Era una muerte anunciada antes de conocerse el desenlace, pero el bofetón de las derechas con su mayoritario rechazo a la reducción de la jornada laboral ha sonado muy fuerte en la cara del Gobierno de izquierdas. La intencionalidad política del PP y Vox y la sumisión de Junts a los deseos de la poderosa patronal catalana Foment del Treball se aunaron puntualmente para propiciar una derrota que debilita a Pedro Sánchez, marchita a Yolanda Díaz, les deja sin su proyecto de referencia, y aviva la inestabilidad más si cabe en un contexto distorsionado por las decisiones judiciales.

No ha sido un miércoles cualquiera ni dentro ni fuera del Congreso de los Diputados. Por la mañana, solo había espacio para la tensión, la hostilidad y la ansiedad en los pasillos y los escaños. En los alrededores, el clamor sindical que tampoco convulsionó la circulación; y a apenas seis kilómetros de distancia, el paseíllo cada más incómodo e irritante para la imagen ética de la esposa del presidente. 

Seguía muy fresca la herida del juicio que espera al Fiscal General, Begoña Gómez iba camino de los Juzgados de la Plaza de Castilla y la primera esposa de Ábalos seguía esparciendo imputaciones escabrosas a quien la quiera entrevistar. Un decorado rociado de gasolina. Los experimentados voceros pirómanos lo aprovecharon como acostumbran. Todavía les quedaba la juerga de la tarde.

En el control al Gobierno nadie se salió del manoseado guion en torno a la corrupción. Tal vez Feijóo pisó un poco más el acelerador al augurar que, en realidad, "a Sánchez le puede el miedo a los jueces, a los medios, a los socios y a la gente". Tampoco alteró el ánimo del aludido, quien le recordó "su deslealtad con el Poder Judicial y con el rey", usando conversaciones privadas que luego La Zarzuela ha negado, "su posición ante la emergencia climática y el insulto". El debate de la marmota. Solo a EH Bildu le preocupó la situación de la vivienda, a Idoia Sagastizabal (EAJ-PNV) la atención a los menores con enfermedades graves y a Coalición Canaria el colapso aeroportuario en el control de pasaportes.  

Ni siquiera el almuerzo aplacó los decibelios. Bastó el encarnizado debate sobre el caos ferroviario para recuperar las agresiones verbales, las descortesías de manual y las frases hirientes. El caldo de cultivo más enfervorizado, al que contribuye el ministro Óscar Puente con su desparpajo habitual, y así encarar a pecho descubierto el combate estelar: la reducción de jornada. 

MISIÓN IMPOSIBLE

La salsa estaba para entonces en los corrillos previos a una votación anunciada de víspera (177 votos, dos por encima de la mayoría absoluta). Desesperación en Sumar. Habían resultado estériles todas sus invocaciones previas a Puigdemont y a los negociadores de Junts. Quedaba sin premio en el momento más necesario que la vicepresidenta hubiera abierto fuego con las visitas de pleitesía a Waterloo. Es que no se trataba de una cuestión política para este grupo independentista. Los socialistas siempre intuyeron con fundamento que los neoconvergentes acabarían anteponiendo los deseos del lobista empresarial Sánchez Llibre, a quien les une un rosario de intereses. Por eso expandieron rápidamente los mecanismos del argumentario para desactivar la interpretación política de la derrota. En su descarga, lo completaron recordando las mejoras sociales que jalonan la gestión de este Gobierno y las que vendrán a corto plazo. Toda una muesca de afecto hacia la desconsolada Yolanda Díaz, que sufre así un varapalo espectacular en unos momentos de acusada debilidad interna. En esta ocasión, no tuvo la suerte de aquel voto erróneo que salvó la reforma laboral.

37,5 HORAS

Más allá de distracciones interesadas, el fracaso de reducir a 37,5 horas la jornada laboral provoca una catarata de derivadas de hondo alcance. De entrada, la coalición de izquierdas acusa sobremanera el contundente golpe asestado a uno de sus proyectos de referencia, que quizá no vuelve a asomar por las Cortes. Muerde de nuevo el polvo ante las fuerzas de derecha tras aquella derrota en materia fiscal del pasado mes de diciembre, posiblemente por idénticos motivos. Esta vez, populares y Abascal mantienen su inquebrantable deseo de ver arrodillado a Sánchez, y en el caso de Junts sencillamente vuelve a abrazar su liberalismo económico apropiándose, de paso, del protagonismo que siempre ambiciosa. Ni se inmutaron por las duras descalificaciones recibidas, sobre todo por la defensora del proyecto, enérgica desde el atril. 

Sin Presupuestos a la vista, para ganarse su solvencia a Sánchez apenas le queda el escenario internacional, que no es poco porque lo maneja con destreza. Y a Sumar, que su desastre no vaya a más. Así las cosas, el resto de los apoyos de la investidura asisten inquietos a tanta debilidad, aunque con la confianza de que el presidente va a aguantar. No obstante, admiten que la contaminación ambiental empieza a resultar insoportable. Hay demasiadas piedras angulosas por el camino. Las semanas hasta el juicio a García Ortiz supondrán un viacrucis, al que acompañarán nuevas entregas de la UCO debidamente elegidas.