La prostitución es el segundo negocio más lucrativo del mundo, solo por detrás del tráfico de armas. 9.469 personas en situación de prostitución fueron atendidas en todo el Estado el año pasado, según los datos de Médicos del Mundo. En Navarra, según los últimos datos recogidos, hay entre 500 y 700 mujeres en situación de prostitución, la mayoría de ellas víctimas de trata. Según fuentes del Instituto Navarro para la Igualdad (INAI), 148 mujeres fueron reconocidas como víctimas de trata en 2022. Pertenecían a 18 países distintos, una cifra que aumentó un 8,82% con respecto al año anterior. El perfil más común es el de una mujer extranjera (un 46% de procedencia nigeriana) y de una edad comprendida entre los 30 y los 39 años.

El mismo informe también indica que solo 1 de cada 5 mujeres denuncia a la red que les prostituye. Todas estas cifras tienen como origen estructural a “la gran industria del sexo”. Incluso muchos de los países empobrecidos han recurrido a promocionar la explotación de la mujer como una actividad económica. Hay que hacer hincapié en que el desarrollo de una industria tan expansiva no solo requiere de la “complicidad con determinados marcos legales o de la mera tolerancia, sino también de la aportación de actividades y dispositivos criminales”, aseguran desde Acción contra la Trata.

Para que este “mercado funcione” es preciso hacer una renovación constante de mujeres, que haya novedades para asegurar su rentabilidad; de ahí la existencia de “captadores en distintos países de origen que seleccionen a las víctimas y de pasadores de fronteras por pasos ilegales, de transportistas y acompañantes con funciones de vigilancia, de financiadores, de alojadores y de una larga red de personas beneficiarias que desempeñan distintos papeles para asegurar el funcionamiento de este sistema”.

Acción Contra la Trata (ACT) nació en 2015 por una necesidad de trabajar en la sensibilización sobre la trata de cara a la sociedad. “Vimos que era una realidad muy cercana pero muy desconocida. No sé sabe distinguir entre prostitución, trata o tráfico. Los conceptos se mezclan y se desconoce la realidad de fondo. Nos hemos olvidado de la desigualdad”, subraya Alicia Giménez desde la asociación. “Prostitución y trata parten de una misma situación de vulnerabilidad y desigualdad: el consumo de un cuerpo, sea forzado o no”, reitera. En muchas ocasiones, la identificación de la trata de mujeres ha aumentado (así lo demuestran los datos oficiales del Gobierno foral) pero no es más que “la punta de un iceberg oculto en un mar agitado”. “Se conoce a las víctimas cuando denuncian pero es muy difícil que una superviviente de trata denuncie. Y no siempre lo reconoce la policía”, explica. La asociación trabaja con distintas entidades de manera que a las víctimas les resulta más accesible poder conocer esta ayuda. “Sobre todo llegan por el boca a boca. Las compañeras aconsejan e invitan a venir a otras mujeres que creen que lo necesitan. Hay mucha sororidad entre nosotras”.

La trata es uno de los grandes desconocidos de esta sociedad y, sin embargo, es un tema muy expansivo en Navarra.“Debemos ser conscientes de que se trata de una desigualdad de sexo y género, pero también se rige por otros criterios económicos. Los tratantes se aprovechan de mujeres en una situación de vulnerabilidad para obtener beneficios económicos, pero los consumidores tampoco se salvan; ellos se aprovechan de ellas para hacer lo que quieren con sus cuerpos”, explica Alicia. La Ley Foral 14/2015 reconoce la trata como una forma de violencia hacia las mujeres y, desde 2018, se incluyó la prostitución como una de las manifestaciones de la violencia junto a la trata y la explotación sexual. “Esto quiere decir que la mujer debe ser protegida y no perseguida, de hecho hay ayudas para ello y hay mujeres que están saliendo”, subraya. Precisamente con estas mimbres surgió el grupo artístico de Las Poderosas: con una vocación de servicio. Comenzaron a impartir talleres y charlas, y muchas mujeres se acercaron para contar sus historias y ayudar a sus compañeras: “Quieren evitar que sus hijas u otras niñas tengan que pasar por lo mismo”, señala. Además, a través de este grupo de mujeres se pretende “reconectar con los cuerpos” porque una de las consecuencias más habituales es la disociación (apartar la violencia que están sufriendo de su identidad). “Se trata de un espacio útil para que no queden aisladas. Utilizamos el arte para sanar y sentirnos dueñas de nuestras vidas. Al principio no hablaban de trata ni de prostitución, sentían pavor. Ahora son agentes de cambio que quieren mejorar nuestra sociedad”.

