Salvatore Squillaci fue un tosco delantero italiano que encontró su momento de gloria en la Copa del Mundo de 1990 en la que marcó seis goles en siete partidos. No era un futbolista muy académico pero en aquellas semanas hubiera sido capaz de colar el balón en la ventanilla abierta de un coche en marcha. Ahí agotó todas sus municiones y la efímera fama le soltó de sus brazos en los años posteriores. Schillaci sabía de lo qué hablaba cuando dejó la siguiente reflexión: “Ser delantero se ha convertido en un oficio difícil, pero siempre es mejor que trabajar”.
No sé por qué pensé ayer en el siciliano cuando observaba los agotadores esfuerzos de Budimir y Chimy, corriendo campo arriba y campo abajo persiguiendo al balón y a los rivales. Cierto es que Schillaci y los atacantes rojillos se parecen como un garbanzo a un churro, pero los tres coinciden en esa doctrina del esfuerzo. Ser delantero en Osasuna es una tarea propia de minero, de picar piedra en largas jornadas en las que no abres un centímetro en la roca. Una labor solitaria la mayoría de las ocasiones, sobre todo cuando defensas y portero se empeñan, como ayer, en enviar pases largos para que el hombre más avanzado del equipo choque contra dos o tres defensas sin la colaboración un compañero a menos de diez metros.
No son ni Budimir ni Chimy dos jugadores que rehuyan la pelea; al contrario, cuando al final del partido sus contrincantes hacen recuento de daños descubren las marcas que el combate ha dejado en su cuerpo. Y si hoy me fijo en los delanteros es porque un 0-0 parece siempre que resalta más las virtudes defensivas y cubre con un manto de silencio a quienes tienen por especialidad el gol. Pero ya digo que ser delantero en Osasuna tiene otras obligaciones y en la de dificultar el juego de creación del rival el croata y el argentino ponen el mismo empeño que Catena y David García en despejar de cabeza.
Y ayer, entre la necesidad de ganar y la obligación de no perder, el equipo de Arrasate sumó un punto que debe ser bien recibido porque el Sevilla apretó para llevarse todo el botín pero Ocampos, alma de delantero, hizo todo bien durante hora y media menos dirigir el balón entre los tres palos.
Decía que el delantero está siempre sometido a examen y perseguido por sus estadísticas. Si Torró o Mojica envían un chut cruzado a portería, la grada acompaña el balón con un “¡uy!” coral; pero si Chimy convierte un remate abierto en la puesta en órbita del balón o manda la pelota al palo, el aficionado se echa las manos a la cabeza. En el repaso del partido, el 9 aparece en las dos acciones que pudieron decantar el resultado a beneficio de un Osasuna que si no acertó con el gol, al menos cortó la sangría de errores que tanto le estaban penalizando. Y Budimir sale en las fotos o bien emparedado entre Gudelj y Badé o reclamando a sus compañeros ese pase atrás que nunca llegó a sus botas.
Sí, difícil oficio el de delantero, frustrante en numerosas ocasiones, frustrado en esos remates que no empotran el balón en la red. No hay goles y parece que a ojos de la multitud es como si no hubieran aportado nada. Es lo que le ocurrió a Schillaci tras aquel Mundial.