la semana ha venido marcada por una frivolidad en materia muy sensible: la lucha contra ETA y la prevención de atentados. El propio Patxi López ha hecho algo parecido a apagar la hoguera que su mano derecha en el Parlamento, José Antonio Pastor, encendió. Bombero y pirómano; poli bueno y poli malo.
Pero estas dudas que el españolismo ha ido sembrando sobre la eficacia de la Ertzaintza no son nuevas y obedecen, en realidad, a un recelo de quien no entiende que el nacionalismo vasco pueda dirigir un cuerpo policial con un claro compromiso frente a ETA. Tiene su lógica: si se insinúa durante años que el nacionalismo vasco coquetea con ETA, también hay que insinuar que frena a la Ertzaintza en la tarea de perseguirla. Pero hay algunos casos que no aguantan esta lógica perversa.
El 18 de mayo de 1998 un artefacto explosivo le estallaba en las manos a Urko Labeaga cuando pretendía colocarlo en una central de telefónica en Getxo. En la memoria del teléfono figuraban las pistas que condujeron a la Ertzaintza a la desarticulación del comando Bizkaia en junio de ese mismo año. El resultado fue la condena de todos los detenidos en una operación en la que murió Inaxi Zeberio. La Justicia consideró que los agentes actuaron en legítima defensa y cerró el caso.
El nombre de Urko Labeaga, que fue condenado a 42 años de prisión, había aparecido en una lista de nombres que la Guardia Civil se incautó en Francia y que no compartió con la Policía vasca. Sí fue comunicado a la Policía Nacional que durante un año le siguió la pista sin hallar nada sospechoso.
Aquel 18 de mayo, la Ertzaintza comunicó al resto de fuerzas de seguridad la identidad de la persona que trataba de colocar el artefacto y el resultado fue una redada espectacular que llevó a cabo la Policía Nacional en el entorno más cercano del detenido. Todos los arrestados fueron puestos en libertad sin cargos al día siguiente.
La Ertzaintza continuó mientras tanto con sus pesquisas que le llevaron a aquel piso en Gernika en el que se produjeron las detenciones, el tiroteo y la desarticulación del Comando Bizkaia de ETA. Juan Mari Atutxa, entonces consejero de Interior, en la comparecencia en el Parlamento vasco en la que explicó los pormenores de la operación, ya hizo referencia a que fue la "casualidad" la que llevó a la desarticulación del aquel comando.
Conclusión: la Guardia Civil y la Policía Nacional ocultaron el nombre de un sospechoso a la Policía vasca, a la que se le ha negado también poder participar directamente en las investigaciones abiertas en virtud de los Acuerdos de Seguridad de Schengen.
Esta sombra de duda que durante años ha venido sembrando el PP y el PSOE sobre la eficacia de la Ertzaintza, o sobre el compromiso de sus responsables políticos en la lucha contra la violencia, ha desembocado en esas declaraciones de José Antonio Pastor. No es que sean inoportunas, es que son injustas. Y si uno aplica el sentido común y se pregunta por qué dice Pastor estas cosas, el aluvión de hipótesis afea aún más estos comportamientos.
Certidumbres y sospechas
Me advierte un profesor de Sociología sobre varias cuestiones del tan comentado último Euskobarómetro en el que el Gobierno de Patxi López sale muy mal parado. Son dos advertencias que caminan en dos direcciones: la primera, para relativizar la importancia de la encuesta; y la segunda, para constatar que eso de que la ciudadanía ha asumido tan rápido el cambio que aún no lo valora es una barbaridad científica.
Esta segunda constatación sólo aquilata la imagen de Patxi López como un político de escaso bagaje cultural y nulo aprovechamiento académico. Lo ha confesado él, casi haciendo alarde de ser un mal estudiante, en la revista 943: "como me presenté en la carrera de Ingeniería sin saber hacer una derivada, el primer año sólo aprobé dibujo". Y no acabó la carrera, por eso salió por peteneras cuando le preguntaron por el principio de Arquímedes.
La cosa no es grave si uno admite, con modestia, sus limitaciones. Pero la cosa se complica cuando se trata de sentar cátedra en materia en la que uno es absolutamente lego. Y algo de eso sucedió cuando ante los altos cargos de su Gobierno tuvo la osadía de pronunciar esta suculenta frase: "Si queremos ver cómo serán los líderes políticos, sociales y económicos de Euskadi dentro de diez años, sólo tenemos que darnos una vuelta por nuestras universidades". El chiste es fácil: para encontrar a Patxi López hace veinte años, había que buscar en la cafetería de la Facultad.
Pero la llamada del sociólogo trataba de prevenir ante el repentino encumbramiento mediático de una encuesta, el Euskobarómetro, sobre la que se han sembrado dudas por el sesgo ideológico de su director, el profesor Paco Llera, destacado miembro del entorno socialista vasco. La reflexión viene a ser la siguiente: si durante los Gobiernos de Ardanza o Ibarretxe el nacionalismo vasco recelaba de los resultados, no parece muy coherente que ahora se haya convertido en un argumento recurrente de su labor opositora.
Hay más. A este sociólogo le parece cuando menos discutible desde el punto de vista deontológico que su colega Llera dirija una encuesta y acto seguido, en declaraciones a el diario El País, aconseje al Gobierno de López sobre cómo corregir esos datos tan adversos. Según Llera "el Gobierno debía haber transmitido que ha entrado en una etapa difícil, que está condicionado por un presupuesto restrictivo, pero que a partir del Presupuesto que ha aprobado va a marcar sus prioridades y está buscando acuerdos para salir de la crisis". Parece que le escuchan.