Sé que es una exageración, pero las decisiones que tomó este viernes Vicente Moreno exponen de una forma tan nítida su carácter como entrenador que se hizo acreedor a la destitución. No es necesario estar cerrando la clasificación para que te llamen a firmar el finiquito. Hay puestas en escena que desnudan los principios de un entrenador. El manejo del equipo y de los jugadores, la gestión miedosa del juego tras el 0-1 y la expulsión de Essugo, no son propias de un técnico cualificado. Si no lo echan o le retiran el carnet o le quitan puntos como a los conductores que infringen las reglas será porque aún queda un poco de sentido común en el fútbol.
Comportamientos como el de este viernes explican, por ejemplo, por qué Moreno tiene un balance tan raquítico de victorias como visitante. No son las estadísticas leídas de forma interesada, son los hechos; porque esta temporada hemos presenciado partidos de Osasuna como visitante en los que ha aflorado el miedo aganar, que es la versión acomplejada del miedo a perder. Eso en Osasuna no cabe; hay equipos doctorados en defensas numantinas, pícaros de profesión, maestros del trile. Aquí a los de rojo esas mañas no les salen bien. Es un pecado de condescendencia impropio de un entrenador de Primera división que en lugar de profundizar en la herida del rival le suministre betadine y analgésicos.
No defiendo el “pisalo, pisalo” del entrenador argentino Carlos Bilardo, pero no es de recibo ponerle al rival en bandeja la posibilidad de levantarse y entregarle dos puntos, el poco o mucho crédito que has ganado en Osasuna y darnos carnaza a los periodistas para tener argumentos que ponen en duda que este hombre sea un entrenador idóneo para el gusto de la parroquia rojilla. Por partidos como este, ese extendido rumor entre el osasunismo de que Vicente Moreno es un entrenador interino, de que solo ha venido para trabajar una temporada porque los que gustaban no estaban libres, por pifias como la de este viernes es por lo que el aficionado da crédito a esos comentarios. Este empate es un borrón muy grueso en su expediente que no sé cómo lo puede limpiar después de haber dirigido a Osasuna de una forma bastante aseada. Le pudo el canguelo y lo expresó de la forma más aparatosa, sin tapujos. Cada cambio era un toque de corneta llamando a la retirada. Cada mensaje que llegaba del banquillo al campo conminaba a los jugadores a defenderse de un enemigo desarmado de fútbol y que en lugar de avanzar se dejaba arrastrar por un rival que no veía más allá de su trinchera.
Al ejercicio de fútbol timorato de Vicente Moreno solo le faltaron dos movimientos: sacar a Unai García para jugar con cuatro centrales y meter un segundo portero. Osasuna, que había manejado el partido a su antojo hasta la expulsión de Essugo, se echó atrás, entregó el territorio y el balón, mientras su entrenador era incapaz de restablecer el orden y la autoridad. Alguna culpa tienen también los futbolistas por no dormir más la pelota, aprovechar la superioridad para desgastar al contrincante y adelantar la línea defensiva. El gol de Januzaj es, por la forma como lo consiguió, el castigo que merecía Moreno, aunque la penitencia la sufra hoy Osasuna y el osasunismo.