Itziar Repáraz era de esas que en lugar de prestar atención en clase, cogía un lápiz, un bolígrafo o una pintura y dejaba que su mano fluyera sobre el cuaderno –o sobre el pupitre, que después tendría que limpiar–. En ocasiones, tan solo hacía simples garabatos, pero, si se empeñaba, lograba imitar las caras de sus profesores y compañeros o, incluso, los espacios que conformaban el aula. En aquel entonces, no era nada asombroso; ella se limitaba a seguir el mismo camino que muchos estudiantes durante generaciones. Sin embargo, mientras unos lo dejaron, ella siguió, fue a una academia de dibujo y pintura, hizo el Bachiller Artístico, se graduó de Bellas Artes y, tras infinidad de proyectos, inauguró su propia academia de arte en su local de la calle Iñigo Arista, 9.

Una de las ilustraciones infantiles de Itziar Repáraz. Cedida

A raíz de la pandemia, le invitaron a participar en la exposición del Museo de Navarra Si el ahora es elegir, lo hacemos en piezas, en donde un total de diez autoras hablaron sobre la cotidianidad, sobre su visión acerca del mundo. “A partir de ahí, me llegaron bastantes encargos como ilustradora en revistas o en editoriales”, comenta. En concreto, uno de los que recuerda con más cariño es un libro –Amonaren gordelekua– que realizó en colaboración con Nerea Ansó –para la editorial Ibaizabal– y que habla acerca del duelo en la infancia. “Es un tema muy confuso para los críos. A veces, les cuesta entender el concepto y queríamos abrir una puerta a comunicar mejor la muerte”, explica. Gracias a esto, comenzó a trabajar en una nueva voz artística –igual de “intensa” que siempre, pero mucho más divertida e infantil– que le sirvió como un pistoletazo de salida para abandonar el bucle emocional en el que se encontraba: “Cuando dibujo, desconecto del mundo y, a la vez, me puedo expresar mejor que hablando. La mente se queda en blanco y, en ese sentido, la pintura es terapéutica, aunque también es mi fuente de estrés porque se ha convertido en mi trabajo”, se ríe.

Autorretrato cotidiano de la artista.

Itziar no se estaba dando cuenta, pero, mientras atravesaba sus sentimientos con la pintura, contaba su historia; la de una mujer creadora que vive y pinta, la de una futura profesora que enseña lo que ama. De esta manera, a comienzos de noviembre del año pasado, inauguró su academia de dibujo con miedo e incertidumbre, pero con los ánimos suficientes de mostrarle al mundo la técnica de Paula Bonet o de Egon Schiele, dos de sus principales influencias, y el arte de comenzar a expresarse a través del lenguaje de la pintura. “Lo primero que les digo es que todo lo que se hace aquí es una interpretación del mundo. Aunque busquemos trazar dibujos realistas, el resultado no va a ser una copia exacta de la imagen, sino que va a tener una forma distinta, más próxima a la forma y la voz de cada uno de los alumnos”, menciona. No obstante, para ella lo fundamental es la práctica; hacer, hacer y hacer hasta descubrir la técnica que más interpela al futuro artista: “A mí me sigue resultando difícil identificar mi voz porque quiero probar muchas cosas y porque veo a otros dibujos con los que conecto, y eso quiere decir que hay una parte de mí que se quiere vincular con esa forma y esa técnica”, dice.

Academia de dibujo

Actualmente, su academia de dibujo cuenta con más de 40 alumnos de todas las edades –a partir de 6 años– y de todos los niveles; desde quienes quieren comenzar un nuevo hobby hasta aquellas personas que buscan profundizar una técnica en concreto. “Están separados por edades, aunque también hay grupos mixtos que funcionan muy bien. Procuro que no haya mucha gente para que la atención sea más individualizada y podamos trabajar en la necesidad o la dificultad que tiene”, señala.

Otra de sus ilustraciones. Cedida

Y, sobre todo, el objetivo esencial de sus clases es que la gente “desconecte. Por supuesto, que aprendan mucho, pero no quiero que nadie se estrese por dibujar. Esto es algo que hay que amar, con lo que vas creciendo y te vas haciendo”. Tal y como le pasó a ella, cuando dibujaba en clase para echar el rato sin saber que estaba trazando las líneas de su futuro.