Salimos desde nuestra sede jerezana no tan temprano como otros días, y eso nos deja por delante un largo desayuno, en el que seguimos mascando todo lo vivido ayer por las tierras de los señores Núñez. Teníamos claro que en La Palmosilla veríamos un buen lote, y nos encontramos con uno mejor si cabe. Pero cierto es que íbamos a casa de Álvaro, a Las Iruelas, un poco expectantes, por mucho que nos decían que nos iba a gustar lo preparado. Y entre sorbos de café con leche nos queda claro el porqué los veedores la han podido seleccionar. Ahora toca seguir mimándolos y llegarse al Gas con un corridón que ponga de acuerdo a la mayoría de los espectadores. Y de esto seguimos charlando hasta subirnos al coche. Y como si fuere ponerse el cinturón un cambio de chip, ya estamos en modo Miura.
Qué decirles ya de esta casa
Pues quienes creen conocerla les podrían decir que muchas historias nuevas surgen cada vez que uno se sumerge entre sus inmensos cercados. Desde el inicio de la ruta, que es de más de hora y media, ya vamos adelantando la salida en Carmona, que es la última, la de Lora del Río, que, después de coger el buen ramal nuevo que va camino de Córdoba dejando atrás Sevilla sin agobios de circulación, caminar por esa vieja y mala carretera parece que nos va preparando hacia un mundo rural cada vez más distanciado del urbano. Y hablando del toro, si podemos hablar de una finca rústica, lo más alejada de todas estas nuevas formas de tener que tratar al ganado de lidia como vemos en casi todas las casas que conocemos, Zahariche es otro mundo.
Ya desde la puerta entramos a un lar de alrededor de 600 hectáreas donde los cercados son interminables y el silencio bullicioso del campo domina la pradera. Hoy el día va a ser largo también, porque pasaremos en la finca un buen rato. Lo sabemos, y por eso es llegarnos hasta el cortijo y saludar a nuestros anfitriones.
Un día espléndido
El día es espléndido. Y el ganadero enseguida nos comenta que más nos va a gustar el campo por lo bien que ha llovido en el mes de enero. Y cierto es que desde la carretera a La Campana se veían las extensiones como si fuera primavera buena. Cristina, mujer de Antonio, nos enseña todo el vivac que tiene preparado para el mediodía, donde echaremos una buena reunión entre amigos, pero lo que nos toca no es eso. Por ello, sin pérdida de tiempo nos montamos en el todoterreno de la casa y nos adentramos entre vacas y sus retoños hacia el gran espacio donde se encuentran los toros que se lidiarán este año.
En la entrada, como es tradicional en esta casa, nos espera a caballo uno de los vaqueros. En este caso es Rafael, hijo de Manolo, antiguo mayoral que aún sigue viviendo con la familia en la finca. Nos acompaña de amparador porque es fácil que se nos arranque cualquiera de ellos. No están acostumbrados ni al coche de casa, pero sí a los hombres a caballo, por eso, en una casa con un animal tan rústico, no hay que fiarse, nos va comentando el señor Miura, con el que ya vamos charlando de todo, y ya nos va contando que vamos a ver sobre una cincuentena de toros. Que no tienen más. Y que serán seis corridas de toros, pensando siempre en su Sevilla, y en su segunda casa Pamplona. Toros sin fundas en animal agreste hace que las mermas sean muchas, y al igual que el año pasado, si hay suerte durante los siguientes meses se lidiará un séptimo festejo.
Toros sin fundas y en libertad
El suelo está duro, y hay que circular con cuidado, pero en general, salvo un par de animales que se quedan con nosotros y mantienen un pulso con el vehículo, el resto está plácido, tranquilos tras haber comido. De hecho, en los comederos no quedan más que un toro de esos de dar pábulo, un ‘cabrera’ por sus hechuras junto a un novillo más bien gacho. Otros se esconden entre lentiscos y jaras que han surgido con fuerza en el verde pasto. No hay prisa, pero cuando no arremeten, la extensión en la que viven los bureles de saca de la casa se hace rápido, y vamos viendo y soñando con cuál puede ir aquí, cuál allá, y jugamos con Antonio a ganaderos, pues aún ni él sabe cuál es de Sevilla, Sanlúcar, Algeciras o Pamplona.
De lejos vemos dos hombres a caballo. "Son mis sobrinos, los Eduardos, el Dávila y el Miura", nos dice, y mientras regresan de lontananza y nos toca ir a nosotros hacia allí, en medio del carretil, saludamos y charlamos con la pareja, que más tarde veremos a pie en el patio del cortijo.
Un privilegio estar en Zahariche
El día claro, la luz del sur y la buena disposición del campo dan gusto a la cámara. Gabino ya me pide una de las fotos para el calendario del año que viene del Club. Hay poco colorao y más negros, y Antonio va comentando qué es lo que sale. No hay predilección por nada que no sea la buena reata dada por el libro de la casa, y, por supuesto, por el trabajo en la rectangular plaza de tientas donde elegimos lo que creemos que nos puede servir. Esa es la continua labor de todas las casas, pero en esta, tan mítica, tan rústica y austera, tan poco dada a lo nuevo, hace que para cualquiera, gente del taurineo, aficionados y personas ajenas a este mundillo, sea un sueño poder recorrerla en esta paz y tranquilidad. Y uno es cuando se da cuenta del privilegio que es poder estar en la lista de la puerta.
Terminada la ruta con un “vamos a echar el aperitivo que nos esperan”, llegamos a la casa a ponernos a las órdenes de la señora Cristina, y a seguir disfrutando del día. Y así fue, porque pasábamos a oscuras Sevilla caminito de Heré. Otra jornada que no hace falta cenar apenas.