Hola personas, bueno, por fin, todo tiene un final, y mis males han pasado al capítulo de la historia. “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa”. Decía santa Teresa de Jesús y así es.

Bien, pues aprovechando y celebrando mis renovadas facultades, esta semana me he dado un par de paseos para ponerme a prueba y los dos han dado un resultado positivo.

Pero antes de entrar en caminos y veredas quiero despedir desde aquí a una persona que esta semana nos ha dicho adiós. Quiero dejar un mensaje de pésame a toda la ciudad por el fallecimiento de Mari Ganuza. Pamplonés de esos que sale uno de cada cuatro generaciones. Yo debo de ser de los pocos pamplonicas que no lo conocían, sabía quién era y sabía de su labor, pero nunca coincidimos, nunca lo traté, lo cual no quita para que, como conciudadano, lo haya sentido y desde aquí diga que esta semana todos hemos sido un poco Josephamunda. Tipos como Ganuza no sobran y, cuando se van, dejan un vacío muy grande, porque cuando están ocupan un espacio muy amplio. El Ayuntamiento ha estado rápido y ya ha destinado un espacio público para darle su nombre, va a ser el parque de San Jorge en el homónimo barrio. Me parece bien, pero yo hubiese buscado algún rincón en la parte vieja por donde pasen los gigantes y cuando lo hagan puedan bailar una pieza en su honor. Por ejemplo el rincón que hay en la calle Descalzos entre el Convento y el bar Txiki, o el espacio que se crea entre Ansoleaga y Campana, donde está la famosa chincheta, o el espacio que se forma entre el Museo y la calle Jarauta o algún otro pedacito de su querido Casco Viejo que lo tenga presente.

Y ahora vamos a ver mis andanzas. En el primer paseo recorrí un sendero que ya había recorrido otras veces y que sé que es llano, agradable, cómodo y muy cercano. Muchos lo conocéis y seguro que estáis de acuerdo conmigo. Nos acercamos sobre ruedas hasta la vecina Noáin, una vez pasado el pueblo hicimos izquierda y dejamos el coche entre las últimas casas y la serrería. Allí empezó la prueba. Empezamos a andar y nos dirigimos hacia el gran acueducto, en pocos metros estábamos frente a él. La gran infraestructura que se levantó en 1782 siguiendo los planos de Ventura Rodríguez y los conocimientos técnicos y prácticos de Santos de Otxandategui. El mismo dúo que años más tarde levantaron la fachada neoclásica de la Catedral de Pamplona. La obra de ingeniería era necesaria para llevar el agua desde el manantial de Subiza, en la falda del Perdón, hasta los depósitos de agua de la avenida de San Ignacio. Subiza abasteció a la ciudad de agua hasta 1895, año en el que fue sustituida por el de Arteta. El camino elegido es tranquilo, muy suave, discurre entre tierras de labor hasta llegar al río Elorz que lo atraviesa justo a su paso por debajo de la autopista. El lugar no es precisamente el Irati, es lugar de cemento y obra que canaliza el curso del agua, pero aun así el río pasa alegre y cantarín, entre troncos y piedras, formando crestas de espuma blanca que ponen luz a la estampa, y toda esta dicharachera corriente desemboca en un remanso que invita al baño. Cruzamos el río por una pasarela que hay para tal fin y seguimos camino que ahora discurre con el río a nuestra izquierda. Al rato llegamos a otro puente que nos invitaba a cambiar de orilla, pero rehusamos su oferta y seguimos por la trocha dirección Imárcoain, a donde llegamos en un pispás. Nuestra idea era atravesar el pueblo y llegar al vecino Oiz para visitar su palacio, aquel en el que el jueves 19 de noviembre de 1592, tal y como nos cuenta la historia, se hospedó Felipe II: “…hasta a dos leguas de Pamplona, en una casa grande, que está en la mitad del campo llamado Oiz, que pertenece a un caballero particular, donde su Majestad se detuvo la noche, y su gente enrededor en muchos pueblezuelos que están en esta comarca…”. Dicho palacio tenía en sus paredes unas grandes grisallas que representaban la batalla de Mühlberg, en la que el emperador Carlos I dio sopas con honda a los luteranos de la Liga Esmalcalda en 1547, y que hoy en día podemos admirar en el museo de Navarra. Llegar allí era nuestro plan, pero todo nuestro gozo se vio sumido en un pozo cuando, al preguntar a unos amables vecinos por el camino adecuado para alcanzar tal empresa, nos dijeron que no era posible porque entre un pueblo y otro se alza la ciudad del Trasporte y estando toda ella vallada es infranqueable. Así que desistimos y nos dimos un paseo por allí, vimos su iglesia de San Martín, típico y sencillo templo rural del siglo XII, vimos alguna otra casa hidalga y el resto es nuevo pero limpio, tranquilo y ordenado. Nuestro olfato nos guió hasta el frontón ya que allí se encuentra el asador Iturmendi, que en una soleada terraza nos sirvió unas cañas y unas txistorras que no dieron la vida. Tras la pitanza, desanduvimos lo andado, tomamos la nave y volvimos a la urbe con la alegría de saber que mis remos volvían a funcionar. ¡Aleluya!

El segundo paseo de esta semana fue el miércoles y lo llevé a cabo montado en una bicicleta de la municipalidad. Desanclé una máquina de la estación de la Plaza de la Cruz a las 14 y 20 horas y, cuando ya llevaba algo andado, me di cuenta de que tenía poca batería, así que me dije: cuesta abajo gasta menos, y tomé la cuesta de la Txantrea, con intención de cambiar allí el vehículo. Bajé a placer y una vez allí busqué otra estación, ésta estaba en la calle san Cristóbal, llegué, pero solo había una bici y rota, así que hube de buscar otra y la más cercana estaba en Orvina, no llegaré, pensé, y así fue, cuando ya llegaba a la avenida de Villava a la altura del parque del Mundo, el artefacto feneció y hube de pedalear unos metros hasta llegar a la estación en la que me esperaban bicis para elegir. Tomé una bien llena y volví a cruzar a la Txan para darme un buen paseo por entre sus viejas calles, las primeras, las históricas. Hacía mucho tiempo que no paseaba por allí, siempre me han dado envidia, han quedado unas calles tranquilas con sus casitas bajas y sus huertos, o bien las casas posteriores que tienen jardín particular entre bloque y bloque. Me costaba ubicarme porque en mis tiempos eran calle Rueda, Armendáriz, Mayo y ahora tienen nombres de pueblos y cendeas, pero sí reconocí sitios muy peculiares como la plaza del Félix o esa otra construcción semicircular, hoy llamada Unai Salanueva, en la calle de la Cuenca de Pamplona.

Tras recorrer y recordar, por detrás de las piscinas llegué a Alemanes, pasé a Aranzadi, y salí al parque de la Runa que, no sé si era cosa mía, pero, me pareció que aun huele a hamburguesa. Crucé el puente de la Rotxa y subí la cuesta del encierrillo que me dio entrada a la ciudad vieja.

El resultado también fue bueno.

Y me alegró.

Besos pa tos.

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