"Yo nunca supe que ahí dentro se hacía tabaco. Iba allí a cuidar las vacas y a arreglar los tractores”. “Era un encofrado, una nave aislada, discreta y amplia, dentro de otra mayor, a mí me dejaban mi espacio para mis cosas de carpintería y yo no sabía lo que hacían”. “Me dedico al transporte y yo no pregunto lo que transporto”. “Nunca había oído eso de vehículo lanzadera. Nosotros íbamos a cargar y descargar palés, nos pagaban 50 euros, y yo no veía el contenido del palé. Estaba todo plastificado, con celofán negro, y ni sabía qué era”.

Las frases anteriores las pronunciaron este viernes en la cuarta sesión del juicio varios de los siete acusados, cuatro navarros y tres guipuzcoanos, de integrar la mayor red de contrabando de tabaco de Europa a los que la Guardia Civil decomisó 3 millones de cajetillas de tabaco y 31 toneladas de hoja de tabaco, lo que supone un fraude fiscal de 52 millones de euros. También se les acusa de un delito contra los derechos de los trabajadores porque los investigadores consideran que tenían a seis trabajadores ucranianos, trabajando de sol a sol, encerrados y en régimen de semiesclavitud. Estas presuntas víctimas fueron liberadas en la operación llevada a cabo por el Instituto Armado, pero ni han declarado en el juzgado ni en la vista oral.

Distribución interna de la fábrica de tabaco desmantelada en Aldatz.

A los siete procesados se les pudo escuchar este viernes por primera vez en el juicio aunque, salvo en el caso de uno de ellos, solo respondieron a preguntas de su defensa. Uno de los acusados, que tenía en alquiler la granja de Aldatz para labores supuestamente de carpintería, atribuyó precisamente la iniciativa a los ucranianos, así como la responsabilidad del negocio del tabaco. Lo cierto es que en el interior de la nave disponían de máquinas especializadas y profesionales para elaborar tabaco, que requerían de un tiempo de aprendizaje para su manejo.

Fábrica, transporte, almacén y contactos

“Me enteré a través de un amigo que había unos ucranianos que buscaban un sitio discreto y amplio. Estaban dispuestos a pagar 1.000 euros al mes y pensé en la granja. Contacté con uno de ellos, le gustó el sitio y querían hacer obra y aislarlo. A mí me dejaban mi espacio y no entraba dentro. Estuvieron dos meses de obras y yo solo vi la nave cuando la tenían vacía. Habían pedido discreción y yo no pregunté mucho. Nunca pensé que fuera algo ilegal, me dijeron como que iban a hacer algo para embalar, como juguetería. Y no le di tanta importancia”, indicó este procesado. Dice que les compró comida, que le preguntaron si conocía empresas de transporte (la de otro acusado) para mover los palés y que si conocía algunos lugares que pudieran servir de almacén de mercancía, como los de Torres de Elorz, Aduna y Urnieta, que tenía alquiladas otro procesado. “Había una persona que venía cada dos meses y pagar los portes y alquileres de todo”. ¿Quién era? Nadie lo sabe.