En poco tiempo, en cosa de dos meses han fallecido dos vecinos, dos compañeros, dos amigos de la villa de Puente la Reina-Gares, ambos de semejante edad, ambos fallecimientos de muerte repentina, un adiós rápido, sin previo aviso, con poco ruido pero con luctuosos regueros de pésame para la familia y compañeros de toda índole.

Agustín y Pedro, los dos recorriendo los mismos escalones de la infancia: escuelas de párvulos con doña Eloína y algunos cursos –pocos– en las escuelas de la calle Primicia. Y en el transcurrir de días y trimestres las correspondientes correrías y los juegos del momento, y en donde había que tener mucha inventiva para conseguir un juguete, porque, en cuestión de regalos, la cosa era –como estaba marcado en aquel tiempo– para unos pocos privilegiados. Pero en la cuestión de cachivaches –recordado Agustín– el amigo Perico era un privilegiado puesto que su padre era el dueño de aquella renombrada fragua, y de aquella herrería, donde en aquel profundo y oscuro rincón, y de aquel amasijo de fuegos que olían a carbón y a sulfuros, salían impensables objetos para los diversos juegos de la chavalería. Perico siempre tenía aros de diferentes tamaños, para los que moldeaba aquellos garramanchos con los que poder recorrer y llevar a pulso todas aquellas llantas viejas de bicis con que recorrer calles y callejas de la villa. También era un privilegiado en conseguir todo tipo de rodamientos, y luego, con su maña (y la pericia de su padre, el herrero Eladio, ¡no te joroba el tío suertudo!) y otros elementos, idear aquellos carromatos deslizantes (hoy se llaman goitiberas); juguetes privilegiados de los que todos participábamos, sobre todo si se sabía hacer la rosca, en este caso al hijo del herrero. Ya sabes, Agustín, había que aprender en la calle muchísimas cosas que no constaban en el currículum escolar de don Marino o don Rafael; pericias varias que lograban un trampolín más rápido para engrosar lo más pronto posible en el mundo del trabajo. Y aunque digan las lenguas y los comentarios de los corrillos de los mayores que en aquel pasado no había trabajo, la verdad es que tareas había muchas, demasiadas y muy variadas. Lo que no había era sueldo asignado a todas aquellas innumerables faenas domésticas. Por ello Agustín, para empezar a cobrar el primer sobre semanal entró pronto, muy pronto, en el mundo de la albañilería , y a partir de ahí algún duro, primero para la familia, y algunas pelas extras –pocas– para la cuestión de la pandilla.

En el caso de Perico la vía profesional quedaba en casa, en la fragua, donde también había mucho trabajo para enderezar aladros, curvar herraduras, fraguar rejas, arreglar y soldar un sinfín de aparejos; pero en cuanto a sueldo, lo dicho antes; por mucha anotación en libretas apenas llegaban los ingresos: el fulano que no paga, el “vuelva usted mañana”, pero el mañana se hacía eterno; así que pagos pocos, unas pesetas, unas ochenas que alcanzaban para poco. Pero en la fragua había mucho metal que enderezar en el yunque, muchos metales que moldear y con ello aprender a diferenciar sonidos, a tocar y a retocar, y a la postre surge el batería de turno, Pedro el batería.

Y siguiendo el recorrido, ambos, Agustín y Pedro –hecho curioso–, componentes de la misma cuadrilla, aquella que se va formalizando y moldeando primordialmente a partir de la pubertad y que se va tejiendo a base de un tira y afloja entre consejos familiares primero y luego ya advertencias mayores, a veces de calibre fino, otras ya más grueso; puesto que los tiempos y las salidas para con la cuadrilla van superando a las estancias caseras, y donde la vida de la peña nocturna va superando a la diurna. El bar, la discoteca, la simple bajera se convierten en lugares de convivencia y que van adquiriendo mayor raigambre, mayor importancia. Las cuadrillas todas van adquiriendo una serie de características, van tejiendo unas marcas, unos símbolos, y en la que cada componente se encuentra más acomodado, más situado. Se va creando una forma de fraternidad social, con mayor o menor solidez, pero cada una con sus lazos correspondientes, y a ella se le asigna un nombre, en este caso el butano. Se dice a la ligera que la función primordial de la panda es el levantar el codo, certeza según el prisma por donde se mire; menciono un aspecto concreto: en aquellos tiempos era común el ir al baile, y para solicitar pieza de baile a la moza de turno se solía ir en pareja, y la pareja más común era un componente de la cuadrilla. Si había suerte había piezas de baile, si calabazas entonces el recurso sí que era el levantar el codo.

Así se formalizaban muchas pasrejas matrimoniales, y en el caso que nos atañe, para con Agustín y Pedro esos matrimonios casi han alcanzado las bodas de oro; casi no, cumplido si no hubieran llegado estos impensables sobresaltos que han dejado una serie de vacíos imposibles de darles ninguna explicación, porque la longitud de la vida, está claro, no tiene lógica a no ser que lo impensable sea su única y válida explicación. Nos queda el recuerdo para Agustín y Pedro, y con estas palabras aumentar de ánimos el baúl de los recuerdos. Hasta luego, hasta siempre, gero arte compañeros.

Luis Bacáicoa, componente y en nombre de la cuadrilla El Butano de Puente la Reina-Gares