Han causado gran revuelo las palabras del Alto Representante de Exteriores y de Seguridad de la UE, Josep Borrell, al comparar Europa a un jardín rodeado de jungla en su conferencia ante los estudiantes del Colegio de Brujas. Se le ha tachado de racista y xenófobo por considerar al resto del mundo una suerte de bárbaros violentos. No voy a pararme en la polémica sobre sus expresiones, porque me interesa más el fondo de la cuestión, que no es otro que la realidad que los europeos de la Unión representamos en el mundo actual. Ser conscientes de lo que somos en comparación con el resto, es un ejercicio objetivo, sin adjetivos, ni maniqueísmos de buenos y malos. Si no reconocemos que somos un espacio menguante demográfica, económica y, por tanto, políticamente en el escenario internacional, será imposible enfrentarnos a los retos actuales. Porque no hay nada peor que refugiarnos en nuestra nostalgia del pasado glorioso de la civilización occidental cual avestruz escondiendo la cabeza ante los problemas.

Menos y más viejos

El primer gran problema que nos está debilitando es el peso demográfico. La UE cuenta ahora con 447 millones de habitantes. Según las proyecciones de Eurostat, se espera que esta cifra alcance los 449 millones en torno a 2025, antes de descender, de 2030 en adelante, hasta los 424 millones en 2070. Sin embargo, se prevé que la población mundial siga creciendo, de 7.800 millones en 2020 a 10.500 millones en 2070.En 1950, la población de los 27 países que en la actualidad conforman la Unión representaba aproximadamente el 12,9 % de la población mundial; hoy constituye el 5,7 % y en 2070, solo el 3,7 %. Todo ello viene acompañado de un envejecimiento importante: se prevé que la proporción de personas mayores de 65 años ascienda del 20 % en 2019 y al 30 % en 2070. Al mismo tiempo, la población de entre 20 y 64 años, en edad laboral, disminuirá de forma constante. En las próximas décadas, esto supondrá un gran desafío para nuestras economías, así como para la financiación de nuestros sistemas sociales y sanitarios.

Peso económico en declive

La pérdida demográfica, de forma paulatina, nos está haciendo menos relevantes comercial y económicamente. La UE representa alrededor del 14 % del comercio mundial de mercancías. Desde la caída del muro de Berlín, la globalización, la deslocalización productiva hacia Asia y Europa del Este y la Gran Recesión han generado nuevos retos. Europa, que llegó a producir casi la mitad de la producción mundial en el pasado, tiene ahora un papel marginal en la generación de riqueza en el mundo. Se han cambiado los papeles: Asia produce el 40% de los bienes y servicios del mundo, mientras Europa no llega al 15%. También hemos sufrido la pérdida de productividad y de empleo fruto de la reestructuración económica mundial como consecuencia de la globalización, la deslocalización y la falta de innovación e inversión. Por supuesto, esta caída de posiciones se ha trasladado también al ámbito científico. Las mejores universidades del mundo ya no están en Europa, donde solo quedan en el top 10 las históricas. EE.UU. aguanta y China arrasa en la clasificación.

Democracia vs autocracia

La batalla geopolítica ha virado de escenario en el siglo XXI. Si el primer foco de las civilizaciones modernas fue el Mediterráneo y desde 1500 se trasladó al Atlántico, ahora es el Pacífico el eje sobre el que empieza a moverse la política mundial. Vivimos el pulso por la hegemonía entre EE.UU. y China, con distintos actores alrededor, como Rusia, Turquía, India, México o Brasil, potencias geográficas y demográficas. Lo grande se impone a lo pequeño y la UE es una amalgama de varios pequeños y muchos enanos. Para ser algo en este contexto, deberíamos dotarnos de herramientas de gobernanza de talla mayor y más ágiles en sus decisiones. Además, Putin con su guerra en Ucrania y al borde de saltar el ridículo seto que rodea el jardín de la UE, nos ha situado ante el debate entre democracia y autocracia. Estamos ante el dilema de los derechos individuales o los derechos colectivos y, por tanto, del tipo de sociedad que va a imperar en el nuevo orden mundial. Nuestras democracias liberales europeas necesitan una actualización urgente si no queremos caminar a toda velocidad por la senda del autoritarismo como solución a los problemas de los pobres del mundo.