"Quítate la mascarilla, porque no te entiendo", le espetaba ayer la juez de Penal 2 a uno de sus agentes judiciales que, en la mañana de ayer, además de tratar de comunicarse con la magistrada, tuvo dificultades con el dispositivo de videollamadas del juzgado y llegó a patearse el Palacio entero incluso para exhibir documentos del sumario judicial.

Hubo un caso en el que el funcionario tuvo que subir hasta la quinta planta, en una de cuyas salas estaba un testigo al que el abogado defensor le quería enseñar si el abrigo que aparecía en las diligencias es con el que él observó al presunto agresor. Otras testigos, que declararon presencialmente en Sala, tenían que proteger el micrófono con una capucha de plástico y arrojarla a la basura cuando acabaran. Así es la Justicia en pleno coronavirus, no del todo operativa. El juicio se celebró ayer por encontrarse el acusado en prisión preventiva y ser por tanto su causa urgente. En la sala 102, la más amplia del Palacio, solo había este periodista de público (hay 26 sillas de capacidad), dos policías de escolta y el acusado, también con mascarilla salvo cuando declaró. Le trajeron esposado de prisión. La jueza también hizo uso habitual del material de protección. Ahora, el Palacio de Justicia, que funciona con citas previas, parece un erial en lugar de albergar el runruneo habitual. Los pasillos y salas de espera tienen aforos limitados. Hay bancos agolpados en las paredes o tapando puertas para que no se entre por ahí y un acceso para funcionarios y otro para profesionales y público. El gel tampoco falta. Ni las mascarillas, aunque hablando con ellas no pueda ni entenderse.