Seguro que no soy la única que ha soñado con huir estos días de Pamplona y regresar a falta de pocas horas para el Chupinazo. Una se imagina, por ejemplo, en la costa sin otra cosa que hacer que decidir si va a la playa A o a la B y no padeciendo el grado de ansiedad y tensión que la capital navarra soporta. El estrés tiene forma de ciudad si vives aquí, sabemos que el mundo se acaba el 5 de julio y, en consecuencia, nada puede quedar pendiente para más allá de esa fecha. Importante a estas alturas haber comprado ropa blanca a los chavales porque, después de tres años, no les cabe ni el pañuelo. Sobre los adultos y nuestros pantalones, mejor no hablemos... Si resides en el Casco Viejo, no hay centímetro cuadrado libre de repartidores variados, furgonetas de mil tipos, trabajadores de obras inacabadas que sienten que no llegan... El vallado y los aseos portátiles están colocados, los escaparates son blanco y rojo, las neveras revientan, el centro bulle, los turistas nos miran como a unos chiflados y los de aquí sabemos que este es el último arreón, que queda muy poco para terminar las obligaciones y lanzarnos a las calles (o salir de vacaciones). Es un esfuerzo titánico y sólo unos pocos han podido escapar y descansar. Los muy sinvergüenzas, volverán cuando todo esté organizado.