Clemente Bernad (Pamplona, 1963) quiso mirar de “una manera más profunda” lo que tenía más cerca, sabedor de que esa predisposición, en la Euskal Herria de los años ochenta y noventa, como fotógrafo freelance, le podría acarrear “sospechas”. El viejo escrutinio del conmigo o contra mí, del que aún quedan cicatrices, pendientes de una mirada más integral sobre los derechos derechos humanos. Ahora está a punto de presentar un libro recopilatorio, “territorio” de su “discurso sobre el conflicto vasco”. Un ambicioso, por profundo, recorrido por un paisaje pretérito entreverado de dolor y miedo que carcomía nuestra sociedad. “Estábamos embrutecidos”, rememora el autor. Este libro es un repaso conexo de un tiempo muy duro a base principalmente de fotografías, la gran mayoría suyas, y otras encontradas en la redacción clausurada de Egin, de años anteriores. También hay textos de distintas autorías, firmados y sin firmar, encargados para esta edición de 787 páginas. “No hay que promover silencios en absoluto, por ningún lado”, subraya Bernad, con el que hablamos largo y tendido.

La imagen que ha seleccionado para la portada tiene carga de intenciones.

–Conecta con la idea del ‘cerca de aquí’. Era una pegatina que había en el portal de mi casa en la Rochapea, de un preso del barrio, hasta que alguien decidió arañarla. No ha sido un conflicto ajeno, sino que lo has tenido en la puerta de tu casa. En tu propio portal. 

“Tantas muertes, tanta muerte por todas partes”, se lee en uno de los textos. Usted retrató los féretros de unos y de otros.

–Sí, a finales de los ochenta vi que eso que estaba pasando en el lugar en el que había nacido y vivía era absolutamente tremendo, y sentí la necesidad muy visceral de contarlo. Muertes, atentados, detenciones, incidentes en las calles todo el día. Un desasosiego tremendo, una presencia de la violencia constante, un clima desastroso. Atxaga escribe uno de los textos, aunque sin firmar, y utiliza una palabra que expresa muy bien esa sensación: abismalidad. De estar todos situados como al borde de un abismo, y no saber qué hacer. Fue lo que me animó a empezar esto, y tomé una decisión sobre cómo contarlo, en qué fijarme.

Los ataúdes eran la imagen más desgarradora de aquello.

–Pero también a veces estereotipada. La representación que yo veía en los medios era muy deficitaria. Esa desazón , esa inhumanidad y abismalidad yo no la veía en ninguna parte. Nada de eso. Lo que veía era una opacidad terrible y algo que faltaba. Había un relato oficial visual. Intenté, no sé si lo conseguí, romper la representación normalizada. Ocupar un lugar en el que habitualmente no se esperaba que ocupase un fotógrafo de prensa. 

¿Ser testigo de tanto sufrimiento endurece?

–Yo creo que no. Qué va. Llegó un momento en el que me desanimó mucho. Pasaban los años y las cosas no avanzaban.

“Lo que pasaba a finales de los ochenta era tremendo, la sensación era de estar todos al borde de un abismo y no saber qué hacer”

Será muy consciente de que palabras y fotos se escrutan, en este y en otros temas traumáticos, para colocar al autor a uno u otro lado. 

–Ese ha sido uno de mis grandes caballos de batalla cuando he enseñado estas fotos durante muchos años. Siempre, y es una de las características de este conflicto, ha habido quien, y no poca gente, que acaba contabilizando, porque tiene ese conflicto. A mí esta palabra me gusta, porque la entendemos todos, y lo otro es buscar unos eufemismos muy interesados a veces. Gente que busca la contabilidad, hay 10 de esto y 10 de lo otro, en vez de hacer una reflexión más profunda sobre qué estaba pasando realmente. Ese proceder es muy maniqueo para mí.

También hay quien tira de eufemismos como ‘acción armada’.

–Claro, manipulación es una palabra importante en este trabajo, porque se ha ejercido con absoluta generosidad, pero por todo el mundo, eso está claro.

“Este ha sido el lugar de los grandes silencios”, escribe en su prólogo. ¿Qué posos persisten?

–Para mí el silencio es el vector principal de este conflicto, y creo que siempre viene del miedo. El miedo produce silencio. Y el silencio es lo que más ha cubierto todo. Un trabajo como el mío o una reflexión escrita o visual de cualquier persona tiene que tener como objetivo luchar contra el silencio. Tampoco como un apostolado, yo no creo en eso, pero sí poner tu voz junto a muchas otras. Había cosas invisibles para todos, que siguen siendo invisibles ahora mismo, que eran auténticos tabús. Por ejemplo, si un miembro de ETA moría en un enfrentamiento, parecía que no tenían familia o un duelo, eso no podía formar parte de ningún tipo de discurso, de relato, ni mediático ni de ningún otro tipo. O los viajes constantes de cientos de autobuses a las cárceles. O que tras el cierre de Egin, su director estuvo 7 años en la cárcel. ¿Usted cree que alguien sabe eso? Yo creo que no.

