Segunda corrida de toros a pie. Saltaron al ruedo los esperados Cebadas. A final de festejo, la corrida resultó poca cosa. Todo por debajo de lo esperado. Tuvieron, eso sí, muchas cosas en común los toros que hoy crían los hijos del finado don Salvador: fueron despistados, huidizos en muchos casos, las caras por arriba y sobre todo nada comprometidos. Pero esto del compromiso en el toreo se pide a quien oficia y en ningún caso es algo que se pueda exigir al ganado. Los toros no entienden de códigos humanos. De hecho, cada vez que hay una corrida de toros, es el humano el que acepta el código de honor del toro. Según transcurría la tarde, y las cosas no terminaban de despegar, un amigo aficionado, con muchas horas de vuelo y algún cargo de responsabilidad taurina a sus espaldas, me preguntaba qué había pasado con aquellos Cebada de antaño, los pequeñitos y encastados que conformaban una ganadería siempre considerada dura. La de ayer no tuvo esa condición. Fueron grandotes, serios por delante, algo faltos de fuerza. Pero el interés, sobre todo el que debe surgir en el tendido, se dejó ver poco.

El único trofeo de la tarde lo paseó el valenciano Román. La condición desentendida del toro complicaba las cosas. Román decidió sujetarlo a base de repertorio para que no se fuera. Lo hizo además en terrenos de sol. En ocasiones, obtener un trofeo tiene que ver tanto con la técnica como con el conocimiento de entorno.A todo esto hay que sumarle una gran estocada. Leal se enfrentó a tres ya que Fonseca tuvo que irse a la enfermería tras la muerte de su primero: el retroceso de la espada al entrar a matar le dañó el brazo. Leal Estuvo a punto de tener la moneda pero no anduvo acertado con los aceros. Su toreo de cercanía llega mucho a los tendidos y el domina ese terreno como pocos toreros ahora mismo. Pero a base de pinchazos hondos se pasa a lo que pudo haber sido y no fue. Tarde aciaga en Pamplona y un tanto decepcionante el esperado ganado.