Hola personas, ¿qué tal se aguantan estos inesperados calores? Hoy ya sabéis lo que toca porque el capítulo de hoy es continuación del de la semana pasada que dejamos justo cuando la archivera Ana Hueso nos empezaba a enseñar papeles con historia.

Lo primero que nos enseñó fue un libro. Nos explicó que, tras la conquista de Navarra por parte de Castilla, lógicamente, la libertad de hacer y deshacer a nuestro antojo, en teoría, voló. El rey castellano para dejar claro quien mandaba, en 1598 ordena llevar a cabo un inventario de los legajos con las leyes y decretos que regían el viejo reino.

El libro que recogía dicho registro era el que teníamos ante nosotros. Tamaño folio y encuadernado en pergamino, al abrirlo, en su portada vimos algo que no se puede llamar el título, sino una descripción del contenido del volumen: “Por demanda de los señores regidores de los años de 1597 y 1598 (…) fue hecho el presente inventario de todos los privilegios, escrituras, patentes y papeles que hay en el archivo de la dicha ciudad…” y bajo este texto luce el escudo de Pamplona a color más antiguo que se conserva. Es ciento y pico años posterior al que el rey Noble dictó en aquella conocida disposición que dice: en campo de azur, un león pasante en plata, con uñas y lengua en gules, surmontado de corona, con cadenas de oro sobre bordura de gules. La archivera abrió una página que correspondía a los legajos que se custodiaban en el cajón señalado con las letras E. F. y, ¡Oh casualidad!, en el escrito se leen las normas que regían la venta y uso del vino. Es una norma de 1365 y empieza prohibiendo la entrada en la ciudad de uvas y vino que viniesen del exterior del propio término o de su cocinado -una vez más vemos aquí la palabra cocinado para referirse a los terrenos que son tan próximos a la ciudad que a ellos podría llegarle al labrador la comida preparada en casa, “lo cocinado”-, excepto si las uvas y el vino proceden de terrenos que sean de su hacienda. Y que aquel vecino o vecina (ya empleaban lenguaje inclusivo) que incumpliere la dicha norma le sería retirado el vino con su cubaje y sería multado con veinte libras carlines.

El texto continúa dictando normas para el uso y venta de vino y pomada, eso dice, no sé yo que será la pomada. Visto esto, nuestra anfitriona nos invitó a salir de su despacho para acercarnos a la antigua capilla del viejo seminario en donde se encuentran las joyas de la corona. Pero antes de salir di una vuelta completa por la estancia y fisgué a placer. Al fondo vi una vitrina que estaba preñada de objetos y para ella que fui dispuesto a no dejar pasar ni un alfiler y… ¡vaya si había objetos!

En el primer estante, pegadas a la pared del fondo había seis preciosas plumas de escribano con una profusa decoración, ante ellas tres espabiladeras, tijeras provistas de una cazoleta para cortar el pábilo de las velas, en primera línea tres sellos con el escudo de la ciudad para dejar cerrados y marcados los cierres de lacre, al fondo una placa con un San Nicolás y los niños del cubo salvados por él en el famoso milagro, labrados a buril, y ante ella una medalla de Sarasate. En otra balda vi monedas, medallas conmemorativas, una botonadura con el escudo en todas sus piezas, pesas, ponderales, así mismo marcados con el escudo de la ciudad, fechados en 1848 y, probablemente, salidos de los talleres de la familia Sasa, y juegos de medidas de volumen. Por último, en otro de los estantes vi una pequeña balanza, unas placas romboidales que desconozco que eran y los troqueles empleados para fabricar una moneda de oro que la Ciudad mandó acuñar al acabar la guerra civil (1ª carlista) para obsequiar al general Espartero. Una nota que hay sobre ellos cuenta la historia y dice que moneda y troqueles costaron a las arcas de nuestros tatarabuelos la suma de 6.748 reales de vellón.

En el extremo contrario se encuentran los troqueles que se emplearon para acuñar la medalla de oro con que se obsequió a Salvador Pinaquy (¿para cuándo una calle a su nombre?) por subir agua a las fuentes durante el cerco carlista de 1874. Antes de salir del despacho me interesé por los planos que adornan las paredes. Unos pertenecen a varios proyectos fallidos para la fachada barroca, otro al proyecto definitivo del remate del frontis, elegido por decreto del 21 de abril de 1756, dibujado en escala de 8 barras navarras y firmado por D. Juan Lorenzo Catalán, y otro de un modelo de rejería francés, se diría que perteneciente a un catálogo de la época, y que fue elegido para el repecho de los balcones el 7 de diciembre de 1755, apuntando en el pedido que “en el óvalo del medio se pongan las armas de la ciudad…”

Una vez visto y escudriñado el despacho de la Sra. Archivera seguí a mis compañeros de visita y entré en la capilla en donde en este momento se encuentran todos los documentos medievales que, en septiembre, sexto centenario del Privilegio, protagonizarán una magna exposición. Allí vimos el documento de Alfonso I el Batallador concediendo el Fuero de Jaca al Burgo de San Cérnin en 1129, el de Carlos I el Calvo permitiendo, en 1324, a los habitantes de la Navarrería reedificar su ciudad, arrasada en 1276 durante la guerra civil, el de Carlos III, de 1408, repartiendo los lugares fuera puertas entre los tres burgos, en él ya aparecen topónimos como Lezkairu, Acella, Sadar, etc., el del rey castellano Alfonso X el Sabio en el que concede a los habitantes de San Cérnin permiso para mercadear por todo su territorio, y vimos , por fin, el famoso Privilegio de la Unión.

En septiembre el que quiera podrá comprar un facsímil y llevárselo a su casa. Me quedan cosas en el tintero, muchas, pero el espacio manda. La visita fue un lujo. Os la recomiendo. Y ahora antes de despedirme voy a tocar un tema que nada tiene que ver con historia ni archivo. ¿Recordáis que hace unos meses fue noticia un gran cuadro del pintor pamplonés Fernando Iriarte que había desaparecido del patrimonio artístico de la UPNA? Pues bien, nadie sabía dónde estaba el cuadro. Que si fue al restaurador, que si no volvió, el caso es que el cuadro se había perdido. Pero no, no estaba tan perdido porque yo lo he encontrado. Viendo el otro día cotizaciones en subastas nacionales va, por casualidad, y me encuentro que la susodicha y desaparecida obra fue subastada y vendida en pública subasta en la madrileña sala Ansorena el día 2 de marzo de 2016 y su precio de remate fue de 300€. Ahí lo dejo. ¿Quién lo llevó a vender?, ¿quién lo compró? No es difícil seguirle la pista, solo hay que hablar con la sala y ver si una obra por la que la UPNA pago cerca del millón de pesetas de los años 90, pesetas públicas, es de alguna manera recuperable. Hala, a trabajar.

Besos pa tos.