José Sacristán llegará a Pamplona este viernes, 5 de mayo, para presentar en la Filmoteca de Navarra la película La vaquilla, con la que se abre el ciclo que la sala dedica a Alfredo Landa, “gran amigo”, con motivo del 10º aniversario de su muerte.

Responde al teléfono e inequívocamente sé con quién estoy hablando. ¿Cómo se hace para tener esa presencia y esa voz inconfundibles? Serán años de trabajo...

–No, porque por mucho que trabajes, si la madre naturaleza no lo dispone... Fíjate que en mis inicios yo fui tenor ligero y con los años, el tabaco, en fin, se ha ido colocando esta voz de hombre.  

Lo que está claro es que cuando en un programa se anuncia que viene Sacristán, el público reacciona y las entradas prácticamente se agotan. Esto tiene que ser un acicate para seguir trabajando.

–Siempre es temerario decir eso. El actor vive en una incertidumbre permanente. Afortunadamente, de un tiempo a esta parte yo cuento con la fidelidad de un número de personas suficiente que me permite elegir mi trabajo y hacer lo que quiero. Y lo celebro, pero ojalá pudiera afirmarse esto con más frecuencia. No se conocen las claves del éxito, pero también es verdad que yo sería un cínico y un miserable si me pusiera a llorar por los rincones. Agradezco de verdad la atención de la gente por las cosas que les propongo y el nivel de seguimiento de mi trabajo.

¿Y qué piensa cuando le llaman leyenda o maestro? 

–Lo agradezco, no voy a ser un estúpido, pero una de las cosas más hermosas que tiene este oficio es que es un aprendizaje permanente. Pobre de aquel que piense que es un maestro o que lo sabe todo. Primero, porque es aburridísimo y luego porque se engaña miserablemente. Lo más apasionante de este oficio es lo que puedes seguir aprendiendo y, por supuesto, de los más jóvenes. Esto no es una materia matemáticamente establecida. Esto va de transmitir estados de emoción y puede venir un chaval de 15 o 20 años y enseñarte cómo se hace.

Y después de toda una vida sobre las tablas y ante la cámara, ¿sigue sintiendo nervios pocos minutos antes de que suba el telón? 

–Hombre, sí, la indiferencia no va con este oficio. Pero nunca son nervios paralizantes, es más bien una cierta inquietud, lo que conlleva el hecho de que lo que vas a proponer al espectador ese día ni ha ocurrido antes ni va a ocurrir después. Dentro de unos parámetros, que son los que marca el texto, se trata de que sea un hecho vivo. Si quieres que lo que propones a la gente sea de su interés, que algo les pase, hay que arriesgar, y ese riesgo produce una cierta  inquietud, pero, insisto, en mi caso no solo no es paralizante, sino todo lo contrario.

“Lo que más me aterra es que hay ecos levantándose que me recuerdan a voces que no quisiera volver a escuchar”

¿Y cómo sientan los aplausos cuando se han recibido tantos y en tantos sitios? ¿Qué le sigue dando el público?

–El público es la razón de ser de un actor. No hay nada más inútil que un actor en paro. Si no tienes a quien dirigirte, no tiene sentido. Yo agradezco los premios y los reconocimientos, por supuesto, pero si no cuentas con el favor del público estás acabado. Así de simple.

Vuelve al Gayarre, un teatro que conoce bien...

–Muy bien.

Con una obra, ‘Señora de rojo sobre fondo gris’, que ya representó aquí hace cuatro años y con la que sigue girando. ¿Qué es lo que tiene para seguir enganchando y conmoviendo tanto al público?

–Pues tiene todo lo que proponía generalmente Miguel Delibes, uno de los hombres que mejor ha conocido y ha contado el alma humana. Esta obra es la peripecia un hombre que cuenta el dolor inmenso de una pérdida y, al mismo tiempo, abre la puerta a pensar que la memoria emocionada del amor siempre es capaz de plantarle cara a la misma muerte. Señora de rojo sobre fondo gris viene a decir que mientras somos amados y recordados no desaparecemos del todo.

Aunque a través de otros personajes, la obra cuenta la historia de amor de Miguel Delibes y su mujer, Ángeles de Castro, fallecida prematuramente a los 48 años. De alguna manera, todos querríamos que alguien escribiera un texto tan bello sobre nosotros.

–Sí, no estaría mal. Miguel se protegió y creó a Nicolás, que es un pintor, aunque todos sabemos que es él. De hecho, el permiso definitivo para montar la obra nos lo dieron sus hijos, y debo decir que para mí esto es un valor añadido. Disponer de la confianza de su familia, con lo que Miguel significaba para ellos, tiene un carácter moral que a mí me produce mucha satisfacción. En su día, Miguel no quiso que se hiciera, pero ahora ellos creen, y yo también, que en estos momentos él me diría ‘venga, cuéntalo ya de una vez y que se enteren’. Así que en este caso no solo tengo la posibilidad de trabajar sobre un material dramático de gran belleza y envergadura, sino que también rindo homenaje a quien tuve el honor de conocer y de quien puedo presumir de haber sido amigo.

¿Cree que hoy en día recordamos a Delibes como deberíamos?

–No sé... Creo que la relación de la sociedad civil con la literatura, la cultura y el arte tal vez debería ser un poco más intensa. Miguel es un personaje reconocido, aunque seguramente habría que leerlo más. Como habría que leer más a Cervantes, a Machado... Habría que leer más y punto. Pero creo que Delibes está en la memoria de todos aquellos que tienen mínimamente un interés por el mundo de la cultura. Su nombre está en primerísima línea y lo va a seguir estando.

¿Y cómo se le interpreta en escena?

