Juan Diego Botto (Buenos Aires, 1975) regresa a las tablas del teatro y lo hace para meterse en la piel de Federico García Lorca. Un poeta al que admira y que en Una noche sin luna, la obra que ha escrito e interpreta, es vehículo para enfrentarse, desde el presente, a las deudas del pasado. Y a la historia. Porque, critica, “cuando como país nos arrebatan parte de nuestra historia, lo que está en jaque es nuestra identidad”. Y por ello, dice, nunca es tarde para revisar la memoria histórica de España.Pamplona será la tercera ciudad que acoja la puesta en escena de Una noche sin luna, tras su estreno en Vitoria. En vísperas de regresar a las tablas, ¿se mezclan los nervios, las ganas, la ilusión…?

-Tengo muchísimas ganas de volver a las tablas y de presentar este montaje, porque llevamos mucho tiempo trabajando y gestando en él... Y porque yo no me subía a un escenario desde la obra Un trozo invisible de este mundo.

¿Cuál fue el punto de partida de la obra, que cuenta con la figura de Lorca como eje?

-Primero pensé en coger poemas y fragmentos de teatro y hacer un recital. Fui juntando textos y entonces me encontré con una anécdota que desconocía de una demanda que le pusieron a Lorca una vez por un texto que escribió -fue en 1936, a raíz de su poema Romance de la Guardia Civil Española, recogido en el Romancero Gitano-. Eso dio pie a empezar a investigar más, a leer más... Me fui encontrando con entrevistas que no había leído de él, que me dieron pie a otras reflexiones... Y al final fui sumando texto mío, texto mío y texto mío, hasta que un día me di cuenta de que no iba a hacer un recital, sino una obra original, ya que tenía tanto texto mío que...

¿A dónde le llevó este proceso de investigación y escritura?

-Descubrí que más allá de mi enorme admiración que he sentido por su poesía y por su trabajo teatral, Lorca nos permitía hablar de hoy hablando de ayer. Era un vehículo magnífico para ver las cosas irresueltas del pasado y cómo la memoria no es un territorio arqueológico, sino que es lo que nos permite articularnos hoy en día. Si los olvidos que le debemos al pasado son cuestiones que arrastramos en el presente. Entonces, dije: esto es una forma de hablar de hoy y dando y tratando también de arrojar luz sobre uno de los poetas más importantes y relevantes de nuestro siglo XX.

Y desde esta mirada del poeta y del ayer, ¿qué cree que pensaría Lorca si nos viese hoy?

-Es difícil... Pero creo que habría cosas que le asombrarían de lo que hemos conseguido como sociedad... y otras que le asombrarían de lo poco que hemos crecido. Creo que, por ejemplo, si él viera que todavía hoy en Madrid se vandaliza la estatua de Largo Caballero porque es fuente de disputa política, se asombraría de lo poco que hemos elaborado el relato de nuestra dictadura. Una de las cosas más sorprendentes de nuestra historia es que todavía se permita esa condescendencia con la dictadura.

Quizá también se sorprendería de que ahora todavía se sigue sentando a gente en el banquillo del juzgado por denuncias a raíz de sus escritos...

-Bueno, a él con unas de sus primeras obras, se le suspendió el estreno porque se había decretado luto por la muerte de la madre del rey, pero ellos decidieron no suspender. Eso fue entendido como una ofensa a la corona y entonces se cerró el teatro. Y hoy en día se sorprendería de cómo la ofensa a la corona sigue siendo algo que está ahí presente.

Decía Lorca en Comedia sin título que “venimos al teatro para ver lo que pasa y no lo que nos pasa”. ¿Qué (nos) pasa en Una noche sin luna?

-Bucamos implicar al espectador en que ese recuperar nuestra memoria sea una excusa para mirarnos de frente, no hacia atrás. Si conseguimos que el espectador se ría con nosotros, sobre todo en la primera parte del espectáculo, que tiene mucha ironía y mucho humor, que nos acompañe en este viaje y que diga que tarde más grata he pasado con Lorca, para atacarnos a ese final, indudablemente dramático... habremos conseguido nuestro objetivo. Si logramos esa reflexión sobre por qué hemos tratado a nuestra memoria de la forma que hemos tratado, creo que habremos conseguido nuestro objetivo.

¿Habla de la memoria individual, de la memoria colectiva...?

-Bueno, creo que están muy ligadas. Ocurre con la memoria del país lo que ocurre con la memoria de un individuo. Si a cualquiera de nosotros, de repente te borraran de la memoria el recuerdo del perfume del olor de tu madre cuando te despertaba para ir al colegio, de tu primer novio, del nacimiento de tu hijo... Si todo eso te lo quitaran, ya no serías tú y dejarías de tener los referentes emocionales e históricos para saber cómo reaccionar frente a situaciones. Y como país nos ocurre lo mismo: cuando nos arrebatan parte de nuestra historia, lo que está en jaque ya no es nuestra historia, sino nuestra identidad. Hablar de la memoria es hablar de quienes somos y siempre es relevante hablar de quienes somos.

