Creo que no me equivoco mucho si escribo que en la lista de los insultos hijo de puta ocupa el primer puesto. Cuando se intenta ofender o herir a alguien de forma grave, se contrae el gesto y de la boca salen las tres palabras como un escupitajo. A la cara, por la espalda, en la distancia, desde la grada de un estadio, de un coche a otro…, todo vale. También en la calle como consigna grupal y entonada a coro. Y hasta en el hemiciclo del Congreso de los Diputados.

No sirve como alternativa tontolaba, gilipollas, desgraciao, cabrón, imbécil y todo un grueso catálogo recogido en el diccionario. No, nada supera en contundencia a hijo de puta. El insulto se dibujó ayer en los labios de Isabel Díaz Ayuso como reacción a un fragmento de la intervención de Pedro Sánchez en la sesión de investidura. Lo captaron las cámaras de televisión y no hay réplica posible.

No me extraña; en su papel de líder de la parte ultra del PP la presidenta de la Comunidad de Madrid no hizo sino trasladar a la Cámara los exabruptos que su gente vomita todas las noches frente a la sede del PSOE. El debate político se está sumergiendo en un lodazal en el que chapotean con gusto quienes carecen de argumentos dialécticos, han sido derrotados por la aritmética parlamentaria y ya no les queda otro pataleo que el insulto. Putear al otro.