Hola personas ¿sobrevivimos?, yo, ya veis, aquí, cumplidor, al pie del cañón, inasequible al desaliento.
Bien, mis sanfermines, tal como auguré el domingo pasado están siendo tranquilos, muy tranquilos. Aunque esto lo leeréis el día 9, yo lo estoy escribiendo los días 7-8 por asunto de calendario interno, así que solo podré contaros un par de días.
El chupinazo lo viví tranquilo, invitado en un céntrico piso desde el que se apreciaba el ambiente del final de la avenida del Unificador y aledaños de la Plaza del Castillo. Nuestros anfitriones nos agasajaron con un completo aperitivo y el ambiente, entre amigos de toda la vida y unas cuantas chicas llegadas de Madrid, Bilbao y Donosti, fue alegre y combativo, lo dimos todo y tras dos horas de cánticos y risas nos echamos a la calle donde rematamos la mañana. Un afamado restaurante de la ciudad se encargó de la pitanza. Por la tarde, tras mi paso por el set de Navarra TV donde tengo-tenemos una cita diaria a las 17:40 para ver y comentar imágenes de sanfermines del ayer, dirigí mis pasos hacia la Monumental Pamplonesa, en donde ocupé una privilegiada localidad de sombra, dispuesto a ver las evoluciones de caballeros y caballos en la corrida de rejones. El cielo había pasado por Elósegui y se había comprado una txapela aundi eta beltxa y, con ella calada, amenazaba con caerse sobre nuestras cabezas, como así sucedió. Antes de caer el primer burel al que Pablo Hermoso de Mendoza, ese centauro de las orillas del Ega que ha marcado un antes y un después en el mundo del toreo a caballo, había corrido con arte, la pañí hizo acto de presencia y los tendidos comenzaron a vaciarse, yo ya no volví a entrar, me fui para casa, a donde llegué empapado y cabreado. Refugiado en mis cuarteles vi tras los cristales como caía el diluvio, lo cual me hizo dar por terminado el día 6.
Y llegó el día grande, el del Patrón , madrugué para ver el encierro, me levanté a las 7:50 y me encaramé al vallado de mi sofá desde el que se ve todo el recorrido sin riesgo alguno, fue un encierro limpio este de la Palmosilla, incluso aburrido, a mí me gusta que los encierros tengan picante, sin tragedia pero con momentos de riesgo , toros rezagados, carreras al límite, un toro que se vuelve y no obedece ni a cabestros y a pastores y va derrotando y limpiando el vallado, en fin, ¿qué os voy a contar?, lo que viene siendo un encierro de 5, 6 minutos con bien de gritos desde los balcones, bien de héroes en el adoquín y bien de quites del Santo Moreno. Tras la carrera de la vida y la muerte dediqué unos minutos a mis aseos diarios y salí a pasear. El cuerpo no lo tenía yo para aglomeraciones y hablé con el Santo en una conexión particular que Él y yo tenemos y le pedí licencia para no ir a verle en su anual desfile por las calles de la vieja Iruña, la licencia me fue concedida y me fui al sitio más tranquilo que la ciudad me podía ofrecer: mi camino serpentín que desde Beloso me lleva al río. No os podéis imaginar cómo estaba. La abundante agua caída el día anterior y el tibio sol de la amanecida provocaron una explosión de vida, color y olor en todo su recorrido. Descender por él era un regalo para los sentidos. No me crucé con nadie. Encontré justo la paz y la soledad que buscaba. Crucé la pasarela y me dolió ver que la tormenta había arrancado de cuajo un gran chopo que yacía sobre el lecho del agua. Llegué a terrenos de la Magdalena y anduve hasta el puente románico para cruzar el rio con la solemnidad que el día merecía y vaya si lo conseguí: al llegar al puente comenzaron a tañer, repicar y voltear las campanas de la Catedral, María, Gabriela y sus compañeras anunciaban a la ciudad que el Santo estaba en la calle. A sus sones atravesé el puente ciertamente emocionado. Sonaban sobre mi cabeza.
Una vez al otro lado del río tomé la llamada calle Playa de Caparroso, en la que un montón de furgones viviendas habían montado una envidiable localización sanferminera y en cocinas y hornillos se preparaban sus huevos fritos y sus cafés, unos, o dormían a pierna suelta otros, y me dirigí hacia el ascensor que tomé para subir a la realidad. Llegué a la plaza de toros y los sanfermines se hicieron presentes. Me acerqué a las taquillas para mercar un par de entradas para el apartado al que asistí a su hora, como luego veremos. Cumplido el trámite con el taquillero, pasé por la Navarra donde un pincho de tortilla me dejó como nuevo. Me acerqué a casa me puse de blanco y rojo y más bonito que un San Luis me eché a la calle a disfrutar de las fiestas de mi pueblo.
En el apartado pensaba yo que habría poca gente, que estarían todos en la procesión, o en el momentico o en cosas de esas, pero quiá, en San Fermín hay gente para que haya mucha gente en todos lados, estaba petao, pero, bueno, ya estuvimos, y estuvimos un rato en el cuartico de la meca con la “gentelmundoltoro” y nos hicimos fotos con Espartaco y con Padilla, Dios que paciencia tienen, y nos tomamos unas cañas y unos lomos y unos jamones y tan a gusto, oyes, nos fuimos para lo viejo. Gente, gente, gente y más gente. Acabamos en la calle Campana, esa calle es deliciosa y tiene un par de bares a tener en cuenta.
Comimos tranquilos en familia y tras mi intervención televisiva fuimos a los toros a estrenar unos abonos que compramos la Pastorcilla y yo sin saber dónde estaban ubicados. Quien nos los vendió nos aseguró que estaban en grada junto a La Pamplonesa. Entramos por la puerta que lleva esa localidad y la acomodadora nos dice: uyyyy, tienen que ir hasta el otro lado. Total, que anduvimos, anduvimos y anduvimos, pasamos una peña y otra y otra y saludamos a uno y a otro y por fi llegamos a nuestras localidades que están al final de sol, justo al lado de la Alegría de Iruña, lo que nos hizo revivir tiempos de juventud, y estuvimos encantados y cantamos a voz en grito el Rey y la Chica Ye-Ye y todo lo que la mocina tenía a bien interpretar y bailamos y saltamos. No nos mojamos con vino, pero eso tampoco hacía falta.
La corrida fue sosa, sosa, sosa, ni una oreja, ni una vuelta al ruedo, ni una ovación y lo que aún es peor, ni una bronca, o sea, plana, anodina, se vieron cositas sueltas, pero na.
Un par de cañas fueron el nexo de unión entre los toros y los fuegos artificiales. Tras estos a casa.
Hoy sábado he vuelto a madrugar, he vuelto al vallado de mi sofá y el encierro ha pasado en un santiamén, ni un mal susto, ni una mala caída. Una mierda.
Aún quedan muchos. Espero que el parte de heridos siga en blanco.
Besos pa tos.
Facebook : Patricio Martínez de Udobro
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