“La primera vez que vine a Pamplona tenía 31 años y llegamos en un Ford Fiesta rojo”. Era el año 1979 y a Maite le trajo John, un amigo ya fallecido. Sería su perdición, porque acabó atrapada para siempre por los Sanfermines. Y eso que no todo fue de color de rosa: “Estuve tres días y dejé el coche aparcado por donde Autobuses de entonces (se refiere al aparcamiento de Intendencia que había en la calle Tudela)”. Cuando volvió a por el vehículo “era como si un encierro de toros le hubiera pasado por encima”, se ríe.

Maite Calvet, catalana de 77 años, ha decidido jubilarse, no laboralmente hablando, sino de las fiestas de San Fermín. Y es que ha pasado más años disfrutando de ellas que no. Serán 44 años, “más dos de pandemia”. El primer año “solo estuve tres días. ¿Dónde me aloje? En la pensión Otano, nunca me moví del Otano, Tere y sus hijos Amadeo, Cristina y Ana, son como de mi familia”, explica. Aquellos viajes en coche a Pamplona se acabaron al segundo año: “Tenía que parar en los Monegros y era insoportable el calor. Pero, además, yo vivía al lado de la estación de Sants, así que dije: ‘Mejor en tren’”. Hasta hoy. A los Sanfermines le seguía siempre una escapada a Donosti: “En mi trabajo (ha sido ejecutiva en una compañía norteamericana) ya sabían que sí o sí me cogía todo julio de vacaciones”.

¿Qué le llamó la atención de San Fermín? “Me impresionó que fuera una fiesta tan multitudinaria pero a la vez tan humana. Nunca he visto peleas ni malos rollos”, afirma Maite. Y eso que no se ha perdido ningún acto sanferminero. El encierro, en el balcón de Sagrario Navarro, su amiga de los souvenirs de la plaza Consistorial, que tiene casa en la curva de Mercaderes. “He intentado ser de Pamplona, mezclarme con la gente, no me ha importado sea quien sea. Incluso si tenía que estar sola, a lo Clint Eastwood, en la barra de un bar”. Ha hecho migas con la peña Anaitasuna y ahora con La Jarana, donde comparte tendido de sol. Y en la calle, ha sido incondicional del Baviera, del Windsor, del Fitero, pero también ha estado comiendo en Napardi, en el Hartza de la bajada de Labrit, ha vermuteado en el Apartado y ha ido de punki en Calderería....

Apasionada de la vida, eso lo transmite a todo lo que hace: “Soy un contrasentido. De llorar ante el santo puedo pasar a beber desesperadamente, porque aquí se te despierta la sed”, bromea. De hecho, es ella la que prepara los gin tonics durante la corrida: “Ahora cedo mi sitio a los que vengan”. Maite lo cuenta todo en la carta que acompaña estas líneas y que ella misma ha querido que salga durante las fiestas, como una sentida despedida y un gracias en mayúsculas a Pamplona y sus fiestas: “¿Algo pendiente? Me han quedado doscientos mil mozos que conocer”. Con una sonrisa. ¡Hasta siempre Maite, gero arte!