Abdulaye, Abda, Sangare tuvo que huir de su hogar en Malí por un conflicto sin armas de fuego y empujado por unos agresores que lejos de pertenecer a grupos armados o terroristas estaban dentro de su familia y grupo de amigos. Abda cometió “el pecado” de ser un niño que se sentía una niña, algo que en su país natal es visto como “una aberración”. “Mis amigos tenían un comportamiento denigrante hacia mí y mi hermano me dijo que era una vergüenza para la familia y que tenía que irme, así que me vi en la obligación de abandonar Malí con 21 años”, relata ahora que tiene 33 años y vive en Pamplona desde el verano pasado bajo el estatuto de protección con la ayuda de CEAR.

Abda recuerda que no tuvo una infancia fácil: perdió a sus padres muy temprano y se crió con su tía, “yo era quien trabajaba y quien llevaba dinero a casa”, expone, aunque ello no le impidió sacarse el Bachiller. Vivía en Bamako, la capital de Malí, y ya por entonces se distinguía por ser una persona “sensible y tímida” y aunque jugaba y hacía vida con el resto de niños, “yo por dentro me sentía una chica”.

“Mi madre era la única que me defendía y cuando murió asumí que tenía que luchar para ser la persona que soy”, rememora Adba, que asegura que no lo tuvo fácil: “Mis hermanos tenían palabras denigrantes hacia mí. También en la escuela lo pasaba mal porque mis amigos me decían cosas muy fuertes. En 2011, cuando estaba acabando el Bachiller, mi hermano mayor me dijo que era una vergüenza para la familia y que no me podía quedar, que tenía que irme”, relata con amargura.

Salida de Malí

Su familia era muy creyente y su abuelo había sido presidente de una importante asociación de musulmanes en Malí, lo que no facilitaba las cosas. Así que cogió sus cosas y salió de Bamako en busca de un lugar en el que respetasen su identidad. La primera decepción se la llevó en Costa de Marfil: “No tenía dinero ni lugar al que ir, pero gracias a un amigo conseguí salir a Costa de Marfil, porque me habían dicho que ahí iba a poder vivir bien. Pero fue una ilusión, la situación era similar a la de Malí”.

Pero no se rindió y durante 7 años que estuvo en el país vecino trabajó y estudió comunicación durante dos años. En 2018 puso rumbo a Marruecos, un país que, a pesar de su fachada aperturista, define como “radical” donde “encarcelan a las personas del colectivo LGTBI”. “Estuve tres años trabajando como telefonista en una empresa francesa hasta que el 17 de noviembre de 2021 decidí poner rumbo a Europa”. Recuerda aquel día como si fuese ayer. Se montó en una patera que iba a hacer la ruta canaria desde Agadir.

“Salimos a las 10 de la noche y doce horas después nos interceptó un barco de salvamento marítimo”, relata. Tras el rescate, estuvo unos meses en Santa Cruz de Tenerife y después voló a Vitoria y de ahí a Pamplona, donde lleva viviendo un año: “Aquí soy feliz. Es la primera vez que se me respeta como persona y hay asociaciones como Kattalingune que me están ayudando mucho”.