Me ha recordado Pedro Sánchez a una célebre escena de El fugitivo, con Harrison Ford arrodillado en lo alto de la presa de un enorme pantano, encañonado por un Tommy Lee Jones que le acaba de dar caza y se sitúa a su espalda. Ford, aturdido y sin escapatoria, mira al precipicio, y parece resignado a un fin de trayecto y a convertirse en la pieza codiciada de Jones. Súbitamente, sin embargo, decide arrojarse al vacío, desde una altura que parece condenarle a una muerte por traumatismo y ahogamiento. Pero es la única oportunidad que le queda para intentar salir del trance. Acuciado por la necesidad, y por la necesidad de defender su verdad se la juega y salta. Y sobrevive, que para eso es Harrison Ford, mientras su perseguidor, entre sorprendido e irritado, comprende que la persecución no ha terminado, y que está ante un tipo resbaladizo.

Sánchez obviamente no es Ford ni la realidad una película de aventuras. Su adelanto electoral, como cualquier maniobra de este estilo, obedece a sus necesidades y a las de su partido. El líder socialista, cercado por las circunstancias, ha mostrado con su golpe de efecto una combinación de arrojo, pragmatismo e inteligencia. No le quedaba mucho margen si quería evitar un semestre de descomposición agónica. Sánchez ha tirado por la calle de en medio. Su nuevo giro de guion le carga de iniciativa, y pilla con el pie cambiado al espacio de Sumar y Podemos, fuerzas que han ofrecido unos meses de infame división y postureo, que puede colocarles en la irrelevancia, o agotar prácticamente del todo la carga de revulsivo político que ha tenido la izquierda estatal del PSOE en los últimos años.

¿Es una fecha apropiada un 23 de julio para ir a las urnas o solo hay que leerla como el órdago que es? Se trata, en pleno estío, de una convocatoria tan sorprendente como singular, y para Pamplona un cuerpo extraño en plenos Sanfermines. La cita va suponer un trabajo ingente para los trabajadores de Correos, y puede generar una abstención que convierta el resultado en una ruleta. Pero el manejo de los tiempos y la potestad de convocar elecciones corresponde al presidente del Gobierno, que se ha sacado de la manga una decisión muy potente. En unas horas, el Partido Socialista ha puesto todas las cartas que le quedaban encima de la mesa, ha mostrado que le quedan arrestos, que somete a una reválida si es de verdad la voluntad mayoritaria consagrar al PP y a Vox en el poder. Sánchez apela a la movilización socialdemócrata. Puede perder, incluso estrellarse. Pero si cae derrotado no será ni por incomparecencia ni por rendición. El líder socialista se agarra a lo que tiene para evitar el naufragio, consciente de la pulsión conservadora y reaccionaria que brota en la sociedad. El ciclo 2015-2023 puede consagrar un Estado español irreformable, donde el independentismo no se quita la etiqueta de enemigo público, apueste por un referéndum o por colaborar en la gobernabilidad.

Estamos ya en precampaña.