¿Sabías que ya se han detectado microplásticos en la leche materna, el cerebro humano o el semen? El catedrático Nicolás Olea advierte sobre el riesgo de los microplásticos y disruptores endocrinos en el cuerpo humano, afirmando que están presentes en gran parte de nuestro entorno diario. Destaca el impacto de la exposición a tóxicos desde la infancia, sugiriendo una posible relación con la prematura aparición de enfermedades como el cáncer de mama en mujeres jóvenes.
PERSONAL
Nicolás Olea es catedrático de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada. Es médico del Hospital Clínico San Cecilio y ha sido profesor e investigador en instituciones internacionales como el Institut Jules Bordet de Cancerologie Mammaire de Bruselas o la Tufts University del New England Medical Center de Boston. Además, es experto evaluador en programas de investigación de Dinamarca, Francia y la Unión Europea en Disrupción Endocrina y en el Comité SCENHIR sobre riesgos emergentes.
Los ensayos clínicos no atendían el género. Si embarazadas y lactantes son los máximos corneados por la toxicidad del petróleo y metales. ¿Tomarán en consideración sus recomendaciones?
Es cierto, la incorporación de la mujer en ensayos sobre la toxicidad de un medicamento ha sido casi nula. Se rechazaba reclutarlas en época fértil, porque a medio ensayo podían quedarse embarazadas y el experimento declinar. Hasta hace poco no se ha considerado el sesgo hombre/mujer en esos ensayos clínicos. Al separar por hombre/mujer se observó la enorme diferencia frente a los contaminantes y la susceptibilidad individual, no genética, sino por género. Por ejemplo, en la enfermedad tiroidea hay 15 mujeres diagnosticadas por cada hombre, no por mala detección en el varón, sino por la menor incidencia entre ellos. Lo mismo sucede en la sensibilidad química múltiple y una serie de enfermedades no vinculadas al género, lo que nos hace pensar que están ligadas a la exposición ambiental y que la mujer suele ser más corneada que el hombre. Sin olvidar la transferencia materno-infantil, con la exposición a los tóxicos del feto, del embrión e incluso de los lactantes. Tendríamos que ser mucho más cautos y estar mejor informados y prevenidos con las mujeres en la época fértil y evitar su exposición a tóxicos antes de que se embarace.
Sus explicaciones químicas y fisiológicas llevan a preguntarse si podremos vivir así mucho tiempo en este planeta que podríamos llamar plastilandia.
Será difícil, pero seguramente sí, porque habrá una adaptación con su coste en salud. Decimos vivir mejor ahora que antes… así es, siempre que no observes que el hipotiroidismo, cáncer de mama, endometriosis y ovarios poliquísticos presentan ahora diagnósticos mucho más frecuentes. En mi primer libro, en 2019, sobre micro y nanoplásticos, la situación ya era agobiante. En casa dicen que soy muy negativo, pero es la realidad. Los microplásticos asustaban con su invasión medioambiental y humana, pero ahora al pasar a la escala nanoplástico, los números se disparan de manera asombrosa. Desde la revolución con combustibles fósiles hasta el nacimiento del plástico en los 70/80 estamos comprometiendo enormemente la vida.
Cual disneylandia rediviva, nos hacen vivir felices en la plastilandia de la toxicidad. ¿Somos conscientes de vivir en una felicidad fatua de toxicidad cotidiana?
No, porque pensamos que todo ha mejorado. Los mayores recordamos el hambre de posguerra, el desarrollismo de los 60, las enfermedades infecciosas como la poliomielitis o la tuberculosis... Tras ir venciendo las enfermedades infecciosas clásicas compañeras de la humanidad durante siglos tenemos la sensación del vencedor, pero quizás nuestras enfermedades del siglo XXI sean las exposiciones ambientales a contaminantes químicos con enorme efecto sobre la salud personal y social, generando o agravando enfermedades prevalentes como la obesidad, diabetes, desarrollo del niño, déficit de atención, cáncer de mama, de próstata, infertilidad. Y vemos que en numerosas ocasiones es consecuencia de nuestra exposición a los contaminantes.
"La alternativa al plástico está en el fondo del armario de la cocina donde guardas moldes de cristal, de cerámica...”
Su libro está lleno de acrónimos, quizá rutinarios para el iniciado, ¿no se perderá un lector poco avezado pero interesado/alarmado por el tema?
Es el gran problema. En 80 recomendaciones para evitar los tóxicos se intenta huir del no proponiendo alternativas que están en tu mano para empezar a elegir y, por ejemplo, sacar ya el plástico de la cocina. La alternativa te espera en el fondo de tu armario de la cocina donde guardas moldes de cristal, de cerámica, de metales para los flanes y que has ido arrinconando porque te dicen que es más moderno el plástico. La alternativa está en los consumidores.
Comida, envases, agua, ropa … la toxicidad de los plásticos está ahí, su utilidad también. ¿Son compatibles los plásticos con la salud personal y comunitaria?
