En un lugar del Camino de Santiago, muy próximo a Bizkarreta, no ha mucho tiempo que vivía un voluntario de Traperos de Emaús. De complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de los libros. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Pedro Ansó, pero hay quienes se refieren a él como el hombre que trasladó la cultura a los lugares más inhóspitos del Camino, siempre acompañado de su rocín de color amarillo y una carreta plagada de libros por la que han pasado más de 15.000 personas.

A pesar de las muchas similitudes con Alonso Quijano –don Quijote de la Mancha–, a Pedro no se le ha secado el cerebro de tanto leer, pero quiso ser, a su manera, todo un caballero andante. “Aprovechó todos los recursos de los que disponemos en Traperos de Emaús y construyó la biblioteca Kili-Kili, que es un punto de encuentro para la cultura en un lugar donde no hay biblioteca pública y por donde pasa el Camino de Santiago. Esta confluencia de circunstancias hace que se convierta en un reducto estratégico-cultural”, explica Fernando Armendáriz, responsable de los libros de Traperos de Emaús.

Pedro ha sido un gran aficionado a la lectura desde siempre; tanto que en la escuela aprendió a hacerlo del revés: “Mi padre se percató de esta extrañeza porque una vez me dio un libro y le di la vuelta para comprender qué ponía en el texto”, señala. Y, aunque ahora ya lea del derecho, su pasión se mantiene. Es más, todas las semanas “necesitaba” pasar al menos una vez por la biblioteca. Ahora, puede disfrutar cada día de los más de 3.000 libros que se encuentran dentro del terreno. “¡Esto es el paraíso!”, exclama mientras abre los brazos tratando de abrazar todos los libros.

En cuanto al nombre de la biblioteca, además de hacer referencia a una antigua revista de euskaldunización, tanto Pedro como Fernando quisieron homenajear a su gran amigo José Ochoa de Zabalegui, apodado como Kili-kili y natural de Abarzuza, que falleció hace unos años. “Era un hombre que estaba a servicio de todo el mundo y que deseaba difundir la cultura vasca”, señala. Por eso, cuando la biblioteca ya estaba lista, Pedro le comentó a Fernando que “esto le habría encantado a Kili-kili”. De hecho, “él siempre tuvo la idea de crear algo parecido a esto, pero nunca tuvo el dinero suficiente”, añade Pedro. Durante unos segundos, ambos miran la explanada y sonríen satisfechos, con la seguridad de que su amigo, allá donde se encuentre, está disfrutando con este homenaje.

Por otro lado, la librería cuenta con varios carros acompañados por los dibujos reciclados de unos animales que fabricaron los alumnos de San Fermín Ikastola. “Me parece que representan muy bien nuestro pasado. En concreto, en estos valles había mucha gente que tuvo que emigrar a América por hambre y quisimos representar el hogar de un ranchero, que tan solo contaba con un baúl, una cama, un par de sillas y las cazuelas con las que comía”, explica.

A las 8.00 horas, un gallo le avisa de que ya es de día y baja a la biblioteca. Si hace buen tiempo, dispone los libros a modo de baldosas que, junto a unos zapatos, llevan a los peregrinos, que suelen llegar hacia las diez de la mañana, a esta particular biblioteca “Me gusta darles su espacio; que hagan fotos de todo, que disfruten aquí de un buen rato para descansar o almorzar, que miren a ver si encuentran libros en su idioma... Eso sí, a mí me gusta decirles al final que, así como andan con las zapatillas, con uno de estos también puede caminar su cabeza”, comenta mientras recoge Historia de un piano.

Las historias andantes

En el capítulo XXV de la segunda parte, el propio don Quijote asegura que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Ya sea porque esta sentencia se ha convertido en un refrán popular o porque se adecua a la perfección con su biblioteca, Pedro reconoce que recomienda a todos los peregrinos la novela cervantina porque “en cuanto te adentras por los caminos, el paisaje se modifica y comienzas a recrear historias ficticias, como la del bueno de Alonso Quijano”. Fernando observa el espacio y añade con orgullo que “a través de la imaginación se consiguen cosas como esta”.

Hacia las tres de la tarde, Pedro recoge las baldosas y escoge el libro que, a pesar de que no se haya marchado con alguno de los peregrinos, le va a acompañar esa tarde, y durante el resto de su vida. Vale.