“Un trabajo como el mío, o una reflexión escrita o visual de cualquier persona, tiene que tener como objetivo luchar contra el silencio”

Algo muy atendido fue la kale borroka, con quemas de autobuses, cajeros... Cuando eso terminó, aún se volvió más absurdo.

–Sí,es posible. La representación normalizada de la kale borroka era siempre similar, me planteé hacerlo desde un punto de vista diferente. No desde dentro, esa expresión no me gusta, pero sí desde un lugar distinto. Esa kale borroka condicionaba mucho.

Cundió la idea de que esto era irresoluble. 

–Cundió, cundió. 

Y que la única salida era una negociación.

–Sí, fue muy discutido, pero todos los Gobiernos negociaron al final.

El final de ETA seguramente no se imaginaba así en los ochenta.

–Para mí esa fase final de resolución fue casi como un proceso de maduración social. La parte de la sociedad que apoyaba políticamente a ETA y a otras organizaciones se dio cuenta de que no.

¿Empezó con el asesinato de Miguel Ángel Blanco?

–Posiblemente. Sobre todo la parte social que apoyaba eso, que termina forzando a ETA a desaparecer. Fue más eso que una derrota policial. Hay un texto que dice que gran parte de la sociedad estaba en una posición de fuerza sin ninguna incertidumbre, cerrando filas, y contra ese cierre de filas hubo alguien que dudó. Esa duda seguramente está en el fondo de esa maduración social. Y llegó a quien tenía que llegar.

Otro asesinato que recuerda fue el de Tomás Caballero, aún más cercano, como pamplonés...

–Para mí fue muy difícil cubrirlo. 

Una palabra que se puede extraer en el libro: podredumbre.

–Porque era podredumbre realmente. Yo creo que ahora todo el mundo asume que aquí había una situación de podredumbre.

Para los que perdieron un ser querido, que ya no volverá...

–Hay un texto que dice que algunos lo perdieron todo. Y es así. Hay otra frase que me gusta mucho: “Quién no escucha el silencio de los muertos”. Pero de todos los muertos, claro. En la batalla por el relato hay que atender a todo el mundo. Es importante que no se oculte a nadie, y en el caso del conflicto vasco es una tentación, muy grande. Emilio Silva reivindica en este libro, y yo también, verdad, justicia y reparación para todas las víctimas. Creo que aún no estamos en ese punto. Y no sé por qué. Estamos desde luego mucho mejor que antes, pero hay que hacer el relato. Las historias son de todos, al final hay que compartirlas. Y estamos aún en ese momento de no saber qué hacer con la historia.

“La historia avanza sobre la maduración y las necesidades, tenemos que cuidarla y saber qué pasó aquí”

A los muertos normalmente se les va olvidando.

–Sí, claro, pero eso es lo que no puede ser, porque forman parte de nuestra historia, tenemos que aprender de lo que ha pasado. Un trabajo documental como el mío o el de muchos otros, si alguna finalidad tiene, es luchar precisamente contra el olvido y el silencio. Hay un texto, por ejemplo, que hace referencia en el Memoria de Víctimas que hay en Vitoria. A la persona que lo escribe le invitaron a ver el zulo de Ortega Lara, pero nunca le han invitado a ver los sótanos de Intxaurrondo. Hay enormes lagunas que forman parte de ese silencio. Yo creo que esos sótanos donde seguramente fue asesinado Mikel Zabalza tendrían que formar parte del relato.

Una noticia reciente de calado: el fin de la dispersión.

–Un proceso que nunca tenía que haber comenzado, fue un ejercicio de control y de castigo a las propias familias de los presos. Esas familias son víctimas de un conflicto y nadie las reconoce como tales. Habrá las que compartan un planteamiento ideológico con su familiar preso, y muchísimas otras que no lo compartan en absoluto y han sido castigadas. ¿Pero quién considera a las familias de los presos de ETA víctimas del conflicto? Y tienen que formar parte en esa estantería de víctimas. La dispersión se mantuvo con arrogancia por el Estado, y seguramente ha desaparecido en parte por esa maduración social y política, aparte de que ETA ya se disolvió y no existe, era absurdo mantenerla.

“Una salida era posible y ha sido posible” dice uno de los textos. 

–La historia avanza así, sobre la maduración y las necesidades. Tenemos que cuidarla y saber qué pasó aquí.

“Falta un recorrido tremendo del Estado con sus propias estructuras”

"Me parece que este conflicto se está simplificando mucho, habiendo transcurrido tan poco tiempo”, expresa Clemente Bernad, que ahonda en más aspectos que rodean directa o indirectamente su libro. 

Incluye una fotografía de la radiografía del cráneo de Miguel Ángel Blanco tras ser asesinado, que la tuvo que retirar hace años de una exposición en el Guggenheim. 

