El itinerario laboral de Maider Lazkoz, que este jueves recién soplaba los 50 y los iba a celebrar como merece, y David Zurbano, de 43, rellena ya varios párrafos y es posible que muchos de esos renglones no los hubieran escrito sin el acompañamiento de la Asociación Síndrome de Down de Navarra y el arrojo y valentía de sus familias, que han ido incorporándoles a distintas etapas de su formación y crecimiento tirándose literalmente a la piscina.
Ahora, les toca afrontar todo un reto, un proceso de envejecimiento más temprano (no en vano se pueden jubilar a los 52 años) de estas personas y otros retos, que desde la asociación apuestan por afrontar con la filosofía de “escuchar siempre lo que ellos y ellas quieren. Tienen que ser el eje y los protagonistas de su historia”. Maider y David tienen síndrome de Down y, por tanto, “con ellos, los miedos no se van nunca, pero hay que lanzarlos hasta ver donde pueden llegar. Nos sorprenden a diario, pero queríamos que tuviera una vida lo más normalizada posible y en ello estamos”, cuenta Irene Redondo, la madre de David, que con media docena de familias se decidió en la década de los 90 a dar cuerpo a la asociación. Por muchas veces llegan más veces de lo que nadie piensa.
DAVID
David, que estudió en el colegio Los Sauces de Barañáin, con las dificultades que en ese momento había para poder continuar en un instituto de manera ordinaria, continuó sus estudios en el Centro de Educación Especial El Molino y de ahí se incorporó al proyecto Itaca de la Asociación para una formación específica con el objetivo de adquirir las habilidades necesarias para un empleo. Fue cuando empezó a trabajar en una lavandería, donde se dedicaba a separar la ropa por tipología, siguió en una cafetería, donde servía cafés y tostadas y ahora se encuentra en FCC, donde está y se le ve “muy contento”, orgulloso de dedicarse a pintar todos aquellos contenedores que van quedándose añejos. Lo hace con brocha y rodillo, feliz de la vida, de lunes a miércoles. Además, comparte piso con un estudiante sin discapacidad, que hace de figura de apoyo, con lo que salió del cascarón del hogar. Dice que se lo hace casi todo, como el desayuno, la cama, el aseo personal y que los sábados le gusta ir con su grupo de iguales a dar una vuelta. Eso sí, al mediodía, a comer a casa de sus padres. También vive cerca de sus dos hermanos. Como es intenso y cañero, David no para mucho en casa, aunque se maneja en redes sociales y ofimática como el más avezado tecnólogo. Toca en un grupo de batukada de Buztintxuri, lo hizo antes en Motxila 21 y en uno de txalaparta, le pega a la batería y a la caja y baila danzas regionales.
MAIDER
Maider Lázkoz nació en Errotz, ahí al lado entre Irurtzun e Izurdiaga, recuerda ella, formó parte de la orquesta municipal, es hincha del Xota y de Osasuna, pero ayer sus primos de Donosti le regalaron por su 50 cumpleaños una camiseta de la Real a la que también le hacía ojitos. A diferencia de David, Maider estudió en centros de educación especial desde pequeña, en La Carbonilla de Errotazar y en El Molino, donde empezó a prepararse para la vida laboral. La arrancó durante dos años en el centro especial de empleo de Tasubinsa, pero no fue algo que le llenara.
En estos casos, la Asociación Síndrome de Down busca ofrecer otras alternativas. Su madre, Begoña Jerez, repensó la situación. Se quedó con ella en casa y le enseñó todo lo posible, desde coger una escoba y barrer hasta cómo manejarse con la lengua y las multiplicaciones. En una actividad de psicoballet conoció a Irene, la madre de David, y la asociación que estaba dando sus primeros pasos. “Después de tenerla dos años en casa, a los seis meses ya empezó a trabajar. Me pareció increíble”, dice Begoña. Maider se hartó de doblar ropa en la lavandería de la residencia La Vaguada, hizo prácticas en la sala de Conferencias de la Caja Municipal repartiendo documentos y preparando las reuniones y luego desempeñó labores administrativas en Civican durante un año.
El grueso de su hoja laboral lo rellenó ocho años en una tienda de deportes, pero al final allí se aburrió, era monótono, y fue mejor cerrar esa etapa y reciclarse. La asociación consultó con la familia y a través de los programas de capacitación laboral vieron que el fuerte de Maider eran las labores de secretaría y como tal empezó en el Hexágono de Medicina de la UN.
Ahora realiza tareas de limpieza en la Biblioteca, donde afirma que “está encantada, porque son muy amables conmigo y además soy fija”. Nadie pierde la perspectiva que Maider puede estar empezando los últimos años de su etapa laboral, por eso el trabajo “debe ser rico y estimulante, que se adapte a sus capacidades y necesidades”, cuentan desde la asociación. Su madre Begoña enfatiza: “Nunca pensé que hubiera llegado hasta donde lo ha hecho”. Y mientras, Maider, que no quiere ser menos que David, investiga en la galería de fotos de su móvil y le enseña al periodista una imagen de cuando tocaba en la orquesta que formaron en Errotz, donde ella tocaba la pandereta. Recuerda que también le flipa el tambor, que ha probado el acordeón y la guitarra, y que dejó los bailes por el dolor de espalda. Se le oye feliz y se va a celebrarlo.