El día de su llegada a Elizondo para incorporarse al rodaje de Las brujas de Zugarramurdi, Terele Pávez ya dejó constancia de su temperamento. Llovía lo que no está en los libros y venía con un rebote de pronóstico. El chófer no la había reconocido al aterrizar en el aeropuerto de Noáin-Pamplona, y se pasó dos horas esperando, cigarro va y viene, y con un humor de todos los diablos.

Se le pasó enseguida, porque Terele, en la vida real María Teresa Ruiz Penella, no era (ni quería) pasar por una de esas exigentes stars que se pasan todo el rato exigiendo cosas raras e imposibles. La verdad es que le faltó tiempo para pedir excusas y mil perdones al taxista.

Terele Pávez era la Régula insuperable, madre y esclava de los señoritos en Los Santos Inocentes (1984) que rodó con Mario Camus. Pero capaz con toda su amargura de exclamar “a mandar, señorito, que para eso estamos”, con una dignidad inquebrantable e insumisa ante la injusticia y la explotación del poderoso insolente e inútil.

Uno cree que la Academia le hizo justicia pero tardía, porque la Regula se firmó en esa película un papelón sólo comparable, dicen, en teatro al de “la mejor La Celestina que se ha interpretado nunca”. Fue por su película en Zugarramurdi, cuando se le reconoció con un Goya, gracias a Álex de la Iglesia, su “ángel de la guarda” una trayectoria artística impresionante, inigualable.

Hermanas actrices La primera de las tres hermanas actrices que nos visitó en Baztan fue Elisa Montes con un bodrio, todo sea dicho, Llegaron los franceses (1959) de León Klimovsk, junto al galán Luis Peña. Elisa era el espejo contrario de Terele, y también de su otra hermana y también actriz, Emma Penella, la delicadeza y sensibilidad hecha mujer y artista.

Se le recuerda, junto a Josefina Serratosa, donostiarra y esposa de José Sepúlveda, una pareja muy maja y campechana que trabajaban de secundarios en aquella película de la francesada. Las dos, Elisa y Josefina en la plaza de Lekaroz, enseñando a una cuadrilla de críos una canción que debían entonar. Se casó con Antonio Ozores, es madre de la también actriz Emma Suárez y se retiró hacia 1995.

La tercera de las hermanas en venir fue Emma Penella (La estanquera de Vallecas), una mujer actriz de rompe y rasga, inagotable y alegre siempre como una campanilla. Filmó aquí otro filme frustrado e innecesario, Viento de Cólera (1988) de Pedro de la Sota, con Juan Echanove y Aitana Sánchez-Gijón, una jovencísima y lectora empedernida.

Los dos últimos dejaron un montón de amigos, y Emma el recuerdo de tantas y tantas botellas de champán como noches que hacía interminables con actores y equipo desternillándose de risa con sus ocurrencias. Una mujer grande-grande, en lo físico y en lo temperamental que nos dejó en 2007, hace diez años.

el drama Las tres nacieron del matrimonio formado por Ramón Ruiz Alonso, un ultraderechista granadino a quien se responsabiliza de la cruel detención y asesinato de Federico García Lorca, y de Magdalena Penella Silva. Ninguna de ellas, abrumadas por el peso de una losa de la que no eran culpables, usaron el apellido paterno en su carrera artística. Ellas trabajaron en lo suyo con su dignidad y su arte, aunque parece que quien nunca pudo superar el crimen miserable en el que su padre fue cooperador directo y necesario, fue precisamente Terele, declaradamente cercana a la izquierda política.

Casualmente, “la vida te da sorpresas” (Orquesta Platería: Pedro Navaja), las tres pasaron por aquí, interpretaron, trabajaron y dejaron huella de su desigual carácter, humanidad y buen hacer. Y en el caso de Terele Pávez, superlativo.