–Emilio Silva repite que a su abuelo lo mataron como a Miguel Ángel Blanco. Pero nadie hizo nada por él hasta el 2000, y ni siquiera la última Ley de Memoria Democrática, les aporta en mi opinión a estas víctimas ni verdad, ni justicia ni reparación. Hay un desequilibrio. Respecto a esa fotografía, fui instrumentalizado, de forma completamente inopinada. He decidido incluirla, porque es respetuosa con la víctima, cuenta un acto tan violento como fue su asesinato, con un grado de información muy importante e impactante, pero sin verle la cara ni sangre. Para mí reúne todas las características para estar dentro. 

Radiografía que mostró el hospital al que le condujeron. 

–Sí, sí, delante de 20, 40 o 50 periodistas que estábamos allí. Hubo una polémica tremenda y se dio por terminada por algunos cuando El País decidió publicar una foto de la misma radiografía hecha por un fotógrafo suyo. Ahí se vio cómo había sido instrumentalizado completamente. La postura en ese caso de la Fundación Miguel Ángel Blanco y de la AVT para mí fue ruin. E incluyo esa foto en el libro precisamente porque para el conflicto fue un momento importantísimo, y para mi trabajo y para mí también, me marcó un poco.

Venimos de una HB que no quería estar en algunas instituciones. Hoy Bildu colabora en la gobernabilidad progresista en el Estado. Muchos no lo hubiesen creído. 

–Está claro, pero los tiempos, las necesidades y los actores cambian, es normal. Creo que ha sido un proceso social.

Opta por comenzar su prólogo con la declaración que leyeron en Aiete Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodriguez en 2021.

–Para mí es un momento importante, la verdad, con motivo de ese aniversario, y se generó otra vez ese conflicto: No, no es suficiente. Sí, sí lo es. Esto humilla a las víctimas... Una especie de pescadilla que se muerde la cola. Al empezar por ahí también quiero hacer referencia a esa especie de maduración de esa parte de la sociedad que igual apoyaba esa violencia y que decidió no hacerlo. 

“En el caso de Mikel Zabalza la actuación del Estado es completamente contraria a los pilares de la justicia transicional”

¿Qué proceso cree que le toca hacer al Estado sobre el GAL?

–No lo sé, pero tiene que cumplir esas tres patas de verdad, justicia y reparación. No solo sobre grupos terroristas, como el GAL, Batallón Vasco Español, la Triple A, sobre terroristas incrustados en el Estado. Qué tiene que hacer el Estado con sus propias estructuras. Ahí falta un recorrido tremendo. Los sótanos de Intxaurrondo forman parte de esas estructuras del Estado. Es la Guardia Civil. La tortura se ejerció en dependencias policiales. 

El ascenso del guardia civil Arturo Espejo ha dejado sensación de burla en la familia de Mikel Zabalza. Refleja un sintomatología.

–El delito sobre Mikel Zabalza se comete en el año 85, y conecta directamente con las estructuras del franquismo. Habían pasado solo diez años desde la muerte de Franco. Pasó en dependencias del propio Estado, en el cuartel de Intxaurrondo. Luego vino esa manipulación tremenda del ministro del Interior, para tapar aquella historia como fuera. Y aquella frase tremenda que marca aquel momento de forma brutal, cuando la madre de Mikel Zabalza fue a Intxaurrondo y alguien le dice que vaya a buscarlo a objetos perdidos. Pero en este momento, muchos años después, cuando la dispersión ha terminado, hay una actuación del Estado completamente contraria a los pilares de la justicia transicional. No hay ni verdad, todos son falsedades, no hay justicia ni reparación. Se hace lo contrario, se premia, se asciende y se condecora a este guardia civil que todo indica que estuvo implicado. Es una gestión del conflicto a estas alturas de la película completamente deficiente. Hay categorías de víctimas. Crímenes que se investigan, como debe ser, pero otras víctimas no tienen ni verdad, ni justicia ni reparación. Este ascenso, coincido con la familia, es una burla, porque para mí estaría tipificado como enaltecimiento del terrorismo del asesinato de Mikel Zabalza y una humillación a las víctimas. Esa madurez necesita de equilibrio. No puede ser que pase esto.

Usted dejará reproducir su libro.

–Sí, creo en la cultura libre. Hay que compartirla. Me parece básico y fundamental. Ese creative commons permite reproducirlo citándolo, no modificándolo y no comerciando con ello. 

Portada del libro Cedida

EL LIBRO

Lanzamiento en mayo. El libro, de 787 páginas y 470 fotos, saldrá en unas semanas a un precio de 50 euros. Con “la máxima calidad de papel e impresión”. Entre los colaboradores de la edición está la Fundación Rosa Luxemburgo. 

Reproducción libre. Se puede reproducir citándolo, no modificándolo y no comerciando.