eraso - En estos tiempos de cambios, Xabier Iturriotz mantiene vivo un viejo oficio, el de zapatero a la antigua usanza. Con sus manos trabaja el cuero hasta convertirlo en zapatos, botas y sandalias, calzado que sale de su taller de Eraso, en el valle de Imotz, y que se vende sobre todo en ferias. El oficio le viene de familia.
“Mi padre era zapatero en Legorreta, pero murió cuando yo tenía 16 años. Mientras estudiaba en Vitoria, los fines de semana solía reparar calzado para sacar algún dinero”, recuerda. Después de comenzar dos carreras, filología vasca y magisterio, a finales de los 80 decidió que lo suyo era ser zapatero y abrió un pequeño local en el casco antiguo de la capital alavesa, Zapatari, el mismo nombre que mantiene desde entonces.
Al principio se dedicaba sobre todo a cambiar tacones, medias suelas y tareas similares, al tiempo que vendía artículos que realizaban otros artesanos. Era el caso de un zapatero de Amurrio, al que compró su maquinaria por su jubilación. Entonces comenzó a realizar su propio calzado, en colaboración con Karmele del Río, patronista de Pamplona que se encarga de realizar el corte y cosido de las piezas de cuero.
Así las cosas, en 1993 se trasladaron a la capital navarra, donde abrieron un pequeño local en la calle Ansoleaga en el que también se reparaba calzado. Pero pronto se quedó pequeño y en 2001 se mudaron al barrio de la Rochapea. Allí está la tienda-taller, en la calle Tomás de Burgui, que abre de lunes a viernes por la mañana y las tardes del jueves y viernes.
PROCESO ARTESANAL Una vez cortadas y cosidas las piezas de cuero en la Rochapea, llegan al taller de Eraso. Allí, Xabier Iturriotz las monta a tenaza, dando forma en la horma. Después viene el cosido, tras el cual realiza el pegado con la ayuda de una prensa para finalizar con los últimos toques. Son zapatos hechos de manera artesanal y con mimo, siempre con materiales de calidad, con pieles en curtición vegetal y suelas de caucho reciclado.
“Buen calzado, cómodo y duradero”, asegura. “No es calzado para un año”, abunda, al tiempo que apunta que “un buen zapato debe transpirar y ser flexible”. Lo cierto es que cuenta con clientes fieles a los que se van uniendo más por el boca a boca.
El taller, un edificio de bioconstrucción, está a 20 metros de la vivienda de este zapatero. Así, puede compaginar su trabajo de zapatero con la elaboración de la comida para su familia, cuatro en total. “Calidad de vida”, observa. Sin prisa pero sin pausa, desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde está en el taller, y algunas tardes si hay mucho trabajo. A lo largo de un año pueden pasar por sus manos unos 1.500 pares.
Si bien cada temporada apuestan por unos modelos y siempre cuentan con los clásicos en los números más vendidos, van reponiendo el producto según la oferta. Asimismo, realizan encargos.
VENTA DIRECTA Pese a que la crisis se nota, “a la gente le cuesta más gastar. Te obliga a moverte más y mantener los precios”, apunta este guipuzcoano afincado en Eraso. Zapatari continúa después de más de dos décadas con buena salud. Es más, hace tres años contrataron a otra persona, Jaione Goñi.
Junto con la calidad del producto, otra de las claves es la venta directa en unas 40 ferias al año. También es la parte más dura. “Hay que cargar, descargar, montar, desmontar. Muchos kilómetros y a veces fuera de casa. Pero también tiene su parte bonita”, observa. Y es que también acuden a ferias de Catalunya y Madrid. “Hace poco estuvimos en Biocultura de Barcelona y el fin de semana pasado en Solsona”, apunta, al tiempo que destaca que en Catalunya cuentan con una clientela fiel. “Hay gente que te está esperando. El otro día vino un cliente que me dijo que tenía unas botas desde hace 20 años. Cosas así te alegran el día”, confiesa. Próximamente, del 12 al 14 de junio acudirán a la BioNavarra, en Refena.
Asimismo, Zapatari ha sabido adaptarse a las modas y gustos de los clientes, con más de medio centenar de modelos en numerosos colores, según las tendencias del momento. No obstante, el modelo estrella es la bota Turkino, un calzado de uso diario que puede durar más de una década. “Hace poco le cambié las suelas a unas que tenían 15 años”, señala este zapatero.
Xabier Iturriotz está tan contento con su oficio que quiere mostrarlo en Larruaren txokoa, un espacio dedicado al cuero y calzado que ya está tomando forma en una borda próxima a su taller. Allí se pueden ver máquinas y utensilios que utilizaban los zapateros, herramientas que en algunos casos han cambiado poco, así como un banco de zapatero con el que suele trabajar en las ferias. También se pueden ver muchos de los modelos que ha realizado a lo largo de los años. “Va dirigido sobre todo a los escolares, para que vean cómo se trabaja este oficio”. El proyecta se completa con tres chabolas con exposiciones temáticas y un taller donde los txikis podrán trabajar el cuero.