Probablemente. Se trata de reducir nuestra exposición y utilizarlos lo justo. Por ejemplo, no debe calentarse el plástico en la cocina porque trasmite sus componentes. El gran problema es que nos creímos que el plástico era reciclable cuando la realidad es la pésima gestión que se hace del plástico desechado. Íbamos apurados por la cantidad de plástico que usábamos y entonces los tecnólogos del confort nos dijeron que era reciclable. En primer lugar, en la UE solo se recicla el 9% del plástico comercializado; en segundo término, nos venden la economía circular como si la basura nunca fuera basura, sino siempre reciclable en materiales nuevos. Pero obtener una certificación de la inocuidad de la plásticobasura vieja convertida de nuevo en materia prima, resulta imposible porque el tejido está contaminado y es irreciclable, está contaminada con compuestos aromáticos persistentes y limpiarla sería costosísimo. La idea de economía circular y reciclado es un auténtico fracaso; la clave está en reutilizar, remendar y alargar la vida de las cosas para que no generen tanta basura.
“A los de mi edad los disruptores endocrinos nos llegan de viejos, pero a los jóvenes les han afectado ya desde el vientre materno”
Miles de esos tóxicos cotidianos son disruptores endocrinos. Si las hormonas controlan nuestra vida, ¿hay esperanza de poder vivir sin toxicidad?
Sí. Pero necesitamos la acción ciudadana porque la política es insuficiente; hay que formar para que cada persona sepa elegir en la compra aquello que es más inocuo y libre de contaminantes. En 16 kilos de comida comprada en el supermercado 2,5 kilos son plásticos, es la orgía del superempaquetado consecuencia del covid: en la epidemia se obligó a que la fruta y verduras se envolvieran en plástico y sus productores hacen el agosto. Debemos concienciar y rechazar todo eso: lleva tu propia bolsa, la que estaba colgada en la cocina para el pan, como hacían nuestras abuelas y vale para toda la vida. Utilicemos hábitos y maneras que reduzcan el consumo y en consecuencia el impacto y la exposición.
Desasosiega escuchar “efecto cóctel” de los tóxicos. La letra de los envases es diminuta y la información críptica, ¿puede un ciudadano controlar ese cóctel?
Los cosméticos son el ejemplo paradigmático. En los cosméticos la media es de 38 componentes; si una mujer utiliza alrededor de 14 cosméticos, son 532 compuestos químicos todas las mañanas. Suponiendo que la toxicidad de cada elemento esté evaluada, la mala noticia es que solo es para cada uno de ellos, porque si en diferentes cosméticos se acumulan varios compuestos tóxicos la duda es si “el efecto cóctel” resultante de la mezcla es nocivo o no. La solución llegará el próximo siglo, porque hoy ninguna administración, ni europea ni americana o internacional, analiza la toxicidad del efecto cóctel; el efecto combinado no se considera en la clasificación de toxicidad. El error del sistema es evidente y mientras no se tome en consideración, no favorece la salud humana, sino al vendedor.
Sus 80 recomendaciones parecen razonables, pero ¿ya es posible recordarlas y practicarlas con tantas reglas que ya tenemos que cumplir?
Esa es la clave. Nos preocupa cómo llegar a los jóvenes de entre los 13 a 30 años que tiene otras formas de comunicarse y convencerse. Mi esperanza es que los jóvenes y la mujer del siglo XXI sean quienes digan basta. Podemos decir esto en voz alta y sin miedo porque en los estudios que subvencionó la Unión Europea demostramos que, independientemente de la edad y del sexo, todos meamos a diario lo que hay en el medio ambiente, es decir, en nuestros análisis de sangre y orina aparecen los tóxicos del medio ambiente. Los estudios concluyen que todos estamos expuestos a concentraciones de tóxicos alarmantemente altas. Ocurre porque las reglas solo favorecen el comercio, la venta y al productor, pero no a la salud de las personas. A los de mi edad nos está pasando de viejos, pero a los jóvenes les ha ocurrido ya desde el vientre materno.
La toxicidad atañe a todos, pero ¿a quién dirigiría con preferencia sus 80 recomendaciones?
A toda la ciudadanía, pero especialmente a la mujer joven y los individuos del siglo XXI, generación Alfa de adolescentes y Z de menos de 24 años que acaban la Universidad o trabajan y planean tener una familia. Les endosamos un enorme berenjenal de toxicidad ambiental, con permisividad, porque las generaciones anteriores nos creímos que todo estaba bajo control. Ante estas reglas erróneas, manipuladas o menospreciadoras del conocimiento científico no podemos permitir que las generaciones nuevas estén expuestas a los tóxicos y que encima no lo sepan. Este sería mi mensaje para la gente joven, pero no sé cómo llegar a ellos. Quizá acabe de tiktoker para ver si alguien hace caso de mis sencillas recomendaciones: abre los ojos y empieza a ejercer de ciudadano con todos sus derechos.