–La palabra es pudor. El trabajo de dirección lo hicimos entre mi amigo Pepe Sámano, que falleció poco después del estreno en Barcelona, y yo. Respetamos, por supuesto, la voluntad de Miguel y el personaje es un pintor que se llama Nicolás, que tiene una mujer, Ana, a la que le pasan cosas. Pero yo sé que es Miguel y no puedo prescindir de haberle conocido. Eso sí, en ningún momento se trata de traicionarle o de buscar recursos para agradar al público. Se ha cuidado al máximo ese pudor de un hombre que habla de sus propios sentimientos.

Antes hablábamos de la grandeza de la obra de Delibes, pero en este país de crispación, polarización y reduccionismo seguramente no faltarían candidatos para perder el tiempo hablando de si era de derechas o de izquierdas.

–Tratar de reducir a Miguel Delibes a un esquema ideológico determinado sería una estupidez como la copa de un pino. Poca gente ha mirado a los desválidos, a los atropellados y los ha defendido con su obra como Miguel Delibes. Tenía, lógicamente, una manera de pensar y estaba en su sitio. Delibes pertenece a ese grupo de gente que nos enseña a mirar y a mirarnos. A través del ejemplo, no solo de su obra, nos conocemos mejor y nos hace ser un poco mejores.

Pero es cierto que vivimos tiempos raros en los que se abre paso un movimiento que incluso ‘cancelaría’ alguna de las obras de Miguel Delibes. Hay quienes no puede soportar que las/os demás no piensen como ellas/os.

–Sí, ahí está lo de las cancelaciones, los insultos, la violencia... De todas maneras, ya Miguel de Cervantes en el Quijote añoraba tiempos mejores... Y a mí me gusta lo que pasa ahora, pero he conocido tiempos bastante peores. Lo que más me aterra es que hay unas voces por ahí levantándose... Volviendo a Antonio Machado, a distinguir me paro las voces de los ecos, y hay ecos por ahí que me recuerdan otras voces que no quisiera volver a escuchar. Pero, insisto, he conocido tiempos mucho peores que estos.

Muchos de sus maestros ya no están, pero ¿qué relación sigue manteniendo con ellos?

–No está ninguno de mis maestros, no. Y yo estoy a punto de no estar ya. Espero que la madre naturaleza siga portándose. De todas maneras, tengo la suerte de disfrutar muchísimo de trabajar con los jóvenes y de estar y de aprender con ellos. No voy a dar nombres, pero en estos momentos hay actores, actrices, directores, fotógrafos fantásticos. Este oficio tiene esta cosa de que los cambios, al menos los que yo advierto son de carácter técnico, mecánico. Las constantes son las mismas: el amor a esto, el sacrificio, el coraje y el querer contar historias. Unos tienen más talento que otros, qué duda cabe, pero una de las cosas de las que más disfruto de seguir vivo y en activo a los 85 años es de trabajar con gente joven.

Llegará a Pamplona ya hoy, viernes, para presentar en la Filmoteca de Navarra la proyección de ‘La vaquilla’, que abre el ciclo dedicado a Alfredo Landa en el 10º aniversario de su muerte.

–Es un homenaje a uno de los más grandes. Más que maestro, en este caso Alfredo y yo fuimos alumnos juntos. Mi memoria de la amistad con Alfredo es siempre emocionada.

En alguna ocasión ha comentado que no le parecería mal retirarse con ‘Señora de rojo sobre fondo gris’, pero también ha dicho que seguirá hasta que el cuerpo aguante. ¿En qué punto se encuentra?

–No, no me voy a retirar. Tengo ya unos años y lo más sensato es pensar en quedarme más tiempo en casa, pero mientras aguante, ahí estaré. Llevo cinco años con Señora de rojo sobre fondo gris, acabaré este año en Buenos Aires, y ya siento la necesidad de cambiar de gimnasia. Estoy en conversaciones para otros proyectos que, si todo va bien, se llevarán a cabo el año que viene.

“Señora de rojo sobre fondo gris’ viene a decir que mientras somos amados y recordados no desaparecemos del todo”

Fantástico, porque no nos imaginamos a una especie de Sacristán creado por inteligencia artificial sobre el escenario.

–(Risas) No, más bien no (risas).

En ese sentido, ¿cree que el teatro permanecerá vivo en medio de esta vorágine tecnológica?

–Como no tengo móvil ni manejo Internet, no estoy al tanto de todos estos adelantos, y cuando oigo hablar de ellos, en principio estoy a favor de que la ciencia y la técnica avancen, siempre y cuando no contribuyan a deshumanizar o a crear unos mundos intermedios donde la comunicación sea más compleja, extraña y peor. Pero no voy a pontificar con esto, que los acontecimientos se vayan desarrollando y yo trataré de relacionarme con ellos de la mejor manera posible.

La semana que viene vuelve Delibes al Gayarre con ‘Las guerras de nuestros antepasados’, obra que conoce bien porque la ha interpretado y que aquí llega protagonizada por Carmelo Gómez y Miguel Hermoso y dirigida por Claudio Tolcachir. ¿Alguna pregunta para ellos?

–Les preguntaría si sienten lo mismo que yo sentía, porque Pacífico Pérez es una de las criaturas más hermosas que ha creado Miguel Delibes. Es muy hermoso contarle la gente la actitud de este muchacho a propósito de su relación con la violencia que le rodea. Ya hablé en su día con Claudio Tolcachir sobre esto y felicito a Carmelo y a Miguel porque hacen un trabajo formidable. El recuerdo que tengo de Las guerras es imborrable.

Pues vamos a disfrutar de estas dos obras de Miguel Delibes, a las que se suma ‘Los santos inocentes’, que visitó el teatro el año pasado.

–¡Miguel Delibes autor de moda!