Ángeles Echegoyen nació en 1925 en Aibar, la mayor de seis hermanos de una familia humilde. No es fácil, quizá es imposible, imaginar cómo era vivir hace un siglo en aquel país en blanco y negro, y siendo niña, sufrir una guerra y lo que vino después.

Porque en esos días los niños no eran niños durante mucho tiempo, había que trabajar, cuidar a los hermanos y la casa, y cuando apenas eres una adolescente te vas a servir a Donosti.

Y sin embargo fuiste feliz, de hecho se te iluminaba la cara cuando recordabas aquella época. Porque siempre has sabido encontrar eso que buscamos todos: valorar lo que tenemos, vivir y aprovechar cada momento, cada segundo. Dicen que la sabiduría consiste en esto.

Volviste a Pamplona para quedarte; conociste a Ricardo y tuvísteis a Ricardito, a Miguel Ángel y a Patxi. Toda una vida juntos, casi cincuenta años, hasta que Ricardo se fue en 2003.

Pero tú seguiste regalando y contagiando alegría durante muchos años más. Como buena jubilada viajaste mucho, disfrutaste con sobrinos y nietos, con Sonia, Iñigo, Eneko y Alan, y también con los últimos en llegar, Oier y Maioa; "los biznietos me dan la vida”, decías.

Tenías 98 años y siempre la mesa preparada para todos o cama por si alguien venía; tu única preocupación era que no faltara nunca pan rallado para tus míticas croquetas, “las de la abuela”.

Tú misma has marcado el ritmo de tu vida, has disfrutado y nos has compartido lo que tenías. Y cuando sentiste que había llegado el momento también nos lo dijiste: “ya no quiero vivir más”. Y de esta manera nos dejaste con la misma entereza con la que siempre habías vivido. No quisiste funeral ni tanatorio; preferiste despedirte personalmente de los que querías. También donar tu cuerpo a la ciencia, generosa hasta en la muerte.

Por todo eso nos despedimos de ti tranquilos, serenos. Mejor no lo pudiste hacer. Todos los que te conocimos, hermanos, hijos, nietos, biznietos, amigos o tus vecinos de la plaza Santa Cecilia te damos las gracias por querernos tanto.

Descansa, Ángeles. Goian bego.