Ópera en un acto con libreto, basado en el cuento de O.Wilde, y música de Iñigo Casalí. Reparto: Alvaro Blasco, gigante. Carla Satrústegui, gigante niño y David. Saioa Goñi, Viento. Olaia Lamata, Nieve. Amaya Arboniés, Granizo. Orquesta y coro del Conservatorio Profesional P.Sarasate y Escuela de Música J.Maya. Vestuario: Edurne Ibáñez. Dirección de escena: Carlos Crooke. Visuales: Ikus-Arte. Dirección musical: I. Casalí. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: 11 abril de 2022. Público: Casi lleno (8 euros).

entro de las celebraciones del décimo aniversario de la Ciudad de la Música, el Conservatorio Profesional ha repuesto esta ópera, -familiar, para entendernos-, de Iñigo Casalí, lejanamente basada en el cuento El Gigante Egoísta de Oscar Wilde. El libreto, del propio Casalí, obvia el matiz religioso del final: no aparece el Niño Jesús, con sus estigmas, para redimir al gigante; aquí la redención viene por la amistad de los niños, que propician la ayuda al más débil; acción que lleva al gigante a aceptarles en su jardín, que florece espléndidamente. Bien. Lo importante es que se alaban las cosas buenas -la amistad entre todos-, y se castigan las cosas malas: el boulign, coartada, además, del egoísmo del gigante.

De nuevo, -(y van ya..., no se especifica el número de opus)-, Casalí acierta plenamente con la música: pegadiza, cantable, bailable, bien orquestada para darle entidad, con un terceto poderoso, buena definición temática de los personajes, magníficas citas al barroco, y otras a los juegos tradicionales, y una gran fluidez entre las escenas. Casalí, además, se pone al frente de los conjuntos desde el foso; y su dirección lo controla todo; en la sesión que nos ocupa no hubo ningún desajuste entre foso y escena, y eso que en varios momentos, el coro evoluciona en coreografías de danza. La representación fue un éxito, sobre todo, porque los críos, en la sala, estuvieron quietos como mazos; prueba evidente del acierto. La orquesta funciona muy bien: arropa siempre, y solventa esos tramos de metal luminoso, barroco, con el que el compositor acompaña los momentos felices de juegos y recreos. El coro, además de que musicalmente se luce, se mueve en círculos o simetrías estupendos. Carlos Crooke, acierta con su distribución en escena -(incluida la coreografía, que no se si también es suya)-. Suena bien el comienzo -cuando hacen el vacío al pequeño gigante-; y son una delicia los tramos más recreativos: la inclusión de El patio de mi casa es particular... y otras melodías tradicionales, introducidas en la partitura original, con plena naturalidad, hacen que nos identifiquemos con la escena, incluso los más viejos. Dónde jugaremos..., por contraste, es otro momento hermoso. El trío (Goñi, Lamata, Arboniés), estupendamente vestido, funciona muy bien, tanto vocal como teatralmente: además de ser el hilván de la función, sirven unos tercetos equilibrados y bellos, con una muy acertada aportación cómica de Arboniés, (el Granizo). Se me quedó un poco corto (contradictoriamente) el gigante de Alvaro Blasco: vocalmente parece que requiere una voz más cavernosa; y teatralmente, yo creo que asustaba poco; algún elemento más de atrezzo le hubiera venido bien. Carla Satrústegui, cumplió en su rol de gigante niño. Los visuales acogen bien la escena. Llegó la primavera, que cierra la obra, es un canto a la amistad, y tiene esa música pegadiza que hace que el público salga tarareándola. Aquí está la gracia y el éxito de la partitura. El otro éxito es la cantidad de gente que se implica en una producción como ésta: críos, pedagogos, familiares, Conservatorio, entidades musicales privadas (Atrilia), etc. Muy bien por los supratítulos, ayudan a la comprensión.