Al margen de la admiración que nos puede causar ver ascender montañas enormes a los que como mucho ascendemos hasta un cuarto piso sin ascensor, ¿qué mérito deportivo ostentan tanto Miss Oh como Edurne Pasaban, qué han aportado, amén de a la estadística, sus 27 cumbres de más de 8.000 metros? Poco. Eso es evidente. Ninguna de ellas ha ascendido por rutas nuevas, ni siquiera repetido las rutas más complicadas o siquiera las segundas o terceras más complicadas de ninguna de esas montañas. Tampoco han subido en invierno y ambas subieron el Everest con oxígeno -Meroi lo hizo sin oxígeno y mano a mano con su marido. Otro deporte-.
Además, ambas han desarrollado su apuesta rodeadas de expediciones muy potentes, ya fuera sólo con escaladores occidentales -Pasaban en sus primeros ochomiles-, con occidentales y sherpas -Pasaban en estos últimos ochomiles- o siempre con mucho sherpa y mucho compañero -Miss Oh desde 2008-. Del mismo modo, la proliferación de cuerdas fijas ha sido brutal -menor en el caso de Pasaban, es cierto- y también el de helicópteros para llegar a los campos base -menor en el de Pasaban de nuevo, es cierto-. Por tanto, aquí no se está hablando de nada que no hubieran hecho antes y mucho mejor mujeres como Rutkiewicz, Mauduit, Heargraves u otras. Aquí se ha hablado sólo de números y de, como mucho, retos personales de superación. Desde ese punto de vista, todo el respeto para las dos.
Sin embargo, se equivocan los que utilizan el prisma del himalayismo puro para criticarlas. Están, obviamente, en su perfecto derecho de hacerlo, pero olvidan que el Himalaya puede ser tan puro como la trasera de una sala de billares. Miss Oh y Pasaban se han enfrascado en una apuesta estadística y ahí han cabido cosas que hasta ahora ni se habían visto. ¿Por qué? Porque es la primera vez en la historia que se dan las circunstancias de una carrera tan apretada. En 1985, Messner vio que Kukuzcka se le acercaba y se planteó que ya que alguien iba a ser el primero en terminar los 14 quién mejor que él para hacerlo. En 1986, lo hizo. Kukuzcka, que bastantes problemas tenía buscando el dinero para las expediciones, lo logró en 1987. Los palmarés de ambos -rutas nuevas, invernales, sin oxígeno, solitarias- hacen palidecer al 99% de los escaladores que han pisado una cima desde entonces. 24 años después, dos mujeres se han visto ante la oportunidad de ser las primeras en algo. Alrededor de ese hecho, han logrado patrocinadores y también que varias personas de su entorno vivieran económica y físicamente de esta apuesta. Un asunto tan defendible como cualquier otro, aunque a muchos no les guste o a todos nos parezca mejor o peor. Así pues, que dos contendientes en un tema sin precedentes protagonicen actos no vistos hasta ahora no debe de ser sorprendente.
Porque, llegados a este punto, es del todo lógico que ambas duden de lo obtenido por la otra y que se exijan pruebas. Hasta este momento, nadie públicamente había salido diciendo que tal no subió hasta arriba o que cual reconoció una noche que estaba borracho que se quedó en la antecima. Pero esas cuestiones han ocupado miles y miles de horas de conversaciones, acusaciones veladas, desprecios y fanfarronadas. La solución es clara: Miss Oh no es Messner. Miss Oh no es Jorge Egocheaga, que sube para sí mismo, luego tiene que ir a rescatar a unos cuantos, baja, vuelve a su casa y no se lo cuenta a casi nadie. Miss Oh y Edurne se han metido ellas solas en un asunto entre estadístico, informático y de comunicación global -con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva- y por tanto tienen unas obligaciones que no tienen los que no están en ese fregado. El hasta hoy caballeresco fair play de la montaña -haz lo tuyo, que los demás hagan lo suyo- no tiene cabida aquí, aunque se respeten como personas y hasta se admiren. Y, por tanto, los que las critican -Miss Oh hubiese hecho lo mismo que Edurne si hubiese una cima tan dudosa por parte de la tolosarra como la que reclama para sí Oh en el Kangchen- se equivocan, ya que usan parámetros que no son aplicables a esta tesitura. Cosa bien distinta es que podamos estar meses hablando de si esto es himalayismo de élite -que no lo es-, una cuestión de ego y oportunidad -que no oportunismo- o directamente una mierda pinchada en un palo, que tampoco.