Una memoria histórica a la que todavía, por desgracia, no se le ha hecho justicia.

-Sí, creo que hay que reivindicar que nunca es tarde y que hay que seguir intentándolo. Me da la sensación de que posiblemente el hecho más lacerante y el debe más grande que tiene nuestra democracia es saber que nuestro país sigue bragado por decenas de miles de fosas en las que todavía quedan los huesos de muchísima gente. Gente que realmente, la mayoría de las veces, lo único que hizo fue tener un carné de un sindicato, ser maestro o maestra, ser amigo de..., pensar de un manera o no creer en dios. Es quizá la deuda que tiene nuestra democracia con todos aquellos que intentaron mantener esa democracia en pie, o que simplemente pasaban por ahí. Y todos los esfuerzos que se hagan por dar dignidad a esa parte de nuestra historia son esfuerzos necesarios.

¿De ahí el título de la obra, que alude al fusilamiento de Lorca en una noche en la que, según recogen sus biógrafos, no había luna?

-Me llamó la atención que al poeta que quizá más veces ha mencionado la luna, del que todos leímos de pequeños esa luna que bajó a la fragua con su polisón de nardos -Romance de la luna-, finalmente lo fusilaran en una noche sin luna. Me parecía una metáfora bonita y es también un símbolo de la oscuridad de esa noche, que se prolongó durante 40 años.

Visto el recorrido y el trabajo de escritura realizado, ¿cuál ha sido el mayor reto de meterse en la piel de Federico García Lorca?

-Dificultades han sido muchas, pero sobre todo el desprenderte de prejuicios, del que Lorca tenía que ser de esta manera o de esta otra. No sabemos cómo era, cómo hablaba, cómo gesticulaba... lo mejor es crear tu propio Lorca y jugar con las reglas que nosotros establezcamos en el espectáculo. La mayor dificultad ha sido quizá la construcción del texto, cómo hilvanar todos estos aspectos y saber que estás jugando con algo que ha sido muy visitado. Todo el mundo tiene una imagen de Lorca y una idea de cómo es, o de cómo debía ser y cómo debe ser contando. Así que fue coger todo eso, reflexionar sobre ello, tirarlo a la basura y decir: ésta es mi visión, y punto.

La obra supone también su reencuentro en las tablas con Sergio Peris Mencheta, encargado de dirigir el montaje y con quien ya trabajó en la exitosa pieza Un trozo invisible de este mundo -ganadora de cuatro premios MAX en 2014-. ¿Cómo ha sido el proceso?

-La verdad que estupendo. No me imaginé nunca haciendo este espectáculo con otra persona. De hecho, para poder coincidir hemos tenido que retrasar un año el principio del trabajo, porque él está viviendo en Los Ángeles, yo vivo en Madrid, y coincidir era complicado... Pero yo sólo lo podía hacer con él. Nos entendimos muy bien en Un trozo invisible y nos hemos entendido muy bien aquí. Tenemos una conexión que es sencilla y a la vez profunda y, sobre todo, nos lo pasamos bien. El proceso es divertido, no es doloroso ni traumático ni complejo, es fundamentalmente divertido y cuando con alguien te lo pasas bien y sientes que se va enriqueciendo el trabajo, eso es muy valioso.

Este año ha estrenado películas como Los Europeos (2020) o la serie White Lines, de Netflix. Pero, ahora que ha regresado al teatro, ¿qué ha encontrado que echase en falta en el cine o la televisión?

-Sin duda el teatro tiene la inmensa adrenalina de estar contando una historia en directo. Es algo que está pasando y es absolutamente real para el espectador, no es un relato previamente fabricado que exhibes. Y más allá de eso, a mí el teatro, tanto en Un trozo invisible como Una noche sin luna, me permite un placer mayor que es el de contar mis propias historias. Cuento algo que me emociona, que me interesa, que pienso que puede ser interesante para el espectador, pero que sin duda es algo que a mí me gusta. Y hay pocos placeres mayores para un actor que contar historias que a ti te gustan y que a ti te emocionan.

El pasado verano se cumplieron 25 años de Historias del Kronen, película dirigida por el navarro Montxo Armendáriz y que usted protagoniza. ¿Qué le supuso aquel largometraje?

­-Para mí lo supuso todo. Fue mi primer papel protagonista en cine y fue la película que me permitió darme a conocer y, a partir de entonces, tener una carrera profesional. No he dejado de trabajar desde entonces. Pero además me permitió conocer a Montxo, que no sólo es un director con el que he vuelto a trabajar muchas veces a lo largo de mi vida, sino que además es uno de mis amigos más cercanos y una de las personas a las que más quiero y más admiro. Ósea que la deuda que tengo con ese momento con esa película y con esa historia es enorme y es siempre un placer recordarla.

“La memoria no es un territorio arqueológico, sino que es lo que nos permite articularnos hoy en día”

“Lorca se sorprendería de cómo la ofensa a la corona siegue siendo algo que está ahí presente”

“Cuando como país nos arrebatan parte de nuestra historia, lo que está en jaque es nuestra identidad”