e cumplen 100 años de la instalación del primer cable aéreo que se instaló en el valle de Araitz para transportar fardos de hierba desde las Malloak hasta los caseríos, una auténtica revolución antes de la llegada de la maquinaria. Y es que permitía salvar en minutos desniveles de más de 500 metros, una tarea que hasta entonces se hacía a la espalda o en el mejor de los casos, con la ayuda de animales. Así, los cables aéreos se extendieron por todo el valle, una gran red que llegó a contar con 49 estructuras y cables de hasta 1.900 metros que estuvieron en funcionamiento hasta principios de los años 70, cuando se abandonó el caserío como medio de vida.

Ayer un grupo de vecinos y vecinas de Gaintza mostraron cómo se preparaba la hierba para el ganado y cómo funcionaban los cables en un tramo de 400 metros que se recuperó hace cuatro años como testimonio de un patrimonio que se quiere poner en valor como expresión de una cultura agro-ganadera que continúa viva y trabaja para renovarse y ser competitiva junto con otros sectores económicos como los servicios y el turismo.

"Se cree que llegaron a Araitz de Orreaga, dónde se utilizaba para bajar madera del monte", apuntó Jexux Estanga, de Araizko Zaporeak, colectivo que trabaja para el impulso y el desarrollo del valle en diferentes ámbitos. "Se trata de, tomando como base la herencia del paisaje, patrimonio y cultura heredadas, poner las bases para el futuro del valle, ajustándose a los tiempos, de forma sostenible, y sin olvidar dicha herencia", explicaron. El sistema era sencillo, una especie de tirolina con dos puntos de partida, el cargadero y el descargadero, que unían con un único cable por el que descendía una polea con su carga. El primero se colocaba en una zona más elevada, amarrado a un tronco de haya o a una roca escarbada en la tierra. En algunos casos se construían torretas de mampostería para ganar altura, estructuras que todavía se pueden ver en algunos lugares. El descargardero, llamado astoa, se instalaba en la parte baja y estaba compuesto por dos gruesos postes incrustados en la tierra y unidos por dos ejes. El inferior, danborra como se llama en Araitz,tenía la función de tensar o destensar el cable mientras que el superior permitía apoyar el tronco que impide el giro del eje inferior. Si bien en algunos caseríos llegaban los cables hasta los desvanes, en la mayoría de los casos se debían cargar en un carro para llevarlos a las ganbaras, unos seis en cada viaje.

Pero antes de lanzarlos había que preparar los buixiek, la hierba apilada en sábanas de arpillera que solían tener un peso de entre 50 y 80 kilogramos. Así, lo primero fue picar la guadaña para que estuviera bien afilada. "Los segalaris solían ir muy temprano y después de cortar se dejaba secar la hierba toda la mañana", recordaba ayer Izaskun Ezkurdia, de 64 años. En años de grandes familias que se repartían el trabajo. Y había para todos y todas, cada cual dentro de sus posibilidades. Asimismo, en algunas casas contaban con la ayuda de jóvenes de otras localidades de Tolosaldea como Amezketa y Bedaio que se sacaban un extra trabajando en las hierbas.

Para comunicarse entre los dos extremos del cable, tenían su lenguaje. Para decir que todo estaba listo y la tarea iba bien, solían extender un trapo, sobre todo blanco. También se comunicaban con golpes en el cable. Asimismo, el último fardo solía identificarse con una rama o cuerda. Eran otros tiempos, cuando el valle estaba salpicado de huertas y cultivos de cereal, sobre todo maíz y trigo, y los pastizales de la Malloak aseguraban la hierba para el ganado en invierno. En la casa de la familia de Martín Estanga bajaban con este sistema unos 200 buixiek para alimentar a diez vacas. "Se solía hacer desde julio hasta septiembre, dependiendo del tiempo", recordaba este gaintzarra de 73 años. "En mayo se llevaba las ovejas a Aralar y se dejaba crecer la hierba. El ganado volvía a las Malloak finalizado el verano", apuntó.

La exhibición de los cables de Araitz en Gaintza forma parte del programa de visitas guiadas organizadas por el Consorcio Turístico Plazaola, Unión de Aralar y la Agencia de Desarrollo de Sakana para dar a conocer los valores naturales y culturales de la sierra de Aralar con el foco puesto en la medidas sanitarias y de prevención del covid-19 en este verano diferente. La visita comenzó con una presentación del valle de Araitz y la proyección de un audiovisual sobre el sistema de cables para continuar con un paseo hasta los cables y la exhibición. Finalizó con una degustación de queso acompañada de sidra. No en vano, los pastos, el caserío, los rebaños de oveja, el pastoreo y la elaboración del queso DO Idiazabal eran el hilo conductor de esta actividad que se desarrolló por la mañana en euskera y por la tarde en castellano.

Fue un auzolan diferente en el que vecinos y vecinas de este concejo de Gaintza participaron gustosos para dar a conocer un patrimonio que no quieren que caiga en el olvido. Parta los foráneos fue una excusa inmejorable para conocer Gaintza y el cresterío de las Malloak, uno de los rincones más bellos de esta sierra, un conjunto de peñas que se precipita hacia el valle de Araitz, situado mil metros más abajo, y que hace de muga entre Gipuzkoa y Navarra.