Hay gente que ha llegado a un punto de no retorno y se encuentra al borde del colapso porque la ansiedad les llama al móvil. Está en el baño respondiendo a los mensajes de WhatsApp y cruza los pasos de peatones atendiendo los telegrams. Pendiente solo de likes y retuits o de estar perfectos para el mejor de los selfies, vive inmerso en el mundo digital y no en el mundo real.

Esta ansiedad y el miedo a perderse cosas tiene muchos nombres pero también lo llaman en inglés Fomo ("fear of missing out").

Hoy se sabe que las tecnologías saturan a las personas y les hacen menos productivas porque quedan atrapadas en ellas. Según un estudio de la Universidad de California en Irvine, "trabajar mientras se es interrumpido constantemente aumenta los niveles de estrés". Eso a su vez provoca que tengamos que trabajar más rápido para recuperar el tiempo perdido en un bucle disparatado.

La adicción es total. Un 25% de las personas consulta su smartphone cada 30 minutos y el 25% de los millennials lo mira más de cien veces al día.

Para Mar Cabra, pionera del periodismo de datos y experta en bienestar digital, "es fundamental poner límites digitales, igual que hacemos en el mundo físico. Se puede probar con quitar las notificaciones de redes sociales. Y si, por ejemplo, tienes que revisar el correo electrónico todo el tiempo, puedes hacerlo por bloques y cerrarlo para seguir concentrado en otra cosa".

Porque en una sociedad en la que el teléfono inteligente es un centro de entretenimiento, un generador de noticias, y hasta un sistema de pago, se ha vuelto un elemento absolutamente imprescindible.

La venta de teléfonos básicos, sin internet, está subiendo como la espuma con el objetivo de depender menos de la tecnología

La desconexión "ayuda a estar mejor"

Con el agravante de que los smarpthones siempre buscan captar la atención con notificaciones, actualizaciones y noticias de última hora que interrumpen constantemente. "Y esto puede ser abrumador", afirma Joaquín Mateu-Mollá, doctor en Psicología Clínica y docente de la Universidad Internacional de Valencia. A su juicio, es fundamental la desconexión digital porque ayuda a "sentirnos mejor con nosotros mismos y con las personas que hay alrededor". Por ello, recomienda controlar el uso de las redes sociales. "Todo lo que pase de 100 o 120 minutos al día perjudica nuestra salud mental", concluye.

Un ejemplo revelador. La Universidad de Bath, en el Reino Unido, propuso a un grupo de 172 personas, entre 18 y 72 años que usaban las redes sociales una media de 8 horas diarias, que las rebajaran. Solo se les permitía estar navegando por Twitter, TikTok, Facebook e Instagram un total de 20 minutos en 7 días.

Los expertos midieron los niveles de estrés y ansiedad antes de iniciar la prueba, y volvieron a reevaluarlo una semana después. El resultado fue esclarecedor. Los que descansaron tuvieron mejores niveles de bienestar mental, depresión y ansiedad que el grupo que siguió con los mismos hábitos.

Es lo que otros muchos han dado en llamar tecnoestrés. En un estudio realizado en la Universidad Europea de Roma, se analizó este concepto que se define como "estrés experimentado por los usuarios finales en las organizaciones como resultado de su uso de las TIC".

El boom de lo retro

Con estos antecedentes, muchos han decidido hacerse con un dispositivo móvil sin TikTok o YouTube. ¿Quién querría algo así? Pues, en contra de lo que podemos suponer, cada vez más usuarios eligen teléfonos básicos. Una de las principales razones es el deseo de depender menos de la tecnología, un fenómeno vinculado al famoso bienestar digital.

Por ello, el economista Juan Carlos Portela hace hincapié en la necesidad de no olvidar la importancia de la desconexión digital a pesar de todas las ventajas y beneficios que nos aporta la tecnología y la digitalización. "Necesitamos hacer una desconexión para evitar la fatiga mental que estamos viendo". Además la dependencia de las tecnologías nos hace, en muchos casos, "más ignorantes y solitarios", comparten los expertos.

En este contexto se explica que esté subiendo como la espuma la venta de los teléfonos retro, esos Nokia antidiluvianos que solo sirven para llamar y responder y, en el mejor de los casos, hacer alguna foto.

Iñaki García decidió cambiar su Samsung Galaxy por un Nokia 3310 y su vida ha dado un giro radical. "Antes siempre estaba pegado al teléfono, revisando cualquier mensaje, navegando por Facebook o cualquier cosa que no necesitaba saber", dice. Así en lugar de hacer scroll por aplicaciones como TikTok o Instagram y estar dando permanentemente me gusta, o compartir, "ahora tengo más tiempo para mi y tengo más privacidad", recalca.

Apple lanzó en 2007 primer iPhone e inauguró la era de los teléfonos inteligentes, haciendo que los móviles básicos se volvieran vetustos y casi inservibles. Sin embargo, los celulares vintage, esos que la gente compraba a finales de los 90, están renaciendo de sus cenizas. Las búsquedas en Google sobre estos aparatos aumentaron un 89% entre 2018 y 2021, y las compras globales de teléfonos tontos alcanzaron los mil millones de unidades en 2021, frente a los 500 millones de 2020.