce a todo tipo de tropelías arbitrales, lo que popularmente el hincha ha calificado como un robo o un atraco. En todo caso, las presuntas infracciones sometidas a juicio eran la mayoría de las veces una zancadilla o una mano, no había causas menores. Incluso el aficionado sabía con claridad cuáles eran los argumentos que le permitían discutir con solvencia de experto si había existido falta o no. Ahora no ocurre esto sino todo lo contrario. Estamos en la época de lo que llaman penaltis grises, a medio camino entre si son o no son, porque lo que se sanciona hoy no se toma en cuenta mañana, el criterio es mudable y donde unos ven la falta otros no encuentran nada sólido que resolver desde los once metros.
¿Qué es penalti?, nos preguntamos todos. Penalti es lo que pita el árbitro. O no. Porque la incorporación del VAR ha aportado soluciones pero también ha complicado la interpretación y no hay fin de semana en el que los colegiados que observan las pantallas dejen con el culo al aire a un compañero convocado al confesionario de la pantalla a pie de campo. Pasó ayer en El Sadar, donde un buen partido de fútbol, intenso, peleado, interesante tácticamente, con un marcaje individual de Areso a Baena de los que han desaparecido de los campos de fútbol, con una extraordinaria parada de Herrera a Barry y con la aparición estelar de futbolistas como Budimir, Torró y Gerard Moreno, todo lo interesante que se vio en el verde, queda oculto tras el debate interminable de los penaltis sancionados o los que supuestamente quedaron en el limbo. Tampoco es nada nuevo, solo que ahora ante la misma imagen surgen varias interpretaciones que dependen de la capacitación del árbitro, el factor ambiental y hasta del color de la camiseta.
A Munuera Montero y Del Cerro la tecnología les puso en aprietos desde el minuto uno, con la salida de Herrera a los pies de Barry y la caída de este. Diferentes repeticiones no dan para ver si hay la falta que el Villarreal seguía reclamando como tal al final del partido al sentirse perjudicado por el colegiado. Los amarillos hinchaban sus lamentaciones con el derribo de Albiol a Budimir. No ven falta. Una acción similar sobre el croata en el partido con el Betis se resolvió con el “¡sigan, sigan..!” arbitral. Y para acabar, el estirón de Torró a la camiseta de Costa en una jugada en la que intervienen cinco parejas bailando agarrado. Esto, la mayoría de las veces se resuelve con falta de los atacantes. De ahí que la gente no sepa a que carta quedarse.
Entre medio, el VAR ya había sacado los colores a Munuera que, de acuerdo con las nuevas prácticas, puso en juego su prestigio al creer haber visto una mano de Parejo cuando el balón le había golpeado en la espalda. Esto viene a confirmar la banalización del penalti, una decisión trascendental en el desenlace del juego y que en ocasiones los árbitros sancionan para curarse en salud y que me la pongan luego en la pantalla con diferentes tomas, mientras que en los banquillos y en la grada esperan con inquietud una sentencia a la que solo se puede apelar con una pataleta. En fin, convengamos que el VAR es una buena herramienta pero ha enterrado el indiscutido y viejo penalti de libro.