pamplona - Obsesionarse con la perfección suele conducir a la frustración permanente. Por supuesto que nos debemos esforzar para conseguir un buen resultado, pero si nos pasamos de frenada con el nivel de exigencia, jamás estaremos satisfechos... ni siquiera de lo que objetivamente está bien hecho.

J.V.: Cuando decimos “¡Benditas imperfecciones!”, ¿es porque realmente lo creemos o como consuelo porque una vez más las cosas no han salido como queríamos?

-I.Q.: Pues en ambas propuestas se está reconociendo algo que no está del todo bien. Y según el perfil del que lo dice, puede ser de forma clara o tácita, pero en ambas conel mérito de detectar el error, reconocerlo y, supongo, que con la intención de corregirlo en el futuro.

J.V.: Entre tú y yo, muchos de los que consiguen ser la releche en todo lo que hacen resultan un pelín insoportables.

-I.Q.: Hombre, eso depende de cómo airean sus habilidades. Hay quien es la releche y solo se jacta de ello, y hay quien es la releche sin meter ruido. La humildad se suele agradecer, aunque hay personas con las que no se debe usar porque interpretan signos de debilidad en esa actitud. En cualquier caso, hay algo que es bastante peor que lo que tú dices y que está muy extendido: los que se creen la releche y no pasan de ser personas vulgares. Esos sí que son insoportables.

J.V.: Es bueno saber que en ocasiones el resultado no será el que esperábamos... incluso el que merecíamos.

-I.Q.: Sin duda. Debemos afrontar lo que hacemos con la mejor información posible y con la mejor disposición, y luego la realidad es la que enuncia el problema real. Todos hacemos enunciados virtuales de los problemas que nos esperan, unos optimistas y otros pesimistas (según el perfil de la persona), pero la realidad es otra cosa, y muchas veces lo que se enuncia no admite desplegar muchas habilidades.

J.V.: Claro que eso tampoco debería servirnos como excusa para no esforzarnos ni debería convertirnos en conformistas irredentos.

-I.Q.: Así es. Cada día, cada asunto a tratar hay que afrontarlo como si fuese la última vez que lo vamos a experimentar para dar lo mejor de nosotros mismos y extraer lo máximo posible de nuestro esfuerzo. Luego, los resultados dependen de muchas variables diferentes. Esa es la eterna búsqueda: la dela excelencia y no la de la perfección.

J.V.: Ser muy exigentes está bien. Pasarnos de exigentes, sin embargo, conduce a tener problemas.

-I.Q.: Pues sí, como te decía en la pregunta que me acabas de hacer, la búsqueda de la perfección (objetivo imposible) es un ejercicio agotador, frustrante y que genera mucha patología. Adaptarnos a las condiciones, aprender de ellas y desarrollar nuestra labor de la mejor manera posible nos enseña constantemente.

J.V.: Hay personas que creen haber cometido fallos que nadie más ve. Probablemente, en buena parte de las veces son producto de su forma de ser. Y lo pasan mal.

-I.Q.: O quizás porque, efectivamente, van un paso por delante de otras personas. Lo que ocurre es que hay áreas de mejora que no se pueden detectar al elaborar un plan sino al ponerlo en práctica. Hay que valorar esa cualidad como lo que es, algo positivo, que nos ayuda a mejorar en lugar de convertirlo en una carga que solo nos hace amargarnos por el error cometido y que ya no se puede evitar.

J.V.: No siempre tenemos los medios ni, sobre todo, el tiempo para hacer algo sobresaliente. ¿Hay que sacrificar la excelencia ante la eficacia?

-I.Q.: Es que no son exactamente sinónimos, pero como concepto, yo los equiparo. Como todo, lo que voy a decir es discutible y habrá quienes me maticen y quienes digan que no tengo ni idea, pero hacer un trabajo de la mejor manera posible con los medios que tengo puede ser perfectamente ambas cosas, eficaz y excelente. Ahora, siempre hay que intentar mejorar, inclusive si se repiten las mismas condiciones.

J.V.: Abundan las personas que son muy perfeccionistas... con el trabajo de los demás. Para lo suyo, el listón está más bajo.

-I.Q.: A esos yo les llamo vagos. Son los que se quejan todo el día para distraer la atención de su falta de aptitud para cualquier cosa.

J.V.: Habrá que aprender a convivir con y hasta a disfrutar de las pequeñas e inevitables imperfecciones. Tanto de las nuestras como de los que nos rodean.

-I.Q.: Si no, ¿dónde estaría nuestro margen de mejora? Reconocer nuestras imperfecciones es un ejercicio de sana humildad que nos hace mucho mejores personas, mucho más generosas.

La autocrítica.

La voluntad para trabajar y convertir nuestra vida en un proceso continuo de cambio, buscando siempre la mejora.

El conocimiento, la formación, ese saber que no ocupa lugar y que nos ayuda a detectar nuestros límites en cada momento.

Sentir vergüenza de nuestras debilidades. Son parte de nuestro propio ser.

Entender las críticas a nuestra labor como agresiones personales.

Desesperarnos cuando no logramos nuestros objetivos y no reformularlos.