pamplona - “Tenemos constancia de que ha habido o ha podido haber árboles en todos los continentes”, asegura Iker Lope de Bergara, si bien reconoce que la mayoría de los que están fuera del viejo continente se hallan en América. En sus pesquisas, tratan de averiguar qué fue de los esquejes, siempre ligados a la vida de las personas, con destino a Oriente Próximo, Australia o Kenia.

“Sabemos que uno se plantó en 1902 en Tierra Santa, en Ein Karem, en el convento de San Juan de la Montaña. Una delegación vasca a principios del siglo XX corroboró su buen estado”, explica el investigador, que está a la espera de recibir noticias del cónsul español en Jerusalén, que es bilbaíno. Incluso hay un retoño que llegó a Nairobi. “Fue plantado por la Nobel de la Paz, Wangari Maathai, que estuvo en Gernika por un acuerdo institucional entre Kenia y el Gobierno vasco”, señalan los investigadores, que obtuvieron respuesta de la Embajada, desde donde les dijeron que era muy posible que hubiera sido plantado en la casa del antiguo embajador, pero no lo sabían seguro.

También tratan de recabar información sobre el esqueje que viajó rumbo a Sídney en 1996. “No hay seguridad absoluta de que se llegara a plantar. En la euskal etxea nos han dicho que no les consta”, señala sobre el retoño que fue enviado por el trigésimo aniversario de Gure Txoko, el basque club de la ciudad australiana. Más fructífera ha sido la búsqueda de un retoño que llegó a Chile. Tras permanecer más de dos años en un vivero, en cuarentena, entró cumpliendo los permisos fitosanitarios del país. “La persona que lo llevó no pudo pasar la frontera, y lo tachamos de la lista, pero al de una semana nos dijeron que había llegado. Dos años después y contra todo pronóstico”, expone.

En todo caso, señala que aunque los retoños no se entregan a particulares, a menudo quedan unidos a la vida de las personas que los llevaron, los plantaron y los cuidaron. De ahí se desprenden historias curiosas como la de una familia uruguaya cuya abuela, apellidada Arribillaga, recibió una bellota que plantó en su jardín y su hija y su nieta plantaron esquejes de este frente a sus casas. “La nieta me escribió por Whatsapp para contarme cómo tenía uno plantado en su casa”, relata el investigador. Otro caso peculiar es el de Carlos Urrutia, superviviente del Bombardeo de Gernika, que marchó al exilio con una bellota que plantó en su casa estadounidense. Tras cuidarlo durante décadas, cedió el roble para que fuera plantado en el Centro Vasco de San Francisco.

Al margen de las anotaciones que se pueden hallar en los archivos, el censo que se está elaborando con el objetivo de divulgar los datos y ponerlos en valor varía. “Estamos recogiendo toda la información que podamos, pero el estudio está abierto”, expone Iker Lope de Vega, quien solicita la colaboración ciudadana en la dirección electrónica gernikako.arbola.munduan@bizkaia.eus. - A. A.