Acaban de cumplirse 25 años del atentado de Omagh, el más brutal del conflicto norirlandés, que dejó 29 víctimas mortales e hirió a otras 220 personas, vecinas de esta ciudad de Irlanda del Norte en cuyo centro detonó el IRA Auténtico –una escisión del los republicanos irlandeses contraria al proceso de paz– un coche con cerca de 225 kilos de explosivo. El atentado fue un despropósito en todo término, desde su intención de frustrar el proceso de paz y convivencia entre comunidades católica-nacionalista y protestante-unionista, hasta su ejecución, en la que sus autores comunicaron una situación errónea del coche bomba. Pero la memoria de estos hechos anima a una reflexión sobre los mecanismos de superación de un conflicto como el norirlandés, considerado paradigmático. En primer lugar, el proceso de paz es un camino inconcluso que, un cuarto de siglo después de los Acuerdos de Viernes Santo, vuelve a atravesar dificultades y un grado de tensión que hace temer por la reactivación de un sector radical en torno al autodenominado Nuevo IRA. El bloqueo político de las instituciones paritarias establecidas en los condados irlandeses bajo jurisdicción británica no puede ser la excusa para desandar un arduo y doloroso camino en el que la violencia sectaria, salvo episodios puntuales, ha sido desterrada en las últimas décadas. No obstante, los retos de la convivencia no han desaparecido. El proceso norirlandés se ha parecido más a un armisticio que a una pacificación auténtica. La reconciliación está lejos de ser total y hay que agradecer el mantenimiento de la paz sobre todo al valor que la ciudadanía da a la ausencia de violencia y al soporte económico internacional. Pero dos factores no resueltos –además de los directamente relacionados con las consecuencias de la violencia sectaria– siguen exigiendo un esfuerzo de posibilismo: la transformación demográfica de la sociedad norirlandesa y el vínculo socioeconómico con la República de Irlanda. El primero habla del incremento de la población católica, que ya es la confesión mayoritaria entre los menores de 45 años; el segundo, el impacto del Brexit en la sostenibilidad económica de la región, con el cuestionamiento del vínculo comercial interirlandés. El pulso intercomunitario creciente debe alcanzar el límite que impone la memoria del horror padecido.