pamplona - El caso de Antxoni Martinicorena Baraibar es inusual se mire por donde se mire. Mujer de 35 años y sana no parecía el perfil típico de una persona candidata a sufrir un ataque de corazón, pero, además, padecer severas lesiones neurológicas por la tardanza en ser atendida la convierte en un caso tristemente singular. Tras Antxoni, que ahora tiene 55 años, se esconde una palabra con un buen número de letras en común con su nombre, anoxia, una paradoja linguística que casi acaba con su vida y que la ha convertido en una de las más veteranas usuarias de Adacen, donde recibe atención desde hace casi dos décadas, las mismas que tiene de existencia la Asociación de Daño Cerebral de Navarra. “Es mi segunda casa”, afirma con rotundidad y agradecimiento.
Hace 20 años, esta vasca recia a la que las lesiones neurológicas no han logrado aplastar su determinación de seguir viviendo y recuperar lo que el infarto quiso borrar de su mente, cayó desvanecida en una oficina bancaria. “Fui a sacar a dinero y me desplomé. No sentí nada antes de precipitarme al suelo que recuerde. Caí en coma y estuve en la UCI durante dos meses”. Cuando despertó, no sabía andar, ni leer, ni comer... A mis hermanas les dijeron que si salía adelante sería un vegetal”, explica con una voz ronca y un hablar pausado al que le obliga una lesión en la tráquea. “Me intubaron y se me estropeó la tráquea, así que me pusieron una prótesis. He tenido que hacer 12 viajes a Barcelona para solucionarlo”, comenta.
¿Pero por qué el infarto de miocardio de Antxoni dañó su cerebro de forma irreversible en lugar de su corazón? La razón es que el problema neuronal de esta mujer no tiene su origen en la muerte de músculo cardiaco sino en una huelga. El daño cerebral tiene diferentes orígenes, cuando es un golpe hablamos de traumatismo craneoencefálico, si es un accidente cerebrovascular se utiliza el término ictus cerebral y si es por falta de oxígeno a raíz de un accidente cardiaco se nombra la causa con un término que ya nos es familiar: anoxia.
El día que Antxoni fue derribada por un ataque de corazón, una circunstancia hizo que su vida ya no fuera la de siempre. Tras dejar su pueblo, Errazkin, al morir sus padres -el caserío era excesivo trabajo para ella y no resultaba demasiado rentable-, Antxoni se instaló en Pamplona. En la capital trabajó como cocinera y camarera en el bar Urricelqui y también como empleada doméstica. Era fuerte así que decidió que los fines de semana llevaría la taberna de su pueblo. Su vida discurría con normalidad entre el trabajo, la familia y los amigos, pero la necesidad le hizo acudir al banco el fatídico día en que había sido convocada una huelga de ambulancias. La tardanza en recibir asistencia hizo que el oxígeno dejara de llegar a su cerebro y que éste quedara casi fulminado.
“Tuve que caminar a gatas hasta que aprendí a andar de nuevo. Aprendí a leer y a comer. Como si fuera un bebé”, narra, mientras lamenta que ya no pueda hacer cuentas como antes. “En estos casos hay que actuar con rapidez. Estoy en este centro porque tardaron mucho en atenderme”. Tras su estancia hospitalaria, poco a poco fue recuperando funciones -“con mi esfuerzo, la ayuda de Dios y la de mis padres”, comenta, sin olvidar la atención recibida en Adacen-, pero no todas porque su cerebro está herido para siempre, lo que le condena a una incapacidad laboral absoluta.
Aún así se considera afortunada. “Tuve suerte porque vivía sola y si el infarto me hubiera dado en casa puede que no lo hubiera contado”, explica. Ahora su vida transcurre entre las actividades que realiza en el centro de Adacen, en Mutilva, donde reside de lunes a viernes -“pinto, hago chapas, broches, llaveros y también realizo salidas los martes y los jueves, cuando quedo con amigas”- y su pueblo, adonde vuelve cada fin de semana. “Lo más importante es la familia. No me han abandonado ni un segundo y los amigos han estado siempre ahí. Es un orgullo para mí”, subraya mientras lanza un consejo a los jóvenes: dejar el tabaco. “Yo fumaba un paquete al día, pero creo que lo mío fue genético porque mi padre se acostó una noche y no se levantó”, se despide. - M.G.