Cuando Ángel Grávalos dijo que “hay tiempo para todos”, sus compañeras Verónica Echeverría y Oana Radu asintieron. A los tres les afectaron de una manera u otra los mantras “racistas” con los que la sociedad condena a la población gitana y, sin embargo, han logrado plantarles cara y construir una vida distinta, plagada de oportunidades y lejos de las falsas creencias limitantes.

Ángel es un chico “músico, gitano y de pueblo de toda la vida”. En segundo de la ESO dejó de estudiar porque “no me apetecía madrugar para hacer algo que no me gustaba”, mencionó. Durante un tiempo, trató de hacerle frente a la idea de abandonar sus estudios, pero veía a sus primos, quienes ni siquiera llegaron a la ESO, y decidió dejarlo. Su padre, quien tenía una empresa, le dijo “no quieres estudiar... pues ahora vas a ver lo que es bueno”.

Le levantaba todos los días a las 4.00 de la mañana y no llegaba a casa hasta las 16.00 horas. “Un día le pregunté que cuándo iba a terminar ese martirio. Con esto, mi padre me animó a volver a estudiar Música, que era lo que me gustaba. Así que volví a la ESO y realicé las pruebas en el Conservatorio. Solo había tres plazas y yo me quedé el primero”. Ángel recibió muchas críticas “tanto por los míos como por los otros. Unos porque decían que en vez de estudiar tendría que ser padre, y los demás se sorprendían de que a un gitano le pudiera interesar la música. Y ahora soy profesor de Música en una escuela y soy padre”, dijo orgulloso.

Oana se considera a sí misma como un rara avis porque “ser gitana no me ha cerrado puertas”. De hecho, tuvo la suerte de coincidir con un profesorado que dejó de lado las etiquetas y apostaron por creer en ella: “No era gitana o rumana, simplemente era Oana, y eso me ayudó a comprender que yo era la excepción”, contó. Por esta razón, cuando llegó a Bachillerato, pensó en qué hay que hacer con quienes no corrieron la misma suerte que ella. “Así que me animé a tratar de ser un referente para todos esos niños y niñas gitanos y que vean que, si yo pude, ellos también van a poder”, concluyó.

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Discriminación

Por otro lado, Verónica es madre de dos hijos y le preocupa la situación académica de su hija menor, ya que “además de los problemas en los estudios, tiene otras dificultades. Se meten con su físico, se ríen de ella por las notas, etc.”, señaló. De hecho, esta discriminación llevó a que la pequeña ocultara durante muchos años que era gitana. “Ella lo negaba porque sabía que si reconocía su etnia le iban a dejar de lado. Tenía miedo de las etiquetas, que hacen mucho daño. Ahora, por suerte, está orgullosa de ser quien es, que me parece lo más importante. No podemos negar nuestra identidad”, sostuvo. “La educación no está reñida con la cultura. Si las personas gitanas tenemos estudios, mejor podremos defender nuestra cultura. Tenemos que seguir adelante. Por nosotros”.