Cebada Gago: historia en Pamplona
La Casa de Medina sigue sus labores conservando el toro que les hacer ser un encaste único, temido y amado a la par
Nos levantamos con agua en la ciudad. Ha estado un rato lloviendo, lo cual viene que ni pintado al campo, aunque aún recuerdan por aquí el inicio del otoño con las enormes riadas y los destrozos que provocaron esos cientos de litros de lluvia. Y el invierno está teniendo sus buenos días de aguaceros, aunque con las medidas justas. Dicen por aquí que si cae en marzo, y luego algo más en abril, salvan el año. A pesar de ello, Josetxo y Gabino no renuncian a su paseo hasta la plaza del Arenal, y me uno a ellos. Hemos quedado a mitad del día en la finca con José, uno de los dos hermanos ganaderos, y eso nos permite salir relajados al paseo matutino. Allí también estarán nuestros muchachos Pepe Silva y Kiko Agarrado, que al ser sábado el día en cuestión, se apuntan a la visita a una casa más que familiar para ellos, lo que nos deja a los tres a nuestro aire, y como es obligado, para ir a ver a Pascual en su venta y saludar allí a toda la familia. Por eso nos vamos a Medina Sidonia con tiempo suficiente para cumplir con todos. Desde hace un tiempo, su hijo Pedro ya no abre sábados y domingos a partir del mediodía, pero un año más nos hace el favor de darnos de comer ese magnífico rabo de toro que preparan en esa casa como en ningún otro lar del planeta.
Tras los saludos y abrazos toca bajar a La Zorrera. Es fin de semana y uno se cree que vamos a estar más que solos. Pero la realidad fue otra. Vemos mucho movimiento de coches por todos los carretiles que circundan los cercados. Nos encontramos con gente de Val D’Uxo, la segunda vez que nos cruzamos en este viaje, que siguen por fincas buscando sus toros para ‘el bous al carrer’. Ellos ya han visto la camada de saca, y antes de salir camino de la sierra de Madrid a visitar otra finca que veremos nosotros en unos días, ya nos dicen a ver si les prestamos alguno de los de Pamplona. Como si nosotros decidiéramos algo, o pudiéramos cambalachear en estos pagos. Lo que les podemos decir es que todos los que estén separados para los Sanfermines, que son muchos en esta casa, no irán hasta los corrales rochapeanos. Así que seguro que tendrán donde pillar. Por la parte alta, dos coches se ven a lo lejos. Salvi, su mujer Alicia y el hijo de ambos están enseñando la ganadería a un grupo familiar. A última hora pasaremos un rato con ellos. Pero cargado con la cámara, soy el último en acercarme ante nuestro anfitrión que está rodeado de nuestros colegas de visita. Les está comentando que han caído algo más de siete litros por la mañana, y va a ser complicado entrar en los corrales donde se alojan los toros reseñados por los veedores de la Casa de Misericordia. Tendremos que intentarlo, no te parece, nos comenta mirándome mientras se ríe. Por mi no hay problema, contesto, ante la sabia negativa del resto, que no lo ven claro. Y dos coches más se unen a los que ya andan dando vueltas por la finca. Josetxo va con los chicos y Gabino y yo vamos con el ganadero. No hay mucho camino. Hay ocho posibles en el cercado detrás del cortijo, donde paramos y quedamos rato quietos en el camino.
Yo, con el objetivo no tengo tantos problemas para verlos de cerca, y ahí vemos un buen lote, con mucha variedad cromática porque solo dos son negros, uno de ellos burraco. Un ensabanado me deja embelesado. Este sí es de la casa, yo lo llevaría seguro, aunque esos dos castaños estén más fuertes. Deja esos para las calles, voy diciendo a José, que asiente, pero que no dice nada sabedor que parece que hay que traer lo más mostrenco, y no esos finos que se movían como gacelas por los ruedos, asustando al más aplicado de los diestros. A pie de cercado se nos acercan tres coches con gente de Onda, que también están buscando sus toros para el ‘Correbous’ por toda Andalucía baja, y vuelta la burra al trigo, ya nos piden que les dejemos alguno de los allí expuestos, a lo que respondemos lo mismo que a los catalanes. Y es que da mucho juego por esos lares nombrar que vas a echar uno de los toros reseñados para Pamplona.
Cambiamos de zona y entramos en un cercado donde habitan los toros de cuatro años. Alguno ya podría ser de la partida. Hay uno burraco que el año que viene se va a salir del recuadro de la cámara. Y como el suelo está más duro allí, paseamos por todos los posibles toros que podrían ser futuros sanfermineros. Y tras echar hora y media por el campo volvemos a la puerta del cortijo. Allí, en el cercado de piedra junto a la placita de tientas, tiene cinco reseñados para nuestra feria, pero hay tanto barro que haría falta el tractor. Sin embargo, me echa un pulso y me invita a caminar por ese cenagal con su cacharro. Ponemos el cuatro por cuatro y a la carrera entramos, nos dice, haciendo que Gabino se vaya de naja hacia la casa mientras yo me embarro abriendo aquello. Y ahí nos lanzamos pudiendo echar un gran rato con José, hablando de nuestras cosas y admirando a dos metros los hermosos bureles que son su cabecera de camada. Colorao, castaño, burraco, negro salpicado, cárdeno salpicado. Cinco buenos animales que se quedan en la retina más allá del archivo de la cámara.
Vuelta a la casa, ya nos llaman locos por el rato pasado entre el barrizal. Allí saludamos, como comentaba al inicio, al resto de la familia Cebada y tras breve charla marchamos hacia Pascual, que ya se nos hace tarde. En la puerta, gente del toreo ya nos dice que no nos van a dejar pasar, pero allí nos espera la familia entera para agasajarnos con una gran comida y buena sobremesa que agradecemos sin fin. Es tarde de toros, y eso haremos cuando volvemos a Jerez, apenas veinte kilómetros de Medina. Gracias José por el buen día echado.