- Bryan de los Santos todavía recuerda las tardes de verano en el tira pichón que montó su tío abuelo, el ambiente de las fiestas cuando las barracas lo eran todo. Música, ambiente, atracciones... De ahí la vena de feriante. Y de ahí su labia y salero. Su abuelo también trabajó en atracciones de feria y su padre montó la churrería en el primer remolque que compró la familia. A sus 20 años Bryan tiene claro que sus estudios de Electrónica le pueden abrir nuevas puertas pero mientras la venta ambulante les de comer seguirá al frente. En estos momentos constituye la única fuente de ingresos familiar. No hace tanto que tomó el relevo de su padre, Alcino, y junto a su hermano reparten desayunos y meriendas en el puesto situado en la plaza Eugenio Torres de Burlada. Llevan una semana, reabrieron con dudas pero se han dado cuenta de que este otoño triste también puede tener sus momenticos dulces. “La gente está respondiendo muy bien. Estamos contentos porque pensábamos que iba a ser peor pero el boca a boca ha funcionado. En Burlada llevamos seis años y el público es muy variado, además viene gente de otros barrios y municipios cercanos como Ansoáin, Orvina o Rochapea”.

El puesto lleva el nombre de la hermana pequeña Alexia. Su otro hermano Julen, que también estudia, prefiere la música. En cambio a Bryan les gusta la churrería. También a su moza María Arístegui que le acompaña por puro amor. En diciembre se trasladan al recinto de Refena para acompañar la feria infantil pero este año no se abrirá por la pandemia de modo que seguirán en Burlada animando las tardes de niños y mayores. En frente de la churrería el club de jubilado forma parte de la cantera de clientes fijos. “Al menos una vez al mes nos compran cinco o seis docenas, un gustazo”, destaca Bryan.

Cada tarde a las cinco y media comienzan a hacer la mesa y en apenas veinte minutos ya está lista. Con ingredientes cien por cien naturales y la artesanía una “buena masa” que se consigue a base de agua, harina y sal. “Lo importante es que el aceite esté bien caliente para que el churro esté crujiente, y la masa bien cuajada”, destaca. Una tarde cualquiera pueden vender entre diez y quince docenas. El fin de semana algo más. “La gente mayor me pide sin azúcar, los más jóvenes más dulces pero a todos les gustan los churros. Es como la tortilla de patatas, siempre cáe bien”. Los lazos de chocolate también triunfan, y cada vez más se diversifican productos como patatas fritas en cajas y otros dulces. Para ellos el mejor tiempo es el que no hace ni demasiado frío o lluvia, porque la gente no sale, ni mucho calor porque no apetece algo caliente, con chocolate mucho mejor. La temporada de churrero comienza con los Carnavales a partir de enero. No faltan a las citas de Lakuntza y Leitza. Después llegan las fiestas de los barrios, primero en San Jorge y Txantrea. El año pasado la agenda festiva se suspendió por la pandemia. Y lo que ocurra el año que viene nadie lo sabe. En Sanfermines siempre se descansa. “Ha sido un desastre porque se han suspendido las ferias de todas España y hay mucha gente que vive de las atracciones”, señala. Si nos confinan, reconoce, no hay un plan B. Este negocio funciona así, en plena calle y con una estufa. “El padre me dice que lo deje y me dedique a otra cosa porque las ferias van a menos, y que busque un trabajo estable pero a mí me gusta este modo de vida, sobre todo cuando podemos movernos y conocer gente. También es muy esclavo porque trabajas de lunes a domingo pero solo por las tardes”, relata Bryan. “Mientras tenga más ganancias que pérdidas seguiré al frente”, apostilla. “Un uruguayo me decía que en su país triunfaría algo así pero cualquiera se arriesga a irse hasta allí...”.