Creo que puede decirse que Mario Gaviria tuvo una buena vida. Pero más allá de su experiencia vital, es sin duda una aportación relevante su concepción de lo que podríamos denominar como “la buena vida”, tal como él la denominó en uno de sus últimos libros. (...) Descubrimos en sus trabajos, en esta y en otras temáticas, un marxista analítico a la hora de entender las estructuras de poder y las dinámicas de los conflictos sociales, fiel a sus maestros en la orientación y heterodoxo en su aplicación. Pero descubrimos también un anarquista en su planteamiento de vida, libre de ataduras y alérgico a las jerarquías y las estructuras de poder de las instituciones. Y descubrimos también un comunitarista convencido a la hora de concebir alternativas colectivas, surgidas desde la base, basadas en la autoorganización y la respuesta popular. (...)

Su concepto de “la buena vida” se enmarca, con estas y otras dosis, dentro de una concepción más amplia de lo que podríamos denominar el ecologismo humanista. (...) Su optimismo antropológico le aporta una visión en positivo de la evolución de la sociedad, especialmente en lo que se refiere a España, pero también a nivel global, planetario. La experiencia negra del franquismo le marcó sin duda en esto cuando decía con rotundidad: “cualquier tiempo pasado fue peor”. (...)

La construcción de la utopía siempre fue importante en el pensamiento de Mario Gaviria (...) Y como otras utopías en la historia del pensamiento, también en este caso concebida como motivación para la acción política y la transformación social. (...)

La buena vida tiene para Mario Gaviria un significado directo y concreto de carácter subjetivo y hedonista: es disfrutar de la vida, es el carpe diem. Como en la Constitución de Cádiz, el objetivo es “la felicidad de la Nación”: ¡Viva la Pepa!

Pero la buena vida también tiene una dimensión social, relacionada con su concepción de la sociedad y de la relación del ser humano con la naturaleza. La buena vida cobra entonces un potencial transformador, revolucionario, de raíz muy sesentayochista: el paraíso se consigue disfrutándolo desde ya. (...)

La transformación social se construye políticamente mientras se disfruta personalmente. El camino de la revolución no está hecho de sacrificio, sino de placer. Pequeñas acciones individuales que nos hacen sentirnos bien, como andar en bicicleta, tienen una significación colectiva de apelación a un nuevo modelo de movilidad.

Esta doble dimensión de la buena vida (subjetiva, individual y vitalista por un lado; social, trascendente y transformadora por el otro) está presente en diversas aportaciones de la obra de Mario Gaviria. Rastreando en ella, podemos identificar los contenidos, los condimentos con los que ha de aliñarse, en la vida cotidiana del día a día, y en la construcción de un nuevo modelo de sociedad más sostenible, ecológica y socialmente: las relaciones interpersonales, la alimentación, el trabajo, el acceso a los bienes básicos o la fiesta.