En 2020 muchas de estas mujeres se animaron a compartir sus historias en el disco-libro Libres para soñar. Y muchas supervivientes contaron sus vidas para acabar con el terror. “Nos decían abiertamente: ‘Hola, soy víctima de trata y quiero contar mi historia’. Es un paso adelante muy valiente”, subraya Alicia Gímenez.

“¿De qué pueden trabajar si no tienen papeles y deben saldar una deuda con su proxeneta?”

Uno de los mayores miedos de las mujeres que ejercen la prostitución es el estigma social. Koro Ormaetxea, trabajadora del centro de atención sexual Andraize, explica que “muchas de ellas ya tienen sus papeles en regla, su Seguridad Social y hacen de manera habitual sus visitas a ginecología, pero en consulta general ocultan su oficio o cómo son sus contactos generales. Aquí les vamos a atender, pero esos espacios posibilitan protocolos mejor adaptados a cada situación. En este centro trabajamos la prevención y reducción de riesgos de las ITS (infecciones de transmisión sexual)”. 

 No solo se trata de mentir a sus seres queridos, sino que, además, deben afrontar esa dualidad en soledad. Algunos de los problemas más comunes de estas mujeres, señala Koro, están relacionados con la respuesta sexual, ya sea porque no tienen interés erótico o porque no logran alcanzar el nivel máximo de excitación. Todo ello está relacionado con lo que esta educadora llama disociación: “A veces no lo relacionan con la prostitución y el consumo de drogas pero su vida depende de ello”, sentencia. Se llega así a un punto de inflexión: seguir en esta actividad o controlar las riendas de su vida. “La mayoría de mujeres realizan esta actividad porque es la manera menos mala de resolver su vida en el sentido económico. ¿De qué pueden trabajar si no tienen papeles y deben saldar una deuda con su proxeneta?”, remarca. Una vez consiguen superar las dificultades y legalizar, y su estancia en el país de destino, las complicaciones laborales siguen vigentes, por lo que en ocasiones prefieren mantener como fuente de ingresos la prostitución y surgen nuevos contextos hasta eliminar toda presión económica. 

En Navarra llegó a haber hasta 37 clubes donde se ejercía la prostitución. Ahora se mantienen solo 13 pero la actividad se ha trasladado a los pisos, una oferta mucho más extendida donde se presentan menos problemas judiciales para los dueños, ya que resulta muy difícil acceder a este tipo de espacios: “Los pisos aparecen y desaparecen ipso facto. A lo largo de un año llegamos a tener constancia de más de 40 pisos, pero la Policía Foral llegó a hablar de hasta 100”.

Una voz que remueve las entrañas: después de la trata hay otra vida

Joy Ogbeide es otra de tantas mujeres nigerianas que viajaron a Europa para ayudar a que su familia saliera de la precariedad. Estaba a punto de entrar en la universidad cuando su madre le pidió que viajara a España para ayudar a sus hermanos. Su padre había muerto y apenas tenían recursos. “Pensé que Europa iba a ser un lugar excepcional y resultó ser todo lo contrario. Las leyes no me permitían obtener un permiso de residencia y no conocía el idioma. Y no tenía tiempo para estudiar porque mi madre quería que trabajara”, asegura. Muchas personas le presionaron para que entrara en el negocio de la prostitución.

Joy se negó rotundamente: “Me supliqué y me dije a mí misma ‘no lo hagas’, pero, cuando me mudé a Barcelona con un familiar, me echaron de casa por no acostarme con un amigo suyo a cambio de dinero. Me ofrecían la prostitución como única salida”, confiesa. El tiempo hizo que Joy se sintiera como el resto de las víctimas (de trata aunque no ejerciera la prostitución) pero llegó un momento en el que tuvo el arrojo suficiente para decidir escapar. Comenzó un negocio de trenzas y, de hecho, según cuenta, “muchas de mis clientas eran otras mujeres que estaban siendo prostituidas y me contaron la crudeza de sus historias”. En ese momento, comprendió que “nunca me dejaría prostituir”. Desde hace un tiempo es una de las agentes de cambio de Acción Contra la Trata: “Queremos reflejar la discriminación que sufrimos las mujeres y nuestra lucha. Damos voz y valentía a muchas de las víctimas que están padeciendo este proceso”, asevera.

A pesar de la seguridad que Joy manifiesta, en ocasiones contar su experiencia se convierte en una tarea ardua a la que se debe enfrentar por sororidad hacia sus compañeras: “Cuando hablo se me remueve todo. Estoy abriendo una herida de un momento en el que el pánico protagonizaba mi vida. De vez en cuando vuelve, aunque pensaba que ya lo había superado”. Sin embargo, ella considera que contar su historia “merece la pena porque es una forma de sensibilización para que se entienda que la violencia hacia la mujer con fines de explotación sexual es algo tan real que nos afecta directamente a todas las mujeres. No solo porque nos puede pasar a cualquiera, que también, sino porque además el cómo tratan a otras mujeres es algo que nos afecta a todas las mujeres. Todas somos vistas como objeto de consumo”, expone.

Además de ser agente de cambio. Joy es también mediadora de la asociación, trabajo que, por un lado, le ha facilitado el acceso a la comunicación con otras mujeres y, por otro lado, le ha ofrecido un espacio seguro donde poder dedicarse a una de sus pasiones: cantar: “Mi sueño es inspirar a todas las mujeres a través de mis canciones”.

El Foro Navarro Contra la Trata atendió en 2022 el año pasado a 118 mujeres como víctimas de trata con fines de explotación sexual, según los indicadores de los diferentes colectivos e instituciones. Acción contra la Trata ha registrado solo este año 20 nuevas atenciones. “Tengo en mi mano la posibilidad de contar a todas estas mujeres mi vida, ahora, como superviviente. Todo el proceso de transformación que he hecho y todo el que me queda hasta sanar del todo. Estoy feliz por poder ser esa voz”, concluye. La voz de Joy Ogbeide clama de forma clara y fuerte para demostrar que después de la trata hay otra vida. Y una mano tendida. l

"La prostitución no ha sido y no va a ser nunca mi trabajo"

– Favour Roberts se sienta en un banco junto al depósito de aguas de Burlada. Algunos rayos de sol le caen en el rostro. Coge aire y sonríe cuando Alicia Giménez habla de ella: “Es muy generosa”. Favour era modista en Nigeria. En 2015 un hombre le ofreció trabajar en Italia, en la tienda de ropa de su hermana. “Acepté porque me dijo que se trataba de una boutique de lujo. En el viaje en autobús murieron tres mujeres. Si una mujer no tenía nada, la violaban para llevarse algo a cambio”. En Nigeria le aseguraron que, a cambio de l viaje, debía pagar 40.000 nairas que al final fueron un total de 40.000 euros y la única forma de pagar a su tratante era en la calle. Tras varios meses de engaño por las calles de Italia, se escapó a Barcelona. “Dormí en la estación, pero tras hablar con tres hombres, otro me recomendó que viajara a una ciudad más segura. Y acabé en Pamplona, donde una mujer africana me llevó a su casa. Ella también se dedicaba a la prostitución”, relata.

Le explotaban hasta las 4.00 horas de la mañana, día y noche. “Sufrí y fui testigo de incontables violencias. Allí pasaban hombres de todas las edades (de 13, de 16, de 25, de 60). Los peores eran los que se iban sin pagarte. Cada día, antes de salir a la calle, rezaba a Dios para que me protegiera”.

Muchas mujeres salen del estado nigeriano de Edo por medio de un rito de vudú. Los tratantes no solo les venden el sueño europeo sino que juegan con una creencia religiosa para manipularlas. En el ritual de vudú las víctimas se comprometen a no hablar con la policía o con las personas blancas sobre su historia. Si lo hacen pueden morir ellas o sus familiares. Juegan con aquello que es más preciado: la familia y la fe. Sin embargo, el Oba Ewuare II, la más alta autoridad religiosa del pueblo Edo y que había observado lo que estaba sucediendo en Europa con la trata, prohibió el vudú y canceló todas las promesas que hicieron para explotar a las mujeres y niñas en el mundo. Este fue el momento en el que Favour se escapó por segunda vez.

“Aquí mi vida cambió”

 “Han pasado tantas cosas que muchas veces no sé por dónde empezar pero creo sinceramente que mi vida es buena. Tengo, por fin, un lugar donde vivir, y estoy centrada en traer a mi hijo a Pamplona. Y, sobre todo, camino mucho y busco trabajar para poder sentirme algo más libre”, cuenta Favour.

Sin embargo, salir adelante en ocasiones puede resultar difícil por ser una mujer extranjera: “En Pamplona no hay trabajo, en especial cuando no conoces el idioma”. Una vez obtenidos los papeles, pasó por un matadero de pollos y una frutería, tareas que se alejaban mucho de su trabajo inicial, pero afirma que “yo solo quiero trabajar”. Y después de una agonizante etapa como víctima, volvió la esperanza: “Mi sueño ha sido siempre ir a clase, al colegio, y lo he conseguido”, sonríe. “Cuando llegué a Europa quería confeccionar vestidos, tarea que también hago en mi tiempo libre, y sigo queriendo lograrlo, pero me he dado cuenta de que es muy difícil aquí. Ojalá no tenga razón”.

“Eres una persona muy fuerte, ojalá tu testimonio permita acabar con esta violencia”, le señala Alicia. Favour Roberts fue pionera a la hora de contar su historia “Me negaba a tener depresión. Solía pasar todo el tiempo con gente para evitar estar sola porque no tenía dinero para pasar por un psicólogo y es muy difícil acceder a la sanidad pública siendo inmigrante”. Pese a todo, buscó la forma de volver a conectar mente y cuerpo: “Siempre me ha encantado bailar; con la música se curan muchos males. También acudo hasta el centro de Pamplona, echo un ojo a las tiendas o hablo con gente”. La capital de Navarra ya es casi su hogar, le ayuda a estar en calma. Pero Favour donde realmente encuentra la paz es en la naturaleza: “Cerca de mi casa hay un sitio muy inspirador, como un pequeño bosque, que me hace desconectar de mí misma, aunque también vuelvo a mí y me escucho”.

Conocer a Las Poderosas le cambió la vida y quiso que su historia sirviera para algo: “Muchas mujeres callan pero es necesario contar nuestras experiencias porque pueden servir de impulso para otras compañeras . Yo he aprendido que tengo la libertad y la voluntad de hablar”, señala. Cada vez son más mujeres las que se atreven a contar sus testimonios y el horror vivido: “El coraje se contagia”, sentencia. A pesar de las dificultades, cree que su futuro “es luminoso”. “Me siento aliviada para seguir hacia adelante”. Con esperanza y mucha valentía, sonríe al concluir que “la prostitución no va a ser nunca mi